Prologo libro Felix Jimenez – A la caida de la tarde – vivencias y confesiones
En memoria del padre Theo Klomberg (1931 – 2019),
sacerdote santo entre los humildes.
El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.
1 Juan 4:8.
De ahí que el Amor sea el medio y el fin
David R. Hawkins (Wisconsin, 1927 – 2012).
Contar sobre el camino de la vida tal y como uno la recuerda para contarla como dirá el escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927 – 2014), identificar en el texto el sentido de las experiencias vividas como un aprendizaje que se ha disfrutado en el proceso de la existencia personal para que uno mismo pueda verse desde la perspectiva del tiempo transcurrido y quizás otros, al asomarse en lo escrito, encuentren coincidencias y utilidad en la memoria ajena, no es solamente un acto de valentía, que, como “Pelando la cebolla” (2006), el libro autobiográfico más polémico del escritor alemán Günter Grass (1927 – 2015), puede sacar a veces las lágrimas por el recuerdo doloroso o incómodo, o las sonrisas por los placenteros y serenos acontecimientos que han sido guardados de manera particular y con insistencia demandan salir a la luz y son capaces de burlarse y revelarse como ellos quieren y no necesariamente como el autor quisiera, sino también, ese asunto de relatar sobre uno debería ser la obligación ineludible de la madurez para evitar el olvido, para ordenar el significado de los acontecimientos propios y colectivos del que se ha sido parte, para regresar y compartir lo que se ha recibido y como un servicio de quien, aunque no lo sepa, es parte activa de una época y de un conjunto de circunstancias y vínculos humanos que lo influyen y a los que ha influido más allá de la interpretación y connotación que cada quien sea capaz de identificar.
“A la caída de la tarde” es la obra autobiográfica de Félix Jiménez (Ávila, España, 1943), nicaragüense por decisión, quien, aunque en su parte introductoria insiste en afirmar: “No soy escritor, pero me gusta escribir”, a pesar que es evidente que se muestra como un ameno y fluido contador de historias que agrega el quinto a sus cuatro libros anteriores, confirmándose como un autor que, con la voluntad requerida y la franqueza necesaria, nos hace partícipes y cómplices de sus reflexiones desde la ruta que emprendió y en la cual es capaz de provocar y cuestionar.
El lector, por la curiosidad de saber sobre la vida ajena o entrometerse con permiso en las intimidades del otro –la más común de las curiosidades humanas-, el interés de aprender y conocer sobre las coincidencias y diferencias de las experiencias que a veces nos son comunes, o para ser parte del sentido que cada quien emprende en la vida sobre los tres ejes temáticos que el escritor ha precisado “para evitar falsas expectativas”, y que son los que aborda en el libro: la idea de Dios y cómo entiende el cristianismo, el pensamientos político, en el que se declara sandinista y sus vivencias sentimentales. Estos tres asuntos muestran al hombre desde su frágil y cambiante existencia, en la inquietud inagotable de la búsqueda persistente, en su honda y a veces confusa espiritualidad, en el constante compromiso social y político, en los costos que ha sido capaz de asumir por los rumbos que ha tomado desde la buena voluntad de descubrir y caminar, en lo que él identifica a pesar de las dudas recurrentes que alimentan y empujan la vida y de las intermitencias de la fe que fortalecen el espíritu, como parte del Pueblo de Dios que peregrina, se encuentra y junta en la comunidad para compartir en la simplicidad cotidiana, la solidaridad, el servicio y la oración como diálogo fuera de la dogmática rigidez que obstaculiza la esencia imperecedera de la presencia del Dios del Amor.
Poner sobre la mesa los “Hechos vitales” (2021), como también refirió en sus memorias testimoniales Raúl Obregón (Jinotepe, 1947), es reconocer los momentos fundamentales en los que ha cambiado el rumbo de la vida, son los puntos de inflexión –en los que la historia de los pueblos ha estado marcada-, en los que, frente a las circunstancias, muchas veces exógenas y en otras desde el libre albedrio, se ha estado ante la opción de dejarlo pasar o de “tomar el toro por los cuernos”, y determinarán asumir entre las encrucijadas en las que, después de la turbulencia, con serenidad terminarán afirmando: “Simplemente soy un ser humano que Jesús ha compadecido”.
La compasión marca las pautas de los hitos vitales que este hombre de contextura fuerte y mediana estatura, de voz sonora y paciente, de mirada clara y fija, de incansables andanzas, serena lucidez, sencillos silencios y firme andar, campesino de familia numerosa, el penúltimo “este pobre diablo” –escribe- de siete hermanos, de origen español, fue seminarista y se ordenó sacerdote, fue misionero, estudiante, educador, revolucionario, militante, funcionario, escritor, y en el momento de ruptura para inaugurar un nuevo ciclo, dejó, al ser capturado por el amor, los hábitos y contrajo matrimonio…
Fue, desde la fe tradicional católica de mediados del siglo pasado un apasionado creyente y con-pasión un joven sacerdote que se atrevió a venir desde Ávila hasta Nicaragua, en donde se involucró con-pasión, desde las Comunidades Eclesiales de Base, en la efervescencia de lo que el poeta mártir Leonel Rugama llamó “en el mes más crudo de la siembra / sin más alternativa que la lucha”, lo que sacudió los esquemas conservadores y tradicionales previos al Concilio Vaticano II que lo formaron en la España franquista, en una sensibilidad humana-espiritual que renovaba la dinámica social y se restauraba para ventilar la religiosidad que lo llevó con-pasión al compromiso comunitario y a la participación revolucionario sandinista desde los sectores populares: “Solo es de los humildes el Reino de los Cielos;” (Azarías Pallais, Caminos).
