A 500 AÑOS DE GRANADA Y SU GENTE
“Granada: la Sultana del Gran Lago (500 años de historia)” –febrero 2024, JEA Editor , 380 pp.) es el reciente libro del prolífico escritor nicaragüense Jorge Eduardo Arellano Sandino (Granada, 1946), referente indispensable de la investigación histórica y social, la cultura y la literatura, quien congrega un mosaico de textos publicados antes sobre acontecimientos, crónicas y personajes que son presentados con pinceladas propias por el vínculo afectuoso del diversificado autor que comparte su infaltable estilo desde la memoria prodigiosa que cultiva y la intensa recopilación bibliográfica en las que se inmiscuye con acuciosa e incansable atención.
La publicación panorámica hace una rápida e integral revista, -como si fuera un largometraje o un documental cinematográfico con múltiples escenas-, de las imágenes de la Granada que fue y que a veces se desvanece el tiempo y la que sigue siendo en un inigualable paisaje natural. y un entorno urbano casi inalterable. Hay junto al breve repaso de la memoria escrita, colectiva, arquitectónica y folclórica de la ciudad con su gente, un fervoroso homenaje a la que llama “aldea señorial y antañona”, “única en Centroamérica” y de la que Augusto C. Sandino dijo en 1933: “tiene enquistada la tradición en las paredes”.
Con infaltable devoción por el origen, el doctor Arellano reúne en seis partes veinte (20) ensayos y al inicio cuatro (4) textos introductorios en los que con seguridad muchos de los lectores –principalmente los granadinos- se sentirán identificados, encontrarán los parentescos y afinidades, las circunstancias, conflictos y pugnas, traumas históricos y algunas causalidades vinculantes del devenir local y nacional en las que desde aquel eje sociopolítico y cultural urbano y colonial, primero predominantemente liberal y después conservador, se designan o influyó –a pesar del rol secundario con respecto a León, capital; ambas, como dice el autor: “rivales y hermanas”- en la evolución de los acontecimientos y en buena medida el perfil y destino de la nacionalidad nicaragüense.
Granada cumple, en una fecha imprecisa e irrelevante del año, cinco siglos de haber sido fundada. Las fechas que se han considerado, según la tradición, las preferencias y quizás alguna que otra evidencia especulativa para la ocurrencia de tal acto jurídico conforme el procedimiento español de la época son varias, entre ellas el 21 de abril cuya inscripción estuvo en el arco de entrada a la ciudad. Esta fecha es argumentada, según Arellano, por Julián N. Guerrero porque “conmemoraban los españoles la rendición del rey moro Abdalah, después de la victoria de Lucena, considerada la acción militar decisiva para el logro de la unidad política de España”. Otros preferirían asumir celebraciones religiosas: el 15 de agosto, día de la Asunción de María, patrona de Granada, cuyo misterio católico, aunque fue declarado por Pío XII en 1950, en la tradición se reconoce desde el siglo V y en las celebraciones granadinas desde fines del siglo XVIII. La fecha probable o más cercana a la posible es el 8 de diciembre (actualmente inscrita en el arco de entrada a la ciudad), día de la Inmaculada Concepción de María, que es lo planteado por el historiador Carlos Molina Argüello a partir de documentos del Archivo General de Indias. Según la probabilidad histórica a partir de la cronología expedicionaria de los conquistadores, varios investigadores, entre ellos Carlos Meléndez, afirman que la fundación de la ciudad tuvo que ocurrir entre noviembre y diciembre de 1524, o quizás después de agosto. Otro asunto polémico que ha sido reactivado en esta ocasión se refiere a que si fue primero Santiago de los Caballeros de León y después Santiago de Granada o viceversa. Arellano defiende la primacía de la “Sultana del Gran Lago”. Todos reconocen que el tiempo transcurrido para la fundación de una y después la otra fue breve y ambas fueron establecidas por Francisco Hernández de Córdoba en el mismo año.
Aunque no se han encontrado las actas fundacionales de León y Granada, la evidencia de principios del año 1525, confirman que fueron fundadas a fines de 1524 por los aventureros españoles que invadieron estos territorios con ánimo de conquista para tomar posesión y controlar la tierra y la población, usufructuar las riquezas conocidas y supuestas, instalándose en núcleos poblacionales que habitaban los peninsulares y sus familias en la proximidad de los asentamientos que concentraban a los habitantes originarios para servirse de ellos en las labores de construcción, agrícolas, artesanales y el servicio a los nuevos señores venidos “de más allá” quienes llegaron para instalarse, quedarse y apropiarse.
Aquellos actos fundacionales inician de manera irreversible la nueva etapa histórica, la más conocida y documentada, que inauguró el sometimiento, aprovechamiento y extinción de la numerosa población existente, inició un proceso político, sociológico, económico y cultural que pretendió ocultar, olvidar y tergiversar el largo período anterior que los vestigios arqueológicos y otros han podido rescatar de manera parcial y que de alguna manera subsisten en el imaginario colectivo y la herencia genética del mestizaje que predomina. El modo de ser, vivir, hablar y creer de los habitantes de entonces fue sustituido de manera radical y violenta por el de los que, a pesar de ser minoría, se impusieron por la fuerza para doblar, dividir, atemorizar y convencer.
Los pobladores actuales de Nicaragua somos consecuencia biológica, social y cultural de los intempestivos sucesos que tuvieron como referencia el año de 1524 como continuidad de la incursión de Gil González Dávila y el inicio de la resistencia indígena en 1523 con Nicarao y Diriangén. La ciudad erigida a orillas del Lago Cocibolca, en la proximidad de la comunidad de Xalteva, es punto de partida y entorno referencial y próximo de la expansión conquistadora, de aquel prolongado y traumático encuentro-desencuentro.
El autor de “Granada: la Sultana del Gran Lago”, aunque menciona con brevedad la fundación de la ciudad y la vida en la época colonial, se centra en sucesos y referencias claves del siglo XIX y XX. Señala los lugares emblemáticos del centro urbano, las diversas opiniones que sobre la ciudad han expresado viajeros y otros, enumera cinco elementos básicos que caracterizan a la ciudad, dice: “su reconocimiento e integración a la Naturaleza, equilibrio ausente en la gran ciudad de nuestra época; y la superación de lo útil y funcional a través de una plena convivencia humana ejercitada en sus calles, plazoletas y demás centros públicos”. El estilo de vida y las costumbres granadinas, lo aldeano y comercial (principalmente cuando era ruta de comercio), el sentido del humor, el carácter pragmático y el “anti-intelectualismo”, la elegancia y la religiosidad peculiar, son parte de las pinceladas que Arellano muestra y recrea. La ciudad de unos diez mil habitantes de antes del incendio de 1856 y la que fue reconstruida después en el mismo lugar. Los políticos y oligarcas granadinos que gobernaron el país, la Universidad de Oriente y Mediodía y la enumeración de 240 tesis doctorales, las publicaciones periodísticas, las fechas y hechos memorables, el convento San Francisco y las iglesias, los obispos y la catedral, y sobre otras curiosidades y excentricidades granadinas que hemos leído con curiosidad y agrado…
Es un asomarse al pasado, ver el tiempo transcurrido a partir de los vestigios observables en el presente, descifrando e interpretando por detrás de lo que parece, es el placer de leer a un incansable y hábil narrador que recopila y recrea la historia viva en la dinámica de la gente que habita en una agradable ciudad que ha sido capaz de conservarse, reconstruirse, subsistir, crear y cumplir estos cinco largos siglos que son parte de nuestra historia común.
