EL LARGO CAMINO DE JERÓNIMO ÁLVAREZ
Don Jerónimo Álvarez Rodríguez (Masatepe, 1917) carga con sus años la lucidez de la vida honesta, el sólido compromiso por lo que cree y la serenidad ante las cosas cotidianas, sus compañeras. Lleva en sus recuerdos la convulsionada travesía de casi todo el siglo XX en este nuestro “nicaragüense sol de encendidos aros”. Se erigió humilde y esforzado desde sus orígenes de los cuales no renegó ni oculto ni huyo, sino acogió en la base firme de sus principios. Sus versos escritos desde la temprana madurez, han esperado un largo camino para ver por fin la luz. Si seguimos la pista de sus poemas, marcan como un sendero la historia pasada y sus vivencias, no ajenas la una de la otra, una es parte de la otra. En ellos yace irreductible el luchador de siempre que no termina nunca de buscar, del hombre emprendedor y entusiasta, del locutor, periodista, activista, político y dirigente, dedicado e ingenuo, del enamorado y romántico esposo de Doña Ida Krüger (1923 – 2001), quien llevaba en sus venas el verso y la música; padre, ciudadano común, católico, revolucionario, cronista y quien hoy se revela al silencio: el poeta… Ha sido prolongado el esfuerzo pero meritorio el día en el cual por fin el poemario titulado “Trepanación poética” tiene la forma material de un libro, pero es más que eso, como su nombre lo indica, es, a través de la revelación de lo escrito, la perforación de su vida y el taladrar con palabras y metáforas en la armazón de sus huesos, no tanto en el esqueleto físico perecedero, sino de esa estructura inmortal del alma. Están recopiladas apenas una breve y excluyente selección de sus versos; y la prosa ¿Dónde está? Quizás después algo de lo falta salga.
Ahora, en la plenitud de su existencia, con su cuerpo gastado y sus ralos cabellos blancos, con la alegría de la vida vivida y por la oportunidad de seguir viviendo, con el placer que se encuentra en las cosas comunes: en el despertar y la luz del amanecer, en los ejercicios matutinos y la caminata cotidiana, en la leche agria fresca de las nueve de la mañana, en la mecedora con su balancín para airearse en el porche de la casa, en la siesta al comenzar la tarde, en los libros que saca de los estantes y en los que salta de una página a otra y de uno a otro para recordar lo leído, en la misa semanal, en la oración cotidiana, en el saludo y la plática con sus hijos, en el traguito ocasional después de una sopa dominguera o en el diálogo ameno, a veces entrecortado por los olvidos, con los amigos y amigas de sus hijos, que son también sus hijos y amigos.
La conversación, cuando salta hacia un hecho histórico, despierta en él lejanos y apasionados recuerdos. Vibra su voz y vuela su espíritu. Desde la fundación de la antisomocista Unión Nacional de Acción Popular (UNAP) de efímera existencia en 1949, surgida del compromiso de jóvenes de aquel entonces que pretendieron ser diferentes a lo que era la clase política; participó junto a otros veinticuatro, entre ellos Emilio Álvarez Montalván (1919), Arturo Cruz Porras (1923), Ernesto Cardenal (1925), Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (1924–1978), René Vivas Bernard (1922-1995) y Reinaldo Antonio Téfel (1926-2001), quien fue el de la idea original. Recuerda que a fines de 1949, recogieron piedras de la vieja y abandonada Hacienda de San Jacinto e erigieron, en un gesto de rebeldía, un monumento en la esquina Sur-Oeste de la vieja catedral de Managua; a pesar del olvido, todavía se conservan con el rostro incrustado de José Dolores Estrada las rústicas piedras de los corrales de donde fue la más conocida y victoriosa gesta contra los filibusteros en 1856. La efímera existencia de ésta organización elitista e inmadura, concluyó cinco años después por el fallido intento de derrocar al Dictador en el movimiento armado de abril del 54 en el cual algunos de los integrantes de UNAP se involucraron. Recuerda la muerte del fundador de la dinastía somocista en León en 1956, la masacre estudiantil del 23 de julio de 1959, las crisis del partido conservador, aquellas mismas cosas que recogió Enrique Alvarado en su publicación: “¿Ha muerto el Partido Conservador de Nicaragua?” (1993), la masacre del 22 de enero de 1967, la campaña electoral de Agüero, el Kupia Kumi, la decepción por la traición y el fracaso, el terremoto que destruyó Managua, la lucha sandinista, la insurrección popular y el Triunfo de la Revolución…
Don Jerónimo, este hombre pequeño y moreno, de boina y que usa el bastón con elegancia, camina aún firme por los andenes y callejones de la Colonia Centroamérica, conoce la ruta de ida y de regreso sin perderse, ha sabido siempre hacia a donde va. Esos mismos rincones han sido cruzados por tantos ilustres hombres y mujeres, sus vecinos de antaño, algunos idos demasiado temprano, como el pintor Genaro Lugo (1935–2010) y Emigdio Suárez (1936-1995) otros aún vivitos con la llama encendida como Danilo Aguirre (1939) y Virgilio Godoy Reyes con fortaleza de roble luchando desde su misma esquina y algunos otros más inquietos todavía haciendo averías, según la queja común del vecindario por las tertulias amanesqueras que durante las noches organiza el muy bien conocido Josecito Cuadra Vega (1915) y dicen por allí, que Don Jerónimo también hace las suyas.
