Así vio la luz Rubén Darío
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Así vio la luz Rubén Darío

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January 17, 2025

“Después de un parto como Darío, Centroamérica tiene derecho a un siglo de convalecencia”.

Eliseo Pérez Cadalso (Honduras, 1969).

 

“No es cosa de escuela, sino de actitud. Es líder indiscutible del renacimiento literario que,

gestado en América, se reflejó en el viejo solar, ganando con ello un lugar en la historia literaria

de América Latina y el mundo en lengua española”.

Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel de Literatura 1956).

 

Rubén Darío no nació “en cuna de oro” ni su existencia transcurrió “en un lecho de rosas”. Cuando el niño vio la luz la mañana del viernes 18 de enero de 1867, su madre, Rosa Sarmiento Alemán (Chinandega, 1843 – San Salvador, 1895), tenía unos tres días de haber llegado en carreta tras recorrer ochenta kilómetros desde León a Metapa –hoy Ciudad Darío-, con la intención de quedarse en una finca de unos parientes en Olominapa a veinte kilómetros al S.E.  Los achaques de su avanzado estado de embarazo le impidieron continuar por los pedregosos y accidentados caminos azotados por los fuertes vientos de la temporada.

Así vio la luz Rubén DaríoEn la premura de las circunstancias, debido a que doña Cornelia Mendoza, la partera del pueblo también estaba por dar a luz, tuvieron que llamar de urgencia a doña Agatona Ruiz de Gutiérrez, de una de las principales familias del lugar y conocedora de esos asuntos por ser madre de varios hijos quien atendió solidaria a las dos parturientas. Ese día nacieron, de Rosa un varón a quien llamó Félix Rubén, y de Cornelia otro varón a quien nombró Dolores.

Cuando el niño vio la luz la familia que lo trajo al mundo ya no existía, la madre, prima en tercer grado de Manuel García Rojas (León, 1820 – 1888) –conocido como Manuel “Darío”-, quien había sido forzada “por conveniencia” a casarse el 16 de abril de 1866, decidió dejarlo por el conflictivo comportamiento del marido. El embarazo de la joven de 23 años, cuyo esposo le duplicaba la edad, fue tormentoso hasta que tomó la decisión de irse lejos.  Las tristezas, desilusiones, enojos, confusiones y carencias de la mujer fueron absorbidas por la nueva vida que crecía en su vientre.

Así vio la luz Rubén DaríoEl recién nacido cargó con los sufrimientos de origen. Después del dificultoso parto en el que luchaba por vivir, parecía que la tenue luz de su existencia se extinguía por el agotado aliento y la debilidad del cuerpo. En el entorno rural de la pequeña aldea, ante el riesgo de que no viviera, su madre y los que la atendían, llamaron con urgencia al joven leonés Francisco Artola, amigo de la familia de Rosa, que tenía una hacienda llamada Arvizú, para que le echara “agua del socorro”. Algunos cuentan que, pasados varios días, el cura del lugar, padre Francisco Salinas, bautizó al niño que continuaba aferrado a la vida, fue el padrino Francisco Artola. El registro de tal suceso no se encuentra en el libro de bautismos de la parroquia, aunque si el de Dolores quien lo acompañó al nacer con un nombre que pareciera una premonición.

El paso por Metapa de la acongojada mujer fue casual y silencioso, no llamó la atención a nadie; del nacimiento y los antecedentes que la obligaron a salir de León quizás solo se enteraron las personas más cercanas que con generosidad la atendieron. Fue un parto bajo un decaído estado emocional, agotada por las condiciones del viaje y ahogando en ella la angustia de sus circunstancias.

Antes de cumplir cuarenta días, su tío abuelo, el coronel Félix Ramírez Madregil, a quien siempre consideró su padre, esposo de la tía abuela materna doña Bernarda, quienes lo criaron, lo llevaron a León en donde, el viernes 3 de marzo de 1867 fue bautizado por el presbítero José María Ocón en la capilla del Sagrario de la Catedral con el nombre de Félix Rubén.

