México en el camino de Darío: un relámpago revolucionario
Los dos personajes claves de la identidad nicaragüense e indiscutibles referentes de la dignidad hispanoamericana en sus componentes de independencia cultural e independencia política, Rubén Darío y Augusto C. Sandino, tuvieron en México una particular influencia y fueron testigos, en el camino de sus vidas, del afecto que les brindó y de las convulsiones históricas del gran hermano del norte en las primeras décadas del siglo XX.
Los Estados Unidos Mexicanos, la primera nación latinoamericana cuya parte de su territorio fue agredido y vorazmente arrebatado por el naciente imperio estadounidense que movió con impunidad sus fronteras hacia el sur, lo que cultivó desde temprano en la conciencia mexicana un sentimiento nacionalista y algunos rasgos antiimperialistas ante la proximidad del poderoso vecino en expansión. Este país tiene la mayor población de habla hispana del mundo (22%), por lo que asume la capacidad de determinar las tendencias del idioma español e influir en la cultura mesoamericana que compartimos. Cerca del 20% de los 130 millones de habitantes son pueblos indígenas, la mayor en términos absolutos en el continente. El expresidente Andrés Manuel López Obrador reconoció: “México es una potencia cultural en el mundo” (sept. 2024).
En 1845 los Estados Unidos de América consumó la anexión de Texas y en 1846 se apoderaron de Alta California y Nuevo México con lo que usurpaban casi la mitad de la tierra mexicana. En el informe al Senado y la Cámara de Representantes el 4 de diciembre de 1854, el presidente Franklin Pierce, igualando las ambiciones de las potencias coloniales europeas como continuador de la intromisión neocolonial, se justificaba diciendo: “Algunas potencias europeas han contemplado con inquietud la expansión territorial de los Estados Unidos. Este rápido crecimiento ha sido resultado del ejercicio legítimo de derechos soberanos que pertenecen por igual a todas las naciones y que muchas de ellas han ejercido con liberalidad. En tales circunstancias, difícilmente podría haberse esperado que aquellas de ellas que en un período relativamente reciente han sometido y absorbido antiguos reinos, han plantado sus estandartes en todos los continentes y ahora poseen o reclaman el control de las islas de todos los océanos como su dominio apropiado, miraran con sentimientos hostiles las adquisiciones de este país, en todos los casos obtenidas con honor, o se sintieran justificadas al atribuir nuestro avance a un espíritu de agresión o a una pasión por el predominio político”. Las cúpulas imperialistas europeas y norteamericanas se reconocían, a pesar de sus contradicciones de dominación y posesión, como “zorros del mismo piñal”.
Hablemos de México en Darío, para quien, sin que fuera la política el ámbito de su fama, era un revolucionario innovador en el mundo de la literatura, fue un actor relevante imposible de obviar que influyó en la política, su presencia, creación poética y planteamientos lo ubicaban en la acera de la dignidad patriótica, la autodeterminación e independencia de los pueblos de Nuestra América, el antiimperialismo, el unionismo centroamericano e hispanoamericano, la solidaridad, el compromiso social, la libertad y la paz.
Octavio Paz se refiere a Darío como un fruto del mestizaje racial y cultural, y plantea la paradoja de que Darío se definía como “muy moderno y muy antiguo”. Traía del pasado, pero estaba en el presente, en la modernidad de sus creaciones literarias y en las ineludibles circunstancias en las que percibía e interpretaba el entorno político, social, cultural e histórico, y como asumía Sandino: “Siempre Más Allá”.
El académico y escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle escribió Rubén Darío y México (1957): “¿Cuándo empezó la curiosidad de Rubén Darío hacia México? Me parece que ella hubo de iniciarse cuando Ricardo Contreras –el padre de su primera esposa Rafaela Contreras-, a quien conoció en Managua cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional de aquella ciudad, quizá le habló de Juárez, de Cuauhtémoc y de otros mexicanos ilustres”. En realidad, a Contreras lo conoció de niño en León y desde las tertulias de la Casa de las Cuatro Esquinas, escuchó de Benito Juárez y la restauración de la República.
En el viaje de retorno a Nicaragua después de quince años de ausencia, procedente de Nueva York y París, a su paso por Panamá expresaba su intención de visitar México. Nuevos Ritos publicó (15.11.1907): “Va el poeta para Nicaragua, su tierra natal, en donde ha de dilatar un mes arreglando asuntos de familia. Después seguirá a México seguramente, pues el maestro Justo Sierra, en nombre de la briosa intelectualidad de la tierra Azteca lo ha invitado con insistencia a visitar la hermosa Tenochtitlán”.
