HISTORIA DE MUJER: DEL SUFRIMIENTO AL AMOR
“Ama y haz lo que quieras. / Si callas, calla con amor;
si gritas, grita con amor; / si corriges, corrige con amor,
si perdonas, perdona con amor”.
Agustín de Hipona.
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Honor a mujeres y madres ejemplares, hijas de la lucha y del amor, entre ellas:
Lidia Albertina Saavedra Rivas (La Libertad, 1908 – Managua, 2005)
Doris Haslam Macy (Matagalpa, 1920 – Managua, 1972)
Gloria Martínez Aguirre “La Cachorra” (Sta. Ana, El Salvador, 1924 – Managua, 2014)
Blanca Segovia Sandino Arauz (San Rafael del Norte, 1933 – Managua, 2022)
Julia Margarita Trujillo Méndez (Petén, Guat.,1950 – Managua, 2023).
María Rosa Lara Oviedo (Chinandega, 1930 – Managua, 2005).
Sobrevivió a enfermedades, a la pobreza, a la orfandad, a los duelos familiares y, en su niñez, al terror por la “limpieza de las Segovias” que desencadenó la Guardia Nacional después del asesinato de Sandino… Tuvo 13 hijos, ha visto partir a 5, por eso: “A veces me pongo a pelear con Dios. Le digo: ¿por qué me haces estas cosas?, sufro al ver partir a mis hijos y aquí me dejas. Él escucha y me consuela con misericordia. Después le pido perdón, termino diciéndole que se haga su santa voluntad, todo lo que tengo él me lo ha dado y me lo puede quitar…”
Corina Castillo Moreno (Estelí, 01.06.1930), vio la luz en la cima nublada y fría del cerro El Ocotillo, Santa Cruz, a unos 15 kilómetros de Estelí, su primer nombre, Engracia, no lo usa, asume con humor que “no tiene ninguna gracia”. “Nací en la cumbre de una montaña. Mis padres eran leoneses del Sauce. Vivíamos en la casa de una tía. Mi papá llegaba de vez en cuando, se mantenía por Wiwilí, en las montañas con Sandino. Empezó a vivir con nosotros cuando mataron al general”. Donaciano Castillo Chavarría tocaba guitarra, enseñaba a las dos hijas a cantar y bailar, era primo de su madre Teodora Moreno Castillo, por lo que necesitaron dispensa eclesial para casarse. Murió de pulmonía en un petate cuando tenía 6 años, cuatro después, falleció Teodora de fiebre, cargaba la pena por la muerte de Fernanda, la hija de 16, un año antes. “Mamá murió con sus naguas largas almidonadas que hacían ruido cuando caminaba. Mi papá sobrevivió a la guerra y a la persecución, dos años después nos dejó”. Quedó huérfana a los 9, desde entonces la crió Juana, hermana de su madre, la trajo al barrio Frixione de Managua (hoy Bo. Julio Buitrago), de don José Frixione Avilés. Estuvo interna en la Casa Nazaret durante dos años, cursó hasta el cuarto grado de primaria.
Ella cuenta su vida en el recuerdo de los acontecimientos, con la intensidad de las emociones que dejan, tal y como los percibe y siente, son los que formaron su existencia, su manera de vivir y creer.
Su papá contaba cosas de Sandino. En 1933 el general formó cooperativas con campesinos desmovilizados. Repartía comida, arroz, frijoles, maíz, cebada… Un día llegó un hombre temblando de frío y calentura, se quitó la chaqueta y las botas, se las puso al enfermo, lo atendió durante varios días hasta que sanó… Desde 1934, el papá, la mamá, las niñas y muchos pobladores, se escondían, dormían en unos charrales, sobre cueros de vaca, de día los perseguían. Su padre tenía un libro, unas Memorias que le dio Sandino. La hija recibió el libro, lo escondió por mucho tiempo. La última vez que lo vio fue en 1977, tuvo miedo, la Guardia registraba la Colonia Centroamérica en donde vive aún con su familia, había Becats rondando, lo metió de prisa en una mochila que llevaba grabada la imagen del Che y lo enterró.
