Ruptura y reelaboración de identidades
“En adelante el idioma y solo el idioma sería mi patria auténtica” Juan Goytisolo
Con “Reivindicación del conde don Julián” (1970), de Juan Goytisolo (Barcelona, 1931), Premio Cervantes 2014, máximo galardón de las letras castellanas, tropecé con un texto inusual. No sabía si era novela o ensayo, sin mayúsculas al iniciar los párrafos y sin puntos finales, le dio al escritor, pensé, como supongo diría Fernando Vallejo, “minusculitis”, enfermedad de usar solo minúsculas y tirar las mayúsculas. También padeció “dospuntitis”, por el uso excesivo de “dos puntos”. Los escritores suelen tener “padecimientos” o mañas temporales, cíclicas o crónicas, también Saramago los tuvo, se extendió páginas enteras sin separar párrafos, arriesgándose a cansar a cualquiera a no ser que la fluidez del escrito mantuviera la atención del extenuado lector.
“Reivindicación del conde don Julián” es la segunda de la “trilogía del mal” en donde el protagonista Álvaro Mendiola desarrolla una crítica sobre España (primera: Señas de identidad; última: Juan sin Tierra), no es lectura fácil, algunos dicen que el autor se dirige a un público por encima de la media. Me recuerda -sin llegar a la pesada carga barroca- a Paradiso de Lezama Lima, por “ese deseo de soplar y atizar el fuego de las palabras”, calificada por Goytisolo una de tres mejores novelas cubanas, junto a Tres tristes tigres de Cabrera Infante y El Siglo de las luces de Carpentier. Entre escenas pasadas y recientes, interpreta experiencias personales y sociales, diversas mezclas en la construcción textual, obliga al lector a trascender las palabras y escarbar el sentido histórico y poético de la prosa.
Pretende el autor “reivindicar” a un tal “conde don Julián”, “Ulyan” o “Bulián” quien “fraguó sombrías traiciones”. Era gobernador visigodo de Ceuta que, según la leyenda, abrió las puertas a los invasores musulmanes para entrar a la Península y conquistar Hispania, les ayudó a cruzar el estrecho (709 d.C.) en donde permanecieron ochocientos años (711-1492). Supuestamente actuó en venganza contra don Rodrigo, rey visigodo, quien ultrajó a su hija. Julián “conoces el camino”, Táriq ibn Ziyad entró con “guerreros del Islam, beduinos del desierto, árabes instintivos y bruscos”. Además de los traumas de la invasión, el pillaje y la violencia, la herencia genética, cultural y lingüística que al abrir la puerta entró de África es evidente, y la que a nosotros en América llegó al concluir aquella invasión, es la suma de aquella y la nueva. La sangre morisca, el árabe, la incomprensión del mundo corre en nuestras venas, sale por nuestra boca, se desparrama en el texto, ellos se irán, “queda la palabra” y la sangre.
En “Coto vedado” (1985), el autor cuenta que su bisabuelo paterno Agustín fue “magnate de la industria azucarera cubana”, descubrió “los pasados crímenes de mi linaje”. Nacido en Catalunya escribe en castellano, “por decreto, la lengua del Imperio”, es catalán en Madrid y español en Barcelona, la lengua materna se desvaneció con su madre muerta cuando los aviones de Franco bombardearon la ciudad (1938). Como Grass, en “Pelando la cebolla”, el autor quita la tela de la legumbre que hace llorar, confiesa que fue abusado por el abuelo materno y con el tiempo empezó a revisar “los valores y normas que habían regulado hasta entonces mi vida sin las anteojeras ni prejuicios inherentes a toda ideología y sistema”.
