ADOREMOS AL SOL, CON LOS PIES EN LA TIERRA
“Si existen hombres que excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma manera”. Francisco de Asís.
No era equivocado, -como se rechazó con exceso autoritario por el Occidente medieval y moderno- que las culturas precolombinas y extintas civilizaciones “adoraran” al Sol, la Luna, las estrellas, la lluvia, la naturaleza,… y diversas manifestaciones que del entorno les sorprendían. Ello llevó a una –lamentablemente casi extinta- actitud de respecto, –démonos cuenta que tenemos que volver con urgencia a ella- hacia las distintas e incomprensibles manifestaciones del universo lejano y cercano, que indudablemente ocultaban, detrás del misterioso esplendor, una voluntad inteligente y superior detrás.
Al “venerar” y respetar esas expresiones, en la simplicidad, quizás sin saberlo, pero percibiéndolo en la cotidianidad del que no requiere entender mas, los rostros con los que se presenta, “Quien no tiene Nombre” y llamamos Dios, a quien no es cierto que no veamos, al contrario, está aquí, dentro y fuera, cerca y lejos, eternamente rondando aunque cerremos las puertas y pongamos aldabas.
Si aprendiéramos del mensaje fraterno de Francisco de Asís de hace ochocientos años, refiriéndose a las cosas, aparentemente insensibles, materiales, mayúsculas y minúsculas: el hermano Sol, la hermana Luna, las hermanas estrellas, el hermano gusano… ¿Qué mundo distinto sería posible? Cuando, en la arrogancia de ser inteligente y evolucionado –agobiado por tecnologías, comunicaciones, ruidos y contaminaciones- con lo que nos calificamos -¡qué ingenuo hemos sido!-, llegamos a creer que no necesitábamos de nadie por creernos suficientes, siendo realmente dependientes del todo incomprensible, pero que solo en él, nos engrandecemos y en la complementariedad inseparable, importante es el grano de arena, el pasto verde y seco, un animal que se arrastra, un pájaro que vuela y se pierde a nuestra vista, el agua de la quebrada que desemboca al mar, el viento, la abeja que al buscar el néctar, poliniza y ayuda a producir nuestro alimento.
Cuando adorábamos al Sol ¿a quién adoramos? Respetemos al coloso, todavía joven, que no llega ni a la mitad de su existencia cósmica, muchas veces más grande que la Tierra, respetemos sus movimientos y tormentas, aprendamos a convivir con él, no podemos evitarlo, comprendámoslo, amémosle, su calor nos acoge, su luz es vida. Adoremos a la Luna, veamos que sus movimientos regulan las mareas, marcan el ritmo de la flora y la fauna. Los astros se alinean y giran, se alejan y acercan en un orden, nos atraen con su gravedad, condicionan desde la distancia que se expande, la evolución continua. Démonos cuenta de lo que hay más allá, aprendamos desde donde estamos.
Con el agua, el aire, la tierra, los animales, las plantas, convivimos, no como subalternas, sino como compañeros de un viaje circular que nos lleva adonde no sabemos. Estamos constituidos del mismo material que nos rodea. La composición genética de los animales tiene pequeñas diferencias a la nuestra. La capacidad de “comprender” no debe hacernos arrogantes, sino sencillos, la de observar, debe cultivar en el ser humano humildad. La comprensión no es racional sino sensitiva e intuitiva. Debemos bajar de la altura egoísta al suelo, abrazarlo, besar la tierra, sumergirnos en el agua, agitar el viento, llenar agradecidos nuestros pulmones, saludar, cada mañana, al Sol que “sale”, y a la Luna cuando en la noche “asome”, contar las estrellas dispersas y alzar la mirada en lo posible, aunque es poco lo que vemos, soltemos la imaginación sin ataduras.
Es necesario, elevar la vista al cielo y expandirnos, pero pongamos primero los pies sobre la tierra, veamos nuestro alrededor, respetemos con “devoción” a quienes están a nuestro lado, los iguales, entre necesarias diferencias, los seres vivos e inanimados, a los humanos que comparten nuestra existencia. Convivamos solidarios, sin olvidar el origen y destino común, sin evadir la responsabilidad compartida. ¿Por qué la destrucción, la guerra, la pobreza, la desigualdad, el maltrato, la violencia, el daño verbal y físico? ¿Cuál obligación nos corresponde? Busquemos, desde la creencia religiosa, política, social, filosófica, académica, cultural, que asumimos, un compromiso que se manifieste en lo próximo, el prójimo, dice el Evangelio, allí nace el Sol y se ocultan las estrellas, venerémosle.
¿Qué es un nuevo amanecer, qué una nueva conciencia? ¿Cómo volver a la armonía universal usando nuestra inteligencia, sensibilidad, intuición, desarrollo y comprensión, para que, sin darle vueltas, seamos partícipes de lo que somos parte? No desde arriba, no estamos arriba, sino desde la existencia temporal minúscula y cambiante que a veces pensamos pasa, pero, sin percatarnos, permanece.
Aprovechemos la Cuaresma para encontrarnos.