Cuando su madre se enfermó, le dijo que si le pasaba algo se fuera con la tía Juana, que no tenía hijos. Corina quería quedarse con la mita Toña, “entonces –la mujer, con las últimas fuerzas que le quedaban-, le pidió que le pasara la raja de ocote, -con la que nos alumbramos de noche-, para que te vayas donde digo, te voy a pegar, y me dio tres garrotazos”, luego “le pidió un vaso de agua, cuando regresó, ya había muerto, no quería que la viera morir”. La madre había dicho: “si en un año no te llevas bien con ella, te llevaré conmigo” …
La primera vez que subió al tren fue del Sauce a Managua, después de las decepciones por la herencia inexistente y de la que fueron excluidos, recordaba que: “la cuña para que apriete debe ser del mismo palo”. Escribe en unas hojas de cuaderno, para anticiparse al tiempo que borra los recuerdos: “Yo iba en una ventana viendo cómo los árboles corrían a toda velocidad, hasta se me olvidó llorar”. El 15 de agosto de 1939 llegó a Managua en el tren de las diez de la noche bajo un torrencial aguacero. “Durante los años de orfandad padeció pulmonía, tuberculosis, hepatitis, ochenta años después, solo tiene presión alta, toma a diario tres pastillas, quién sabe para qué males que ni siente…”.
Cuando la tía Juana salía a vender lotería fuera de Managua, la dejaba donde su madrina Marcela Ulbert en el barrio San Antonio. Cerca laboraba un joven que era chofer de don Pedro Belli, vendían queso y mantequilla, Carlos Cruz Aguilar (Juigalpa 1926 – Managua, 1992), a pesar de ser un chavalo mal vestido, era un moreno simpático. El 21 de septiembre de 1948, en la capilla de la Virgen de la Concepción de la Catedral de Managua, se casó por amor, aunque con picardía dice: “Me casé por pesar, porque lo iban a matar por el estado de sitio, tuve miedo que le pasara algo, me seguía por todos lados y todas las noches, de manera insistente, llegaba a cantarme a la orilla de la ventana”. Ella de 18, él de 22. Su primer hijo, una mujer, nació en 1949 y la última, otra mujer, en 1968, en esos diecinueve años, nacieron los trece.
Cuando reza, cuando habla cotidianamente con el Señor, el compañero eterno que siempre la escucha, pide por la salud y el trabajo de los hijos, nietos y bisnietos, para que ninguno agarre el mal camino. En la mecedora de la pequeña casa donde se sienta y toma el café con leche, al lado de la enorme estatua de la Inmaculada que contempla, enfrente de la imagen de la virgen de Cuapa que decidió, en una de tantas romerías, acoger en casa, está rodeada de las paredes sin que quede ningún espacio libre, allí cuelgan las numerosas fotos de sus hijos, 6 mujeres y 7 varones, y la prolífera descendencia que la regocija. En un pequeño altar, una vela encendida y unas flores, retratos de los 4 varones y la hija menor que se le anticiparon dejándole junto al dolor, resignación y fe. Cada día reza el Rosario y la coronilla de la Divina Misericordia en el silencio de su modesto espacio. Los lunes a las 6 p.m. llegan los hijos que pueden para acompañarla en la oración vespertina, esa tarde es especial, prepara tibio con leche para compartir.
Aprendió a sufrir y llorar, pero también a reír con discreta y espontánea sencillez para continuar, en su rostro humilde siempre hay un gesto dulce y bello que se confunde con una tenue sonrisa, es capaz de cantar con alegría, contar con lúcido humor y bailar –a pesar de las dificultades que impone la edad- con soltura, desde la adversidad ha hecho florecer la esperanza. Madre dedicada y ejemplar, vecina solidaria, devota creyente, mujer de natural encanto que contagia de afecto y ternura, que transmite la intensidad de una vida sana, cotidiana y santa, activa y entusiasta en el movimiento de mujeres de la tercera edad, con una práctica cotidiana de compromiso y generosidad a partir de un cristianismo esencial que se entrega al servicio y a la oración, de una inalterable posición sandinista marcada por el origen que condiciona su memoria y esculpió sus convicciones, desde las Segovias, por la lucha de su padre, por haber sido testigo de los sufrimientos de aquellos oscuros años que fueron capaces de sembrar el camino de la victoria.
Está hecha de madera fina y sólida, forjada en el temple de la resistencia frente a todas las circunstancias adversas de origen y las que se le han cruzado en su camino, sin más pretensión que vivir para otros, sin más propósito que darse en donde esté, refleja, en las marcas de la piel clara y el pelo blanco, con las arrugas que embellecen su cuerpo, con su mirada transparente que impecable ilumina el espacio que la rodea, con la inocencia que los años no perturban, su inalterable fortaleza espiritual y humana con la que el creador la ha confortado y con la que a nosotros, nos bendice…
Ella cree, siente, piensa y vive para contagiar a todos con la intensidad de su vida.
Gracias doña Corina: mujer y madre nuestra.
A una mujer
…/…
Y pues eres una mujer
que hay que admirar y que querer,
que hay que admirar y que amar,
que hay que buscar y que escoger,
que hay que sentir y que estimar,
que hay que vivir y que adorar,
que hay que dormir y que besar,
que hay que sufrir y contemplar.
Rubén Darío.