La gente de “ciudades subterráneas”
Los sitios y gente de la ciudad que los turistas ven y visitan, con los que la mayoría de quienes leen estas páginas se relacionan, no son de entornos urbanos subterráneos en donde habitan, en un submundo desconocido y olvidado, numerosos seres humanos; son condiciones infrahumanas, de ilegalidad, informalidad y exclusión, frágiles márgenes de subsistencia y alta vulnerabilidad. Sufren, aman y creen, construyen esperanzas sobre sus decepciones, muchos tuvieron la “suerte del azar” por nacer en esas circunstancias, un entorno que es capaz de atrofiar casi todas las capacidades.
Desde mi anterior oficio policial –ahora como escritor, académico y consultor-, que como dicen, son aficiones y experiencias que se cargan toda la vida, conocí, en diversos países, acompañado por colegas, esas partes escondidas (evidentes), en donde sobreviven los excluidos, a quienes con frecuencia, la otra ciudad, opulenta y superpuesta, ignora.
En Madrid, vi en una calle, grupos de jóvenes sentados, que se inyectaban drogas y, en una esquina, a varias mujeres, de distintas edades y orígenes, incluso algunas –me impresionó-, en avanzado estado de embarazo, para satisfacer las exóticas exigencias de los clientes. Otras encontré, hace unas semanas, en una esquina de Managua.
El escritor Fernando Vallejo (Colombia), cuenta en “La Virgen de los sicarios”, una historia en donde los jovencitos, vecinos de barrios marginales enredados en la delincuencia organizada, previo a cumplir el “encargo” por el que fueron contratados, visitan a la Virgen de María Auxiliadora para encomendarse bajo su protección, y después, cuando ejecutan con éxito la acción, regresan agradecidos para encender una vela a sus pies. En México D.F., en cantinas, casas de juegos y centros nocturnos de la periferia, hay una repisa con la imagen de la Virgen de Guadalupe; trabajadores y visitantes: travestis, prostitutas, jugadores, borrachos, drogadictos, clientes, mafiosos, ladrones y similares, se santiguaban al entrar y salir; mujeres y hombres se encomiendan a su amparo por la jornada nocturna que emprenden. Prevalece una fe mágica.
En San Salvador, Guatemala, Tegucigalpa, Río de Janeiro… existen favelas, asentamientos, barrios o colonias en donde la gente deambula en el abandono; comparten deteriorados o improvisados vecindarios: desempleados, subempleados, informales, pandilleros, estratos sociales bajos, los que se ganan la vida con lo que salga, los de menores salarios (vigilantes, policías, domésticas, barrenderos, maestros…). Es un mundo de limitada presencia estatal, la gente subsiste en la miseria excluyente, el hacinamiento y la insalubridad. Circula droga y alcohol, en algunos lugares, la policía tiene limitado acceso, un extraño puede ser asaltado, sus habitantes, establecen entre ellos reglas de “respeto”.
Leonardo Padura (Cuba) escribe la novela policial “La neblina del ayer”; el exteniente Mario Conde “volvió a preguntarse cómo era posible que en el corazón de La Habana existiera aquel universo pervertido donde vivían personas nacidas en su mismo tiempo y en su misma ciudad, pero que a la vez le podían resultar tan desconocidas, casi irreales en su acelerada degradación”. Fernando Contreras (Costa Rica), escribe las novelas “Única mirando al mar” y “Los peor”; muestran miseria urbana, basureros y prostíbulos, descubre a la “población subterránea” abandonada.
Nuestra ciudad, no es ajena a las complejas y preocupantes condiciones de estos seres humanos. Observemos el entorno, es fácil de comprobar. Varias realidades subsisten sobrepuestas, a pesar de los programas sociales, de las “casas y calles para el pueblo”, hay mucho camino por andar, una culpa histórica que preserva el modelo dominante y que no es fácil saldar. Ellos carecen de servicios básicos y alcantarillas, sufren epidemias e inundaciones, ponen las víctimas en los desastres e irresponsabilidades naturales, sociales e institucionales.