Fue conservador durante los viejos tiempos de Nabucodonosor, siempre fue antisomocista de decir y hacer, nunca recibió nada de nadie porque ha sido indoblegable, sufrió la represión del régimen de Somoza, alzó su voz en los micrófonos ahora olvidados, expresó sus ideas en las crónicas escritas y perdidas, lanzó al aire en las tribunas de mítines bajo cielo abierto y en reuniones a puertas cerradas, sus emotivos y comprometidos discursos, sus lúcidos argumentos y acaloradas arengas. Se hizo sandinista por convicción, ha sido antiimperialista por el profundo conocimiento de la historia a la que de vez en cuando vuelve para no olvidarla. Jamás fue envuelto por los halagos ni por los vicios del poder ni por la riqueza, ha sido consecuente con sus pensamientos y sus actos.
Esta publicación reúne setenta y siete poemas fechados entre 1957 y 2001 sobre diversas temáticas. En “Síntesis” (1957) se confiesa enamorado: “Quiero sentirte en mi sangre / para que tu sangre / sea la sangre mía”. Sensitivo y comprometido en “Pobre niño proletario” (1957), “El indio Juan” (1995), en el extenso poema “La interrogación del mundo” (1957), lleno de reclamos e inconformidades, de pronósticos y riesgos, y en “Niño de Vietnam” (1969). Los acontecimientos de la historia nacional tan tormentosa y esperanzadora en “Poema 23 de julio” (1959), “Allá en las montañas del Norte” (1974) sobre Amada Pineda, “en la maraña verde de sus ilusiones”, no olvida a la joven que “emerge de las espumas del verde mar de las montañas”: Brenda Rocha (1982), a “Carlos Fonseca” (1982) “con anatomía transparente y quijotesca” y “Yo acuso en nombre de los muertos” (1985). Su fe y esas dudas humanas en sus floridas y devotas composiciones: “El retorno hacia Cristo” (1962), “Plegaria” (1984) donde pregunta: “¿Cuándo vendrás con tu rebenque / para sanear tu templo, Señor?” y “Perdón Señor” (1995) donde implora: “dadme un poquito de tu aceite / porque el mío se está acabando”. Sobre su familia: “Para mi madre” (1969), y para su esposa, la acompañante de claros ojos, delicada y sencilla, sajona e india y para sus hijos que anuncia querer sin distingos porque “todos nos queremos”: “Canto de amor para mí esposa”. No se olvida de los poetas y de otros raros como Neruda (1973), Lorca (1997), Manolo Cuadra (1957), Carlos Martínez Rivas (1994), Erwin Krüger (1973), y casi al final incluye sus “Cantares” tan musicales y juguetones.
Se ha tomado el tiempo para vivir su prolongado tiempo con intensidad y esperanza. Ahora, tiene paciencia porque trata de vencer los obstáculos y las limitaciones impuestas por el cuerpo que es capaz de superar a medias sólo con la firme voluntad de vencer. Desde la límpida y gloriosa quietud, casi en el olvido, para evitar el olvido, se toma la libertad para cantar sus emotivos versos y alzar su sonora voz. No se rinde; lee, escribe y cuenta, habla, escucha, ríe y sueña…