Justo Sierra (1848 – 1912), el destacado intelectual mexicano, el fundador del Modernismo lo conoció en París, le escribió el prólogo de Peregrinaciones (1901): “Así atraviesa el poeta hispanoamericano la Europa de la civilización, grande, lento, siempre bien pergeñado y elegante como quien flane (pasea) por un inmenso bulevar”. Agregó: “Darío ha entrevisto y nos ha hecho sentir un sonido más, no percibido antes de él”. Darío dedicó al gran pensador mexicano el poema “Toast” (abril 1901), de él dijo: “alma tan transparente y sonora que admira”. El académico y político fue ministro de Instrucción Pública durante el último período de Porfirio Díaz (1830-1915), incapacitado de poder hacer algo, sufrió con vergüenza la ofensa al insigne y apreciado poeta en su única visita posible a México en septiembre de 1910, el mismo año de la publicación de Poemas de otoño y otros poemas (Madrid, enero 1910) y del célebre Canto a la Argentina (edición especial de La Nación, 25.05.1910), -su más extensa creación poética-, para conmemorar el primer centenario de la Independencia de Argentina.
Desde aquella visita inconclusa, Darío, antes de salir de Europa, atribulado por el inicio de la Gran Guerra, volvió a expresar su intención de volver a México. El 14 de septiembre de 1914 desde Barcelona escribió a Julio Piquet, amigo y representante de La Nación en Europa: “Me voy a América, lleno de horror de la guerra, a decir a mucha gente que la paz es la única voluntad divina. Comenzaré por los Estados Unidos y el México devastado por fraternales rencores.”
Desaire y relámpago revolucionario
Cuando el 20 de agosto de 1910 el Dr. José Madriz, sucesor de Zelaya, entregó forzado la presidencia de Nicaragua a José Dolores Estrada, hermano de Juan José Estrada, quien dirigía la contrarrevolución conservadora para derrocar al gobierno liberal con apoyo norteamericano, Darío, procedente de Madrid, cruzaba el océano rumbo a Veracruz. Había sido delegado por el gobierno de Nicaragua (junio 1910), con Santiago Argüello, en la celebración del centenario del Grito de Dolores en México. En la escala de Santander, el 22 de agosto, se enteró por un diario local del derrocamiento de Madriz. A su paso por La Habana (2 de septiembre), el poeta declaró: “Este cambio no puede traer consecuencias enojosas para mí. Voy a México en calidad de embajador especial en las fiestas del centenario del Grito de Independencia. Mi misión nada tiene que ver con la política”. Pero, el nuevo gobierno de Nicaragua revocó su representación y Rubén se convirtió en noticia internacional. Argüello permaneció en la conmemoración al lograr la representación de Bolivia en el evento, lo que generó cierto malestar de Darío hacia el compatriota con quien integraba la frustrada delegación de Nicaragua.
Al llegar al puerto de Veracruz el 5 de septiembre, el diplomático Rodolfo Nervo, hermano de su amigo Amado Nervo, le comunicó de manera oficial que sería recibido como “huésped de honor”, pero no como representante de Nicaragua. Después, el general Maas lo visitó, le expresó saludos de Justo Sierra Méndez, Ministro de Instrucción Pública, y le pidió no viajar a la capital ya que el presidente Díaz no lo recibiría, porque el gobierno que lo nombró había sido derrocado por la intervención norteamericana. La decisión mexicana que supuestamente cedió a las presiones de Estados Unidos generó multitudinarias protestas estudiantiles en Veracruz y el Distrito Federal en solidaridad con Darío y Nicaragua.
Según Edelberto Torres: “Ramos Martínez y el secretario Torres Perona se ocupan de arreglar el viaje de regreso, sus amigos lo llevan al pueblecito de Teocelo de Díaz, donde es recibido por los escolares que riegan de flores su camino, cantan salutaciones y claman vítores”. Sobre este incidente Rubén Darío narró su desventurado viaje al menos en dos ocasiones: la primera, en La Nación de Buenos Aires en el artículo Films de travesía (20 de octubre 1910), y la segunda en el capítulo LXIV de su autobiografía. Ambas notas coinciden en general, pero revelan algunas apreciaciones distintas. En La Nación refiere que don Porfirio es “el señor Presidente Díaz” quien le hizo “el honor de expresarle su amistad en un telegrama”. En la segunda, dos años después, habla con un tono distinto (Porfirio Díaz fue derrocado por la Revolución Mexicana en mayo de 1911): “Por la primera vez, después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa del viejo cesáreo que había imperado”. Pasados tres años, en el relato Huitzilopoxtli, lo califica de emperador. No fueron casuales las protestas y la movilización antinorteamericana, antigubernamental y de solidaridad que desencadenó el desaire a Darío lo que se sumaba al descontento popular-, ya que Veracruz –el estado y el puerto-, es considerada “pionera de la revolución mexicana” porque fue el centro del acontecer del bando triunfante.