Anduvo “Entre la catedral y las ruinas paganas”, según expresó en un verso de Cantos de Vida y Esperanza (1905) Rubén Darío (Metapa, 1867- León, 1916), y el sacerdote y erudito poeta Azarías H. Pallais (León, 1884 – 1954): “¡Hay pozos bajo tierra! Yo soy un peregrino, / que busca entre las sombras, la luz de su camino” (Caminos, 1921), así va, así parece andamos cada quien por su camino “tras el reino del Amor”, entre el silencio, el bullicio, la soledad y la multitud, la luz y las sombras…
De piadoso creyente pasó a ser el incrédulo que ya no podía aceptar al Dios castigador, vengativo y elitista que conoció en su juventud, entonces muchas cosas comenzaron a perder sentido, los ritos y los rituales se desvanecieron, comenzó a hacer, desde el “ateísmo” que reniega de todo lo anterior, la reconstrucción de la fe entre un mar de dudas, desde una espiritualidad íntima, próxima y comunitaria para acercarse al Dios de los Pobres, al creador de la Misericordia infinita y al artífice del Amor eterno… que siempre ha estado ahí, entonces, quizás Jesús le contestó: “El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí: porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc. 17:20-21).
El filósofo y médico, investigador de la conciencia humana, David R. Hawkins, en El ojo del Yo (2001) dice: “Para comprender la naturaleza de Dios, no hay más que comprender la naturaleza del amor mismo. Conocer el amor es conocer y comprender a Dios y conocer a Dios es comprender el amor”. “A la caída de la tarde, os examinarán del amor”, escribió el poeta místico del Renacimiento español san Juan de la Cruz, y es el verso que el autor ha tomado prestado para el título de estas “Vivencias y confesiones” que comienzan refiriéndose al día que cambió su vida, cuando la toma de la catedral de Managua en septiembre de 1970, en la que el joven sacerdote llegado a Managua dos años antes (octubre 1968), se vio repentina e inesperadamente comprometido.
Desde el pequeño pueblo de Martínez (en 1950: 1,144 hab.; población actual 114 hab.), en Ávila, España, en donde las opciones para estudiar y encontrar trabajo se limitaban a ingresar al oficio religioso o militar, entusiasmado por lo desconocido y por la tarea de ser misionero, fue persuadido por el padre José de la Jara, quien desarrollaba su labor pastoral en los barrios orientales de Managua, para emprender un viaje sin retorno. Llegó para quedarse en la pequeña, calurosa, polvorienta y afectuosa Managua de entonces, previo al terremoto de 1972 que destruyó la capital, para ser lo que hoy es.
Casi al final, cierra uno de sus últimos capítulos con el título que es una contundente declaración de principios: “Otro cristianismo y otro Dios son posibles”. Reconoce: “todavía me aferro a Dios, pero no a un Dios en un segundo piso o Dios heterónomo, … sino al Dios, Amor Originario, que es el origen de todo y ha estado y estará dentro, y no fuera del proceso evolutivo de la humanidad”. Afirma que en esas “ansias locas de búsqueda” encontró el libro “Otro cristianismo es posible” (2008) del jesuita austríaco Rogers Charles Lenaers (1925 – 2021) que en buena parte lo convenció de “sacarse de la cabeza el antiguo modelo del Dios allá arriba, en un segundo piso”. El teólogo y académico austríaco supera el lenguaje y enfoque medieval que ha prevalido hasta nuestros tiempos en la visión oficial y cultural del cristianismo, es sin dudas, un cambio sustantivo del enfoque tradicional y la oportunidad personal del encuentro con un Dios próximo, en uno, en todos y en todo.
En la vida que cuenta y en la existencia sobre que es posible relatar solo cuando se asume conciencia de ella, hubo entusiasmo y ganas de hacer lo que hizo, la pasión fue prevaleciente, dio entusiasmo a las circunstancias. Navegó entre los votos religiosos y la diversidad de devotos y religiosidades, entre la fidelidad al amor y la infidelidad a uno mismo y al otro, entre los deseos y la razón, entre la necesidad y la oportunidad, entre la confusión y las impulsivas certezas, entre los afectos y desafectos, las ilusiones y las decepciones, las esperanzas y desesperanzas, los compromisos fugaces y perennes, las traiciones propias y ajenas, entre lo humano y lo no muy humano, entre lo divino y lo que no es tan divino, entre los supuestos y las verdades fugaces, entre los insomnios y el sueño profundo, entre los ritos y las rebeldías, entre el pasado y lo que nunca ocurrió, entre el futuro y lo que no existe y nunca existirá, entre el propósito y el sin sentido de lo que se hace, se quiere y se piensa, de lo que se cree y se asume, en la búsqueda recurrente que no termina de encontrar, en el puerto adonde se llega y el ancla que por fin reposa en el fondo sólido para quedarse…
Entre esa multitud de cosas precisas e imprecisas divagan con propiedad las memorias de Félix Jiménez que, después de desechar lo inútil y descubrir las satisfacciones del tiempo vivido, nos permiten conocer al hombre detrás del rostro y debajo de las apariencias, pero, más allá de la persona y de su nombre, es un conjunto de reflexiones sobre las circunstancias y experiencias que podrán aproximar a creyentes y no creyentes en el tiempo y en el camino que les toca y quienes deciden asumir la vida con buena voluntad, esperanza y compromiso desde la libertad de los hijos de Dios…