Hablando mal
¿Mal hablados o hablamos mal? Son conceptos distintos. Decir malas palabras no es lo mismo que decir mal las palabras. A veces afirmamos decir malas palabras, pero en realidad los vocablos están bien dichos, según el Español nicaragüense, de México, Guatemala, El Salvador o Costa Rica, palabras que según el tono y significado son ofensivas, burlescas o vulgares, pero dichas conforme las reglas del idioma, aunque suenen feo y prefiramos no usarlas, están en el lenguaje común, en las particularidades léxicas en algunos espacios geográficos, con distinto significado entre segmentos poblacionales.
Palabras como “arrecho”, “cabrón”, “cochón”, “encachimbado”, “jodido”, “pendejo”, “mierda”, “hijueputa”, “güevón”, etc., son calificadas de “malas palabras”, la mayoría incluidas en el libro de Francisco Arellano Oviedo: Diccionario del Español de Nicaragua (2007). Hay quienes las pronuncian con frecuencia en momentos de enojo, euforia o en lo cotidiano, para expresar emociones o desahogarse, por hábito u ocasión. Para algunos es casi el único vocabulario que tienen, mi abuela diría: “les hiede la boca”. Hay quienes se asustan al pronunciarlas o escucharlas, las prohíben por el sentido que tienen. Los niños las aprenden de los adultos y los padres, en el vecindario, con los amigos y compañeros. Mucho depende de cuándo y dónde, en qué circunstancia y tono, ello hace la diferencia, provoca rechazo o hiere. El lenguaje es expresión cultural, comunicación, manera de sentir y percibir el entorno y a las personas.
Los locutores, comentaristas y quienes hablan en las emisoras, además de decir mal algunas palabras, repiten las llamadas “malas palabras”, que están dichas correctamente según nuestro idioma; las arrojan con ligereza, según su costumbre. Los miles de radioescuchas, niños, jóvenes, adultos y viejos que sintonizan la emisora, el útil medio tradicional que llega a todos los rincones desde hace más de un siglo, aprenden lo bueno y malo, los errores que transmiten. No hay imágenes, solo voces y sonidos, y la imaginación y los oídos receptores. El error cuando escribimos permite corregirse (con corrector de texto), pero al hablar en radio, la palabra mal dicha sale y se reproduce. La radio tiene un poder relevante. Según TELCOR, existen 285 emisoras radiales (50 AM), unas 12 con cobertura nacional y programas participativos.
Las verdaderas “malas palabras”, o palabras mal dichas, las oímos en las calles y en las radios. Escuchamos: “hayga” en vez de “haya”, “contrayera” en vez de “contrajera”, “arrebasó” en vez de “rebasó”, “ultimadamente” en vez de “últimamente”, “peormente” en vez de “peor”, “jiede” en vez de “hiede”, “juido” en vez de “huido”, “juimos” en vez de “fuimos”, “guevo” en vez de huevo, “desde hace días atrás” en vez de “hace días”, “subir arriba” en vez de “subir”, “bajar abajo” en vez de “bajar”, “entrar adentro” en vez de “entrar”, “salir afuera” en vez de “salir”, “no me las conozco” en vez de “no las conozco”, “un mi amigo” en vez de “un amigo”… El lector conocerá y habrá escuchado otras…
En nuestro hablar nicaragüense, nos comemos la “z”, la pronunciamos como “s”, y a veces nos comemos la “s” y la palabra queda truncada, no diferenciamos el sonido de la “b” y de la “v”, tenemos “desarrollado” el sentido simplificado en la pronunciación. Es cultural. Lo más sabroso que decimos tiene sentido afectivo y próximo, no acentuamos las palabras “papa” y “mama”, es particular e inigualable expresión.
Somos “flexibles” con la gramática y la sintaxis, hablamos como queremos, ¿es libertad, desconocimiento o costumbre? Hablar por radio o televisión implica llegar a muchos con un mensaje, requiere asumir una responsabilidad, por las “malas palabras” y las “palabras mal dichas”, por ideas e informaciones que transmitimos, ¿reproducimos violencia, intolerancia, irrespeto y especulación?, o ¿compartimos información útil, educativa, orientadora, divertida, amena y verídica? ¿Re-victimizamos, denigramos, comunicamos discriminación, machismo, exclusión…? Muchos contribuyen positivamente, pero hay frecuentes descuidos en lo que decimos, cómo y cuándo lo decimos.
A veces sin decir mal las palabras y sin usar malas palabras, hablamos mal, y dañamos, ofendemos, descalificamos y destruimos, por el peso de la lengua y en el papel, que todo lo aguanta. Incluso en las redes sociales… Cuidemos las palabras. ¿Sabemos usar el poder de la palabra? para ayudar, curar, enseñar y cambiar.