Algunos analistas afirman que la presencia de Darío en Veracruz y la decisión de Porfirio Díaz de no permitirle participar en las conmemoraciones del centenario, exacerbaron el sentimiento revolucionario y antiimperialista que se venía gestando. A las numerosas expresiones populares de afecto al nicaragüense se sumó el repudio en contra de la injerencia norteamericana en Nicaragua y a la actitud asumida por Díaz. El 20 de noviembre de 1911, cuarenta días después, estalló la Revolución Mexicana.
La presencia de Darío y el desaire oficial fue una especie de relámpago revolucionario que se sumó a la rebeldía pública. Estuvo siete días en Veracruz, pasó por Xalapa y Teocelo. El escritor y diplomático Alfonso Reyes (1889 – 1959) escribió: “Rubén Darío fue a México… para la celebración del centenario de la Independencia mexicana… sobrevivieron días aciagos… el conflicto entre Nicaragua y los Estados Unidos se reflejaba en México por una tensión del ánimo público. La nube cargada, al menor pretexto estallaría. Y ninguna ocasión más grande para desahogarse con el yanqui que la llegada de Rubén Darío. El hormiguero universitario pareció agitarse. Los organizadores de sociedad, los directores de manifestaciones públicas habían comenzado a distribuir esquelas y distintivos. La aparición de Rubén Darío juzgóse imprudente; … Darío quedó detenido en la costa de Veracruz. De allí se le hizo pasar, incógnito, a Xalapa… En la Habana estaba cuando la celebración del centenario”. Siete días después de su arribo, el 12 de septiembre, había salido triste y meditabundo de Veracruz.
Al llegar al puerto hubo un jolgorio popular, entre “vivas a Rubén Darío y a Nicaragua y mueras a Estados Unidos” según relata Jordi Soler en el artículo publicado en Milenio (2016). Mientras los otros invitados abordaban el tren expreso para la capital mexicana, Darío era alojado en el hotel Diligencias. Le comunicaron que permanecería unos días en Veracruz y que quizás, cuando la delegación norteamericana partiese, podría ir a la capital. La presencia de la delegación de los Estados Unidos había provocado múltiples manifestaciones en la ciudad de México y la opinión pública estaba enterada de la grosería indecente contra Darío. El poeta fue percibido como “defensor del honor latinoamericano frente a la intervención yanqui en Nicaragua”. Darío recordó en sus memorias (1912) que en aquellos días “los estudiantes en masa, e hirviente suma de pueblo, recorrían las calles en manifestación imponente contra Estados Unidos”.
Doce años antes de lo ocurrido en Veracruz, Darío había publicado “El triunfo de Calibán” (1898) ante el agresivo posicionamiento geopolítico norteamericano en América al arrebatar las últimas colonias al decadente poderío español: “Desde Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Más he ahí que del Norte, parten tentáculos de ferrocarril, brazos de hierro, bocas absorbentes. Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua; Méjico está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; … Cuando el porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa”.
Seis años antes, en 1904, reafirmaba desde la profecía poética de bardo, en la oda A Roosevelt: “Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor, / de la América ingenua que tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.
Cuatro años después publicó Huitzilopoxtli. Leyenda mexicana (1914) con cuyo relato, ambientado en el norte de México durante la revolución de 1910, inauguró la narrativa moderna Hispanoamericana: “Pancho Villa, el guerrillero y caudillo militar formidable” …/… El coronel y padre Reguera, un antiguo fraile que, “joven en tiempo de Maximiliano imperialista, naturalmente, cambió en el tiempo de Porfirio Díaz de emperador, sin cambiar en nada de lo demás.” …/… “Porfirio dominó, decía, porque Dios lo quiso. Porque así debe ser” …/… “Pero a Porfirio le faltó la comunicación con la Divinidad… ¡Al que no respeta el misterio se lo lleva el diablo! Y Porfirio nos hizo andar sin sotana por las calles. En cambio, Madero…” …/… “Sin Madero no se hubiera dejado engañar… – ¡De los políticos!… – No hijo; de los diablos…”