PARA NO OLVIDAR: DESPEDIDA CON GRATITUD
“Cállense todos
Y síganme oyendo…/…
Ahora quiero hablarles de los santos”.
Leonel Rugama
“¡Todos podemos ser santos!
Todos los cristianos, como bautizados, tienen una igual dignidad ante el Señor.
y los une la misma vocación, que es la santidad”
Papa Francisco (1ro. nov. 2023).
He tenido la dicha de encontrar en el camino de la vida a un hombre ejemplar, a José Mercedes Pérez Cisneros (Managua, 24 de septiembre 1935 – 28 de octubre 2023), uno de los santos, de los que habla el poeta Rugama, de los que anuncia Pablo, apóstol de los gentiles, de los que creyeron en el Evangelio de Cristo, frente a los incrédulos de aquel tiempo y lugar, superando el rechazo que sacrificó al Mesías, Salvador y víctima inocente, para traspasar fronteras y épocas, y ser por misericordia divina, parte del Pueblo escogido de Dios.
José Mercedes, vecino de la Colonia Centroamérica desde el comienzo (1964), viudo apenas después de cumplir cuarenta años, obrero linotipista del Diario Novedades y después de Barricada, colaborador y militantes históricos del Frente Sandinista, padre de diez hijos, que ofrendó con dolor a Marvin Pérez de 17 años, caído en 1986, del BLI Ramón Raudales, en Caño de la Cruz, Jinotega, quien, como muchos santos y héroes anónimos y conocidos, al igual que su padre, treinta y siete años después: “gozó de la tierra prometida / en el mes más crudo de la siembra / sin más alternativa que la lucha, / muy cerca de la muerte, / pero no del final”. Llegó al final después de casi nueve décadas sin alterar sus compromisos de origen, forjando las cualidades con las que iluminó el entorno con dedicada humildad, serenidad y en silencio, con piedad y gratitud sincera.
El libro “Las comunidades eclesiales de base: celebrando la vida de la comunidad” (2023, Félix Jiménez) dedica con pertinencia un amplio capítulo para mencionar a los santos de la emblemática Comunidad Cristiana de Base San Pablo Apóstol que superan la necesidad de la canonización. oficial. Aquí me refiero a uno más, de otro lugar, como tantos que son referentes de vida en la fe que, al verlos, al evocar su nombre, quedará en el alma el agrado de la esperanza de que otro mundo mejor es posible.
Su nombre fue por el día de nacimiento en el que le tocó iniciar, fecha en que se conmemora la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes o Virgen de la Misericordia, representó la dedicada devoción Mariana, la constancia de la misa diaria, la trascendencia de la oración al encarnar el evangelio en su vida imperfecta pero sencilla, solidaria y franca.
Para él, pero más bien para quienes lean este texto, como obligación de gratitud, escriba esta carta que el destinatario no necesita ver, porque ya lo sabe, somos nosotros los que la leeremos, quizás eviten que les pase lo que a mí, para no dejar pasar las oportunidades cotidianas de los encuentros necesarios ni pospongamos lo que se debe decir ni las muestras de afecto y de agradecimiento porque no sabemos si un mañana vendrá:
Estimado amigo y compañero don José Mercedes,
(aunque te decía “don”, te trataba de vos):
Supe con tristeza, por lo que dejamos pendiente, pero con alegría, por lo que dejaste en mí y en muchos otros, que, un mes después de tu cumpleaños ochenta y ocho, que tu cuerpo agotado se rendía ante esta vida para continuar viviendo de de otra manera misteriosa y eterna, que como dice Darío “no sabemos y apenas sospechamos”. Somos, con esperanza, peregrinos en este mundo.
¿Qué dejamos pendiente? En realidad, fui yo el que dejó algo pendiente. Te recordaba con afecto y gratitud, desde cuando, unos años antes del triunfo de la Revolución, siendo un adolescente, con humildad y sigilo nos recibías y asumías las tareas de aquella lucha necesaria en la que te comprometiste sin titubeos y preservaste de manera inclaudicable siempre. Desde la misma acera, sin esperar nada, pero entregando todo. Así fuiste, hombre de una sola cara, de rostro moreno y rudo, en cuya mirada se asomaba la dulzura de la inocencia, la generosidad y la sensibilidad.
Durante algún tiempo nos encontramos con frecuencia en los espacios comunes que por la fe compartíamos, admiré tu dedicada y ejemplar devoción. Una creencia religiosa respaldada por una práctica consciente asumida.
Sabía que no estabas solo, que tuviste la bendición de una Flor de María, para superar la soledad en tu último tramo de la existencia temporal que has superado.
Cuando el tiempo pasó, la distancia y los rumbos que asumimos, limitó los encuentros, en los últimos años siempre pensé en visitarte, llevarte uno de mis libros, conversar de cosas serias y de la inmortalidad del cangrejo, tomar juntos un café o lo que fuera posible, y como suele suceder a veces, como me ha sucedido a mí con vos, lo pospuse en varias ocasiones, y el olvido me hizo perder la percepción del tiempo, y el recuerdo volvió y lo asumía de nuevo, hasta que, la cita que nunca hice, el encuentro que, vos, ante mejores y eternos encuentros, decidiste, por obediencia, partir. Entonces me quedé triste y frustrado por la impertinencia de postergar aquel momento posible. Por ese descuido, que sin ser culpa, es motivo de reflexión, te pido tu generosa comprensión.
Lo que quería decirte el día que no te visité, más allá de las vueltas que una conversación puede dar, era que te guarda un profundo afecto y gratitud por haberte encontrado y conocido . No te lo había dicho. Gracias. Eso era todo. Ya te lo dije.
San José Mercedes, ruega por nosotros. Amén.
Juan Jose
(seudónimo)