Tomás Borge: apóstol de la esperanza y del perdón
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Tomás Borge: apóstol de la esperanza y del perdón

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April 28, 2023

“Somos humildes, pero con los humildes, mantenemos la frente levantada y el puño cerrado frente a los

soberbios que nos quieren poner condiciones para conducir este proceso revolucionario que es único

y exclusivamente de los nicaragüenses”. Tomás Borge (asamblea trabajadores de la construcción, 03.02.1980).

Tomás Borge Martínez (Matagalpa, 13 de agosto de 1930 – Managua, 30 de abril de 2012), es de la misma estirpe de Leonel Rugama Rugama (Estelí, 1949 – Managua, 1970), poetas, revolucionarios, santos e inmortales, siempre, uno en su corta vida sin haber cumplido 21 años y el otro superando los 81, permanecieron “viendo al cielo”, hacia el futuro, hacia la eternidad, desde la tierra, con esperanza contra toda desesperanza, sin rendirse, “¡Que se rinda tu madre!” -gritó el último verso del joven esteliano-, ni cruzarse de brazos, “a Dios rogando y con el mazo dando”, según el refrán.

Leonel y Tomás, “continúan viendo al cielo, desde el cielo”, hacia donde querían llegar, en donde están, “Como los santos”, en la mayor altura revolucionaria y cristiana desde la opción preferencial por los pobres, desde el servicio y la entrega. El joven, que se salió del seminario para meterse a la guerrilla, fue autor de una breve y extraordinaria poesía comprometida que trazó un rumbo.  “Como los santos” fue el poema que escribió en 1969, unos meses antes de su inmolación:Tomás Borge: apóstol de la esperanza y del perdón

“Ahora quiero hablar con ustedes

o mejor dicho

ahora estoy hablando con ustedes

…/…

Cállense todos

y síganme oyendo

en las catacumbas

ya en la tarde cuando hay poco trabajo

pinto en las paredes

en las paredes de las catacumbas

las imágenes de los santos

de los santos que han muerto matando el hambre

y en la mañana imito a los santos

ahora quiero hablarles de los santos” …

Por los santos, que son los indispensables, hablemos de Tomás. Contó, en noviembre de 1976: “Cuando estábamos en la cárcel llegó un oficial de la Guardia Nacional lleno de alegría a decirnos que Carlos Fonseca había muerto. Nosotros le respondimos: Carlos Fonseca es de los muertos que nunca mueren”.

Carlos Fonseca Amador (Managua, 1936 – Zinica, 1976), supo rescatar la historia y hacer de ella un instrumento de cambio, era artífice de la palabra y de la acción, como el que, desde la cárcel, después de días interminables de tortura, proclamó su inmortalidad, y quien, a pesar de la oscuridad y del silencio del encierro, nunca permitió que se apagara la esperanza ni se le agotara la paciencia. Ellos yacen en el altar de los héroes de la patria, son inmunes al olvido.

Tomás, atormentado, aunque superando la impaciencia fue capaz de construir esperanza, que es esperar con confianza, que es compromiso y fe. En 1959, ante lo que parecía imposible y lejano, después de veinticinco años de Dictadura Somocista, a pesar del acto heroico en el que se inmoló en 1956 Rigoberto López Pérez –poeta y revolucionario-, desde 1934 cuando ocurrió el asesinato a traición de Sandino que pretendió frustrar las esperanzas de soberanía, independencia y dignidad, Silvio Mayorga le dijo que “Era preciso tener paciencia, … que había que esperar la oportunidad, que llegaría pronto, de arriesgar o entregar la vida por un proyecto realmente revolucionario”, es lo que dijo en una entrevista para Impacto el 4 de abril de 1960, según cuenta Tomás Borge en La paciente impaciencia, una obra testimonial e histórica, merecedora del Premio de Las Américas en 1989, con una narración intensa, poética, fluida y franca. Hizo de su vida un testimonio porque fue precursor, artesano y testigo.

Tomás, ¿quién era? Fue librero, lector, obrero, estudiante, vendedor, periodista, escritor, observador, orador y poeta, guerrillero sandinista, comandante de la revolución, ministro del Interior, diputado, diplomático e inalterable revolucionario sandinista, leal y comprometido, en todo tiempo y circunstancia. Fue niño, joven y hombre, frágil y fuerte, sensible y sensitivo, romántico e inquieto, hijo de la pobreza y testigo del tiempo, caminante de la vida, fue hijo y padre, esposo y amante, amigo, compañero y jefe, hombre común, que, como dijo Darío refiriéndose a él mismo en Dilucidaciones (El canto errante, 1907): “Como hombre he vivido en lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eternidad”. De Tomás, ¿Quién puede negarse a reconocer que “como hombre ha vivido en lo cotidiano y como revolucionario sandinista no ha claudicado nunca, pues siempre ha tendido a la eternidad”?

A su puerta nunca se asomó la traición. En su ventana nunca penetraron aires de desesperanza.  Fue persistente, solidario y generoso, eterno enamorado de la vida, del amor, de la belleza, de la naturaleza, entusiasta constructor de revolución, impulsor de cambios, carismático apóstol de esperanza y perdón.

La agitación de sus discursos desde el sonido amplificado de su voz, a pesar de la baja estatura, se agigantaba y expandía con la fuerza de la palabra coherente, porque estuvo y está unido a la historia. Aquella palabra era impecable y creadora, estaba revestida con la energía de la convicción y la armonía sublime del amor, era contagiosa, sus versos han quedado grabados en la conciencia colectiva, son inspiradores de canciones y argumentos para la acción, él dijo: “El amanecer dejó de ser una tentación”, “la victoria nos pertenece … porque es la victoria del pueblo, y el pueblo es inmortal”, “mi venganza personal será el derecho de tus hijos a la escuela y a las flores” …  “Al principio éramos diez, solo diez, entre ellos Carlos. Después fuimos centenares, y allí estaban Ricardo y Doris. Después fuimos miles, y allí estaban Julio Buitrago y Daniel. Ahora somos centenares de miles y aquí estamos todos. Ahora somos una gran familia”.