“En los reinos de taifa” (1986), un testimonio autobiográfico, con rasgos de ensayo, narración de recuerdos, el autor reconoce: “La memoria, dice Walter Benjamín, no puede fijar el flujo del tiempo, ni abarcar la infinita dimensión del espacio: se limita a recrear cuadros escénicos, capsular momentos privilegiados, disponer recuerdos e imágenes en una ordenación sintáctica…”. Narra encuentros y vivencia en viajes y estadías en España, Francia, Cuba, la URSS y países árabes de África desde fines de la década del cincuenta hasta inicios del ochenta, período en el cual redefine y rompe, en el proceso humano inagotable, con referentes de su vida privada, literaria y política, en la reelaboración de identidades cambiantes e imprecisas, confiesa miedos e inseguridades. Comenta sus contactos con Sartre, Marguerite Duras, Geret, el novelista Elio Vittorini cuya “obra literaria iba a ejercer un influjo temporal en la mía”, un contacto con Hemingway y otros. Desde París, entre intelectuales de izquierda, el estallido de la revolución en España y la posibilidad de un magnicidio parecían factibles ante la creencia que la descomposición del franquismo, a inicios de los sesenta, hacia inevitable su caída, los hechos evidenciaron lo contrario. La crisis del sistema soviético en Polonia y Hungría, la rebelión de Budapest y su aplastamiento por los tanques soviéticos, la nacionalización del canal de Suez, la ofensiva por la independencia de Argelia, la crisis de los misiles en Cuba, acaparaban la atención. Muchos asuntos parecieron confusos. “Las cicatrices que dejan las dictaduras y regímenes totalitarios son difíciles de borrar. El proceso de curación es largo…” En la España autoritaria de hace cincuenta años, temió sus propias ideas, perseguido por el franquismo por su historial de resistencia, sin sufrir detención, “busqué en Cuba, de forma compensatoria, la llama de una revolución milagrosa con sus promesas de libertad y justicia”, en la “época más desdichada de mi vida. Los problemas no resueltos de identidad sexual… prisionero de una imagen y obligado a asumir un papel que no era propio, las ideas suicidas,… ajuste de cuentas con el pasado execrable de mi propio linaje”.
Regresó de Cuba “lleno de dudas sobre la viabilidad y condición deseable del modelo cubano respecto a la sociedad española”. Se hace una pregunta necesaria: “¿no había edificado una precoz y vistosa carrera literaria a costa de las desgracias históricas de mi propio pueblo?” “La lucha de ideas se transformaba en un proceso de intenciones mezquinas cuyo objetivo se cifraba en la destrucción o satanización del adversario”.
A Monique, su mujer –trabajaban en Gallimard-, reveló en una carta, a los treinta y cuatro años (1964) su inclinación homosexual confirmada con Mohamed, –“la pasión árabe ha irrumpido en mi vida”-, reconoció para ella “un cariño sin límite”; catorce años después contrajeron matrimonio (1978). Entre los gays más influyentes en España incluyen, además del escritor Álvaro Pombo, a Goytisolo, miembros de la Real Academia Española, desde 2004 y 1995 respectivamente.
Impulsó el frustrado proyecto de la revista político-cultural LIBRE, pretendía “desmilitarizar la cultura”, expresar apoyo crítico al régimen de La Habana, apoyar la revolución latinoamericana, contra las dictaduras y el franquismo; involucró, entre otros, a Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez.
En otra visita a Cuba percibió que “el entusiasmo popular había sido sustituido por un entusiasmo de consigna”, pensó que “dejaba de ser un modelo”. La exclusión de escritores como Cabrera Infante y el caso de Heberto Padilla (1971), detenido después de un recital lo desencantaron. La visita a la URSS “no nos ha causado entusiasmo, pero tampoco terror”, su presencia “onírica y falsa”, reina la “ortodoxia asfixiante de una doctrina política” con el “etnocentrismo ruso”.
“A partir de cierta edad, el individuo aprende a despojarse de lo que es secundario o accidental para circunscribirse a aquellas zonas de experiencia que le proporcionan mayor placer y emoción”. Dice aprendió a valorar la política y las revoluciones con cautela, “la revolución del proletariado sin los proletarios” y que “Aunque aborrezco España, ese sentimiento tiene algo positivo, me sirve en el campo de la escritura”, la historia auténtica del país radica solo en lo proscrito.