Privados de su niñez
Una mujer profesional, casada y madre, me revela -desde el silencio que pocos conocen-, para pedirme un consejo sobre la decisión de acusar o no a un hombre –veinte años mayor que ella-, quien, aprovechando la confianza que la familia le tenía, al día siguiente de su trece cumpleaños, la violó y continuó haciéndolo durante cinco años, por ingenuidad, bajo amenaza y con miedo, fue hasta que, cumplió los dieciocho, que tuvo fuerza para enfrentarlo y finalizar lo que marcó su adolescencia y, aunque afirma haberlo superado, dos década después, aun siente, cuando escucha o percibe situaciones que lo recuerdan, escalofrío y sudoración…
¿Quién ha escuchado historias similares de la vida real? No desde la ficción, sino experiencias que conmueven y han privado de la niñez a muchos. Continúo escribiendo sobre el tema recurriendo a la literatura. Voy a referirme a “Lolita” (1955), la novela más reconocida, escrita con maestría por el escritor ruso Vladimir Nabokov, y que ha sido estudiada para analizar comportamientos criminales y patológicos por profesionales forenses, de la psicología y la psiquiatría.
Humbert Humbert, nacido en París, escribe en una prisión de Estados Unidos, una apasionada confesión que dirige al jurado, mientras espera enfrentar al tribunal y antes de fallecer, sin conocer la sentencia, por trombosis coronaria el 16 de noviembre de 1952. La novela, es la historia contada por el procesado, fisiología de un pervertido, en donde el autor hace gala de una versátil y creativa escritura, sin términos obscenos, pone de relieve la aberración enfermiza, la atracción perversa, que el profesor de cuarenta años, inició con la niña de doce (1947), Dolores Haze, Dolly, Lolita, en el contexto cultural, social y urbano norteamericano de mediados del siglo pasado.
Un hombre de cuarenta que conserva una actitud ejemplar y optimista, no lleva dolor, es solo, sin familia y sin hogar. A los ocho años, fue abusado por su padre alcohólico, al cumplir doce, supo, de una noticia que complicó su vida, le dijeron que no era su hijo, que lo habían recogido de la calle al nacer. El niño, abandonó la casa, sin parientes y sin origen, viviendo en las terminales de buses, trabajando como ayudante de transporte, en la vagancia, sobrevivió a lo que el entorno obligaba, perdió su niñez, pero tuvo, según confiesa, la posibilidad de encontrar en la fe –en la que persevera-, opción que le recuperó su vida…
Para Humbert “hay muchachas entre los nueve y los catorce años de edad que revelan su naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas (es decir, demoníaca), a ciertos fascinados peregrinos, los cuales, muy a menudo, son mucho mayores que ellas…” Las designa “nínfulas”, fueron sus peligrosos y degradantes deseos. El escritor se hospeda en un cuarto que renta la viuda Charlotte Haze, al ver a su hija de doce años, se estremece y deslumbra por ella. La observa, escribe en su diario el deseo que lo ciega, se casa con “la madre de la niña que ama”, quien un día, leyó en el diario lo escrito por el marido sobre la hijastra, la mujer perturbada, sale de la casa y muere atropellada por un vehículo, sin necesidad de eliminarla, de un modo no vulgar ni peligroso, como pensó. La hija se encuentra en un campamento juvenil, no asiste al sepelio. El hombre, convertido, según su anhelo, por el destino, en el tutor de la niña, permitirá “consagrar su vida al bienestar de la niña”. La intolerable y enfermiza tentación del cuarentón por la niña de doce, atraído por la inmadurez, evidencia las complejidades psicológicas y enfermizas del individuo: “una vida entera de amor a las niñas me había dado cierta experiencia”, era “mi bestia reprimida, que pugnaba por estallar”.
Una mujer de cincuenta, cuando tenía doce, fue violada por su padre, pasaron cuatro décadas, el progenitor, viejo y enfermo, del asunto no se habla, no conversan sobre esos dolorosos años, sus hermanos lo ignoran, la madre conoció la historia y calló, llevan pena en el alma, el hombre pidió perdón, ella lo concedió, el daño fue causado y el tiempo es irreversible, parte de su niñez fue traumada por el abuso que marcó la vida que lleva, en sus ojos se ve la tristeza que es incapaz de ocultar…
El ahora padre de Lolita, no la llevó a casa para evitar intromisiones, inició un largo viaje por el territorio norteamericano, de motel en motel, haciéndola su amante y cometiendo, lo que la niña señala, como incesto, sin saber que su madre ha muerto y que Humbert contará después. Escribe: “ella me sedujo”, la niña no era tan inocente como pensaba, antes la habían corrompido, “la dejé obrar a su antojo”, “lo bestial y lo hermoso se juntaron en un punto”. Ella contó cómo la habían pervertido. A veces quiere huir del hombre que la somete, pero la amenaza; sin familia, él irá a la cárcel y ella al reformatorio entre desconocidos, teme. Escribe: “no soy un violador, soy un terapeuta… soy su papaíto”. Era un secreto y culpa compartida. Él la seduce y controla, la consiente, ella es voluble “a causa del constante ejercicio amatorio”.
En el Hogar Zacarías Guerra, institución benéfica que cumplió un siglo de existencia, desde que un misterioso personaje de Managua de inicios del siglo XX decidió dejar su herencia a los huérfanos(1914) y cuya vida hemos recreado en la novela Manantial, durante varias décadas conocimos diversos dramas de niños que fueron acogidos, no solo de pobreza y orfandad, de trabajadores de la calle, sino, las más dolorosas, de maltrato y abuso sexual por parte de quienes debían protegerlos y amarlos, a cambio recibieron violencia y daño, huella profunda que los golpeó y derribó temprano.
Temía, con el dinero que le daba, que acumulara suficiente para irse. Pasaron dos años, llegó a catorce, ella pensaba que había asesinado a su madre. Después de una breve permanencia en un lugar fijo en donde asistió a la escuela, volvieron a otro largo viaje. Se acrecentó el temor que huyera. En la noche, mientras él fingía dormir, ella lloraba. Pensaba que los seguían y que se encontraba con alguien, “ella aprendió a traicionarme”. A fines de 1949 escapó, “Lolita fue privada de su niñez por un maníaco”, “aquella parodia de incesto fue lo único que pude ofrecer a la pobre huérfana”. La buscó desesperado. Siguieron tres años, hasta que recibió una carta (1952): “Querido papá… me he casado. Voy a tener un hijo… nacerá en Navidad…” le pide dinero, “Dick no debe saber lo ocurrido”. Humbert la busca, le entrega cuatro mil dólares y pide que deje al marido, ella se niega. Preguntó con quién había empezado, ella, ante lo que percibió que no había peligro, dijo que Quilty la llevó a un rancho para turistas hace cinco años, con dos chicas y dos muchachos, pretendía mezclarlos desnudos mientras filmaba. Humbert fue con una pistola “en busca de ese cerdo”, lo encontró, “me gustan mucho los niños –dijo Quilty-, y hay numerosos padres entre mis mejores amigos”; lo mató y fue capturado, escribe y espera condena. Dolores Schiller (Lolita) murió un mes después, en el parto.
Hay “bestias reprimidas” que salen sigilosas en las noches y en el día, en sus propias casas, cometen el peor de los pecados, el peor de los delitos, la peor de las injusticias, la más intolerable de las conductas contra los más cercanos, inocentes y frágiles, privan de la niñez a los niños y niñas.