La primera vez que supe de su existencia fue el 4 de febrero de 1976, cuando el asesinato de Mildred Abaunza por la Guardia Nacional en la Colonia Centroamérica, fue capturado en el Camino de Oriente. Los vecinos del emblemático vecindario escuchamos los disparos y dicen que gritó su nombre, algunos agregan que dijo a sus captores: “¡valgo más vivo que muerto!”. Del suceso se habló desde temprano en los medios de comunicación y se murmuró entre los pobladores. Entonces me percaté de quien era y percibí, desde entonces, y durante la historia transcurrida, en las posibilidades que tuve de encontrarlo, -a pesar de nuestra temporalidad y de las imperfecciones humanas con las que nos toca lidiar-, un ejemplo indiscutible de persistencia en su mensaje y práctica revolucionaria, sensitiva, solidaria y movilizadora, una vida de dignidad e inalterable fidelidad sandinista, pero en particular, como lo cuenta en su libro autobiográfico y testimonial,  La paciente impaciencia, fue evidente su intuición para dar a cada asunto su tiempo, a pesar de la impaciencia que con frecuencia nos atrapa y quizás desespera, ante lo que parece perdido e imposible, lograr imponer, desde la serenidad de la lucha con convicción, la paciencia activa con la certeza que asegura la victoria de las grandes causas sociales, porque “un mundo mejor es posible”, sabiendo que: “Todo tiene su momento oportuno, hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1).

La primera vez que lo encontré, y aprecié con afecto en la proximidad la historia que cargaba en su rostro, de cierta mirada opaca de largo alcance con la que solía observar las conversaciones y al interlocutor, fue en 1980, yo no había cumplido veinte años, y él estaba llegando a los cincuenta, me parecía, en aquel entonces un hombre viejo, aunque ahora, después de más de cuarenta años, percibo que era aún joven. Desde aquel primer encuentro, pude coincidir en muchas ocasiones, aunque no fue mi jefe directo, era el Ministro del Interior del que dependía la Policía Nacional, de la que era parte, y reconozco que marcó durante aquellos años, además del origen esencial de esta nueva institución que llamó “centinela de la alegría de nuestro pueblo”, el rumbo de mi vida. Fue, junto a otros como René Vivas, Walter Ferrety, Doris Tijerino, David Blanco, Manuel Calderón, … referente ineludible de esa intensa década de servicio, revolución y cambio.

La última vez en la que conversamos sobre historia y literatura, en particular sobre “su amado viejo libro”: La paciencia impaciente, fue en febrero de 2011, en Granada, trece meses antes de su partida definitiva. En esa ocasión, en la entrada a la Casa de los Tres Mundos, por el VII Festival Internacional de Poesía de Granada (febrero de 2011), Ernesto Cardenal (Granada, 1925 – Managua, 2020), cinco años mayor que Tomás, tuvo seguramente el último y efímero encuentro con el comandante, quien había entrado solo, buscando a unos poetas peruanos, llevaba unos ejemplares de la última edición de “La paciencia impaciente”. De frente a él, le extendió la mano, y dijo: “Hola Ernesto”, el poeta sentado, no le cruzó la mirada, ni le devolvió el saludo sin decir palabra. Tomás, después de unos segundos, continuó caminando y me comentó: “malcriado Ernesto, hablaremos un día”. Ese día nunca llegó o quizás, “por lo que no sabemos y apenas sospechamos”, ya ocurrió de alguna manera inexplicable. En ocasión del 60 aniversario de Cardenal, en 1985, cuando las circunstancias del noventa y los desafortunados desencuentros no los habían distanciado, escribió: “Siendo Ernesto un sacerdote ejemplar y un poeta famoso, leído en todos los idiomas y en idioma de los pobres es, sobre todo, un extraordinario ser humano”.

En Tomás era la lealtad una “conciencia de mármol y de miel”, sólida e impecable, dulce e incorrupta, inmutable… como alguna vez dijo. Era el forjada en la conciencia social, en la lucha popular, en la clandestinidad, la prisión de 1956-59 y la última de dos años y medio (feb. 1976 – agosto 1978), superado por el prolongado encierro al que fue sometido el comandante Daniel Ortega (noviembre 1967 – diciembre 1974), presidente.

Fue hijo de la adversidad y proclamó sin duda la nobleza de la fidelidad sustentada en la convicción patriótica y antiimperialista. Fue capaz de caminar despacio y ligero, entre la simplicidad y las complicaciones, en la dignidad del perdón que fue concediendo al pasado propio y ajeno, sin contagiarse del poder, ni de la grandeza que, como sabemos, aunque a veces lo olvidamos, es pasajera, y al fin de cuentas, estorba…

Por eso hablemos de los santos, por eso refiramos entre ellos a Tomás Borge, en la efeméride del santoral de la patria… Es de los inmortales, que son poetas y revolucionarios, sandinistas y con la esencia cristiana del amor, capaces de servir y perdonar e incapaces de perder la esperanza, que contagian desde la simplicidad cotidiana y desde el heroísmo, que, no se contaminan con los halagos, que no se venden ni se rinden, que no traicionan ni cambian de acera… Ellos, como escribió el dramaturgo y escritor alemán Bertolt Brecht: “los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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