Habiendo vencido a la muerte, quizás al año siguiente, la madre y el niño salieron con el joven hondureño Juan Benito Soriano hacia San Marcos de Colón (Las Lajas). Transcurridos cuarenta y tres años (Buenos Aires, 1912), Rubén Darío contó en su autobiografía: “Mi primer recuerdo –debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me cargada a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas tierras- en el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora delgada, de vivos y brillantes ojos negros ¿negros?… no lo puedo afirmar seguramente… más así lo veo ahora en mi vago y como ensoñado recuerdo-, blanca, de tupidos cabellos oscuros, alerta, risueña, bella. Esa era mi madre”.  Hasta aquel lugar fronterizo nuevamente su padre de crianza por quien fue nombrado Félix, lo fue a traer para dejarlo en León. El difuso recuerdo de la madre se esfumó (“La imagen de mi madre se había borrado por completo de mi memoria”), su entorno familiar fueron sus padres de crianza. De Manuel García no supo que era su padre hasta pasado mucho tiempo. A Rosa la volvió a encontrar dos décadas después, sin que pudiera reconocerla.  Hacia ambos no cultivó vínculos de afecto: “… peor que no tener padres es saber que existen y que, no obstante, jamás lo serán de veras” (Torres Bodet, 1966). En sus conscientes e inconscientes Así vio la luz Rubén Daríointerioridades guardó una eterna orfandad, navegó entre las carencias de afecto, la melancolía y la búsqueda insaciable en el propósito que asumió con firmeza como destino.

En la niñez e inquieta adolescencia, ya sin su padre de crianza que falleció cuando tenía unos cinco años, quedó bajo los cuidados y la escasez de la generosa tía abuela que fue soporte emocional y referente familiar. Quizás en la ciudad pueblerina de entonces, con la mezcla histórica colonial, clerical, liberal y universitaria, circulaban las habladurías sobre el ausente y dudoso padre biológico del niño de las Cuatro Esquinas que comenzaba a ser conocido como el “poeta niño” en las procesiones del Señor del Triunfo de Semana Santa por los versos que escribía y que colgaban en los arcos de las calles, por los poemas que hacía para amigos y vecinos…

Nació en el viaje que emprendió su madre y fue, desde agosto de 1882, -a los quince años-, cuando salió para El Salvador, un incansable, inquieto y curioso viajero, ávido de descubrir y renovar el mundo de la poesía y la prosa hasta el retorno definitivo a la tierra natal en noviembre de 1915.

La primera luz que el inocente niño comenzó a percibir fue tenue, parecía que se apagaba, en esa disminuida claridad del accidentado nacimiento en un origen confuso, encontró el destello certero de la esperanza providencial, -uno de sus soportes indispensables-, y con decidida persistencia, -la condición de sobrevivencia y éxito-, venció la adversidad –constante en su camino-, sorteando las dificultades y sus fragilidades hacia el propósito de su vida.

Fue un hombre tímido y silencioso, de pocas palabras habladas y de intensa capacidad para escribirlas con perfección, escuchador atento, observador acucioso y lector incansable, autodidacta, visionario e innovador de la lengua. “El genio que cambió el idioma”, reconoció Pablo Neruda. Para Jorge Luis Borges: “cuando un poeta como Darío ha pasado por una literatura, todo en ella cambia. No importa lo que hayamos leído. Una transformación misteriosa, inasible y sutil ha tenido lugar sin que lo sepamos. El lenguaje es otro”.

Emprendió el arduo recorrido que transcurrió durante cuarenta y nueve años (Metapa, 18 enero de 1867 –  León, 6 de febrero de 1916), desde el abismo a la cima como refiere Jaime Tórres Bodet en la autobiografía del genio que se remontó a la mayor altura de la literatura universal navegando contra la corriente, como un improbable Cisne negro que causó gran impacto, desde la periferia y la adversidad, a la gloria y la inmortalidad.

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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