RESACAS SOCIALES ARRASTRADAS POR AÑOS
Caminando durante los días de inicio de año, en las mañanas, temprano, o en las tardes, cuando el sol baja pero no termina de irse, al no poder disfrutar del campo natural que prefiero, recorro las aceras, cruzo las calles, voy por los atajos, veo a la gente y observo la rutina urbana. Noto a la orilla, en cunetas, cauces y predios, la basura amontonada, latas, bolsas, empaques, envases de poroplast, plástico y vidrio…. Lamento la contaminación interminable que llega al lago y el daño que nos causamos. Los contenedores se rebalsan y en donde no hay, los desechos de dispersan sin control.
Cuando se viaja en carro no se ve el abandono ni las tragedias humanas que nos rodean. Se dice, en el oficio de policía, por ejemplo, que la mejor vigilancia es la que se realiza a pie y no la que utiliza patrulla motorizada, por que pasa de prisa sin percatarse de nada. Debería ser obligación de funcionarios públicos y líderes de cualquier gremio, caminar y ver, no solo en temporadas de campaña y promoción personal, sino durante la cotidianidad, no cuando todo se decora artificialmente, sino principalmente después de las festividades, cuando queda, sin arreglos ni maquillajes, el rostro real de las personas y su entorno. Quienes viajan solamente en autos particulares, con ventanas cerradas y aire acondicionado, con vías libres y escoltas, no sienten el calor de afuera ni el riesgo ni el polvo ni el mal olor de los basureros y menos, los humores y angustias de la gente. A lo sumo, se puede ser espectador ajeno que pasa sin detenerse a mirar ni sentir. Caminando se ven las cosas tiradas, el rostro de las personas que deambula, las fachadas de las casas, la cotidianidad y el movimiento que al amanecer comienza a activarse paulatinamente y cuando cae la tarde se exacerba.
Después de las fiestas, principalmente las de diciembre, celebraciones que no todos gozan, quedan los desperdicios que unos tiran y otros escarban en los vertederos que proliferan y en los recipientes que los guardan. Las resacas urbanas, evidenciadas por la abundancia desparramada, afean y enferma, la violencia con sus tragedias, las deudas por apariencias, las ansiedades insatisfechas que el mercado impone y que asumimos como necesidad absurda y el abandono que sufren las personas más vulnerables.
La ciudad está sucia, mas sucia que antes, tiene el rostro demacrado, los estantes vacíos, los abundantes beneficios que el comercio genera engrosan las arcas de quienes pueden, las luces coloridas todavía encendidas, aburren, los adornos se desgastan, todavía permanecen remanentes de la campaña política reciente, algunos buscan entre los desperdicios lo que otros tiran. Algo falta cuando a otros sobra, a quienes sobran cosas, falta con frecuencia lo esencial.
En un semáforo un joven de veinticuatro años de aspecto demacrado, ojos fijos, ropa raída mal abotonada, lleva en una mano un trapo y en la otra, un recipiente plástico de contenido amarillento, desde donde, sin despegárselo de la nariz, absorbe pegamento de zapato. Le hablo y me cuenta sentado en la cuneta sin interrumpir su dañina obsesión. Tiene dos hijos que abandonó con la madre, vive en la calle desde hace quince años, duerme donde le agarra la noche, pide dinero en el semáforo, una parte es para comer, con otra, compra pega por veinte pesos en el mercado Roberto Huembés.
Las calles desoladas, escasos vehículos circulan, salteada la gente en las paradas y andando por las aceras. El cielo gris, amenaza la brisa, el viento fresco sopla irregular, todo lo agita, se lleva ilusiones y promesas, los compromisos se ahogan, algunos sobreviven renovados.
Mas adelante, en una rotonda, un niño de trece años observa. Dice no conocer a sus padres, puede ser que mienta, tal vez abandonó la casa, desde los ocho vive en la calle de lo que le dan y roba. Lleva en la mano una piedra, en la otra un frasco de vidrio. Me acerco y pregunto ¿adónde vas? Dice que apedreará una vivienda que se divisa próxima; le robaron una cabeza de plátano que sustrajo de una camioneta en el semáforo; “el viejo que vive allí, me la robó, voy a quemarle la casa”, insiste. Finalmente, persuadido, desiste, deja la piedra. Sobre lo del frasco, no contesta; con la nariz inhala indiferente perdiendo la capacidad de escuchar…
El desorden, la suciedad y el abandono, expresión de deterioro personal y social, externo e interno, económico, cultural, espiritual y moral. Las tragedias humanas afloran en nuestro alrededor entre la basura creciente que desecha el desarrollo desigual, ante la vista pública y particular con frecuencia indiferente, por la costumbre que todo lo acepta, por la algarabía que tapa realidades, la grandilocuencia y el despilfarro entre la pobreza y la iniquidad egoísta, y ante lo cual, de alguna forma, somos culpables.