SOLIDARIDAD = BIEN COMÚN
“A diferencia de la solidaridad que es horizontal y se ejerce de igual a igual,
la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe
y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”.
Eduardo Galeano.
“La solidaridad es la base de cualquier sociedad justa”
Nelson Mandela
Asumir una cultura de la solidaridad que traspase el modo de pensar, de vivir, de ser y actuar, solo es posible cuando se apropia como política pública, que es el bien común y el propósito esencial de un proceso revolucionario. La principal característica de una revolución política y social auténtica es la solidaridad institucionalizada lo cual solo puede ocurrir cuando con soberana autodeterminación se asume la capacidad de ser y hacer para transformar y avanzar. En la medida que se supera la indiferencia, la exclusión y la inequidad, se impone, como un asunto de conciencia personal, comunitaria y colectiva, la solidaridad.
Solidaridad es pensar en el otro, es uno pensando en todos y todos pensando en uno, es necesidad y exigencia por los otros, es el mensaje principal del amor anunciado en el Evangelio cristiano y en todas las doctrinas religiosas. Es ver al otro en condición de dignidad y equidad, no de pesar emotivo ni desde la inferioridad social, se sustenta en el derecho común a una vida digna y en la obligación a asumir y compartir el bienestar como derecho.
El origen de la palabra es del latín soliditas que “expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza”. En realidad, somos una sociedad de individuos que nos necesitamos y que de manera indispensable debemos tener al otro en nuestros pensamientos y actos. Solidaridad es fraternidad, es condición de sostenibilidad, convivencia, de paz y prosperidad duradera.
Mientras Madre Teresa de Calcula proclama: “Bienaventurados los que dan sin recordar, y los que reciben sin olvidar”. Juan Pablo II afirma: “La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos”. Para Che Guevara “La solidaridad es la ternura de los pueblos”. Según Samora Machel, padre de la independencia de Mozambique que superó el colonialismo europeo: “La solidaridad no es un acto de caridad, sino una ayuda mutua entre fuerzas que luchan por el mismo objetivo”.
Solidaridad debe ser la virtud fundamental y la característica esencial del bien común. Las políticas egoístas de distribución de la riqueza, la acumulación desmedida e injusta, la profundización de las brechas de la desigualdad y las prácticas de exclusión son condiciones de inestabilidad, ingobernabilidad y destrucción social.
La solidaridad es inteligente, al pensar y actuar por los otros muestra sabiduría y preserva el bien común. Lo contrario a ello es la brutalidad idiota e insostenible del egoísmo que es ignorante, del capitalismo salvaje, de la sumisión vergonzosa que, al no reconocer al otro y por lo tanto no actúa en consecuencia, se destruye a sí mismo y atenta contra la sociedad de la que es parte. No es la caridad circunstancial para aliviar la conciencia personal ni un sentimiento ocasional, sino que es una conducta de compromiso y esperanza que se asume en todos los procesos económicos, sociales y políticos institucionales.
Cuando el Estado de Nicaragua, en el ejercicio de su independencia decidió definir en el artículo 4 de la Constitución Política su propósito y las características del modelo político y social, e incluyó asumir “prácticas solidarias”, estaba institucionalizando la solidaridad como política pública, decisión que traería, como dijo Rubén Darío al referirse a su libro primigenio: “tantas felices consecuencias”.
El carácter auténtico y sostenible de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua radica en dos asuntos esenciales, el primero, la condición indispensable para su existencia, para ser y hacer: independencia, soberanía y autodeterminación, y la segunda podría simplificarse en asumir la solidaridad como visión y modelo que irradia la generalidad de la gestión pública, de las relaciones internas y externas, de las transformaciones sustantivas para la equidad y la prosperidad, para la paz, la seguridad y la convivencia.
Cuando la educación y la salud se expanden y permiten el acceso gratuito a todos y todas, cuando las vías de comunicación, los caminos y carreteras, la infraestructura comunitaria, social, deportiva y cultural son espacios comunes para el disfrute, desarrollo y aprovechamiento colectivo, cuando el acceso a los servicios básicos y a una vivienda es posible para muchos, cuando la seguridad ciudadana y la convivencia en paz permiten a los ciudadanos desarrollar su vida con tranquilidad y prosperidad, cuando la política fiscal y monetaria favorecen la estabilidad y redistribuyen la riqueza para la inversión y el gasto público que mejora el desarrollo humano, cuando se recupera el orgullo de pertenencia a la cultura de origen, a la comunidad y a la nacionalidad, cuando los derecho de quienes han sido excluidos por los sistemas egoístas son ampliados con dignidad, cuando se comparte esperanza, buena voluntad y nuevas oportunidades,… entonces esa es la evidencia que la solidaridad ha sido instituida y que el proceso en marcha asume los retos a pesar de las dificultades, de las amenazas agresoras e injerencias perniciosas, de las traiciones, riesgos e imperfecciones humanas por lo que es, conforme el bien común, auténtico.