Fray Odorico: Siervo de Dios
“Es uno de los muertos que nunca mueren, lo dirán ustedes cuando visitando el Tepeyac,sentirán el calor espiritual que saldrá de su tumba, sentirán la sonrisa en las angustias de la vida”. Julián Barni, Obispo de Matagalpa (1990).
Tendría 13 o 14 años de edad cuando, en la sacristía de la Iglesia de Fátima de la Colonia Centroamérica –cuyo techo, después de cincuenta años, amenaza con derrumbarse y clama por ayuda-, sirviendo como monaguillo en alguna celebración eucarística, conocí a un simpático fraile, gordito, blanco, sonriente y humilde, no recuerdo lo que habló, solo guardo su expresión amistosa y risueña que transmitía confianza y serenidad, tendría un poco menos de sesenta años, lo llamaban Odorico, apelativo asumido al consagrarse a la vida religiosa en la Orden de Frailes Menores en 1933, a los 17 años, cambiando, según precepto superado desde el Concilio Vaticano II, el nombre con el que fue inscrito y bautizado, José, en marzo de 1916 (Montorio al Vomano, Italia), el año de la muerte de Rubén Darío en León, hace un siglo.
Por este cincuentenario templo capitalino pasaban de tránsito religiosos de la congregación franciscana fundada hace ochocientos años por el ejemplar santo de Asís, y que estaban ubicados en comunidades y parroquias de Río Blanco, Matiguas, San Miguelito, Chinandega, San Rafael del Norte y otras, muchos eran de origen italiano. Al hospedarse de paso, solían celebrar la misa vespertina para salir al día siguiente a su destino.
Fray Odorico D´Andrea, ordenado sacerdote en su país de origen en 1942, a los 26 años. Permanecía en San Rafael del Norte, Jinotega, en donde fue designado párroco desde 1954, siete meses después de llegar a Nicaragua (26 de agosto de 1953). Uno de sus numerosos discípulos –hay otra multitud de los que fue padrino de bautismo y benefactor-, Simeón Justiniano Úbeda, sirvió al sacerdote desde su llegada, hasta su muerte el 22 de marzo de 1990, publicó Alabado sea Dios, así sea (2011), título que enuncia el saludo que acostumbraba compartir el religioso, donde incluye anécdotas, testimonios y referencias de la vida y obra del misionero que hizo de aquel rincón del mundo, su propósito, y asumió Nicaragua como su patria por elección.
San Rafael del Norte, fue el principal entorno sociogeográfico en donde desarrolló su apostolado de servicio durante casi 36 años (también estuvo en La Concordia), ha sido el emblemático escenario de la guerra de Las Segovias, de allí era la telegrafista Blanca Arauz, en la parroquia local contrajo matrimonio con el general Augusto Sandino. Una región de exuberante naturaleza, aislada y pobre, con dificultades para comunicarse y transportarse, sin acceso a salud ni a educación básica. La población rural padeció la represión somocista, fueron afectados por el conflicto durante la revolución y por la confrontación militar y política entre grupos alzados con consecuencias de muerte, orfandad, trauma, pobreza y desplazamiento de su origen.
Falleció por insuficiencia cardíaca a los 74 años, en el mismo mes de nacimiento, durante la última semana de cuaresma. Dieciséis años y medio después, el 17 de octubre de 2006, fue ex humanado y se realizó el reconocimiento antropológico de sus restos mortales encontrados incorruptos. El forense dijo extrañado: “el cadáver conserva entre el 70 y 80 por ciento de su peso corporal”, ni el mal olor ni los gusanos de la “hermana muerte”, lo destruyeron, fue un hecho incomprendido al que algunos dieron explicaciones naturales y otros vieron un milagro de santidad. Días después lo depositaron en la capilla del Tepeyac, el camino de la Misericordia de Dios, para ser aceptado santo (latín sanctus: “elegido por Dios”, “diferenciado”, “distinguido”).
Católicos y no católicos, cristianos y no cristianos, más allá del título que otorgue el proceso eclesial iniciado en 2002, no podemos desconocer que fue profeta de su tiempo y continua siéndolo en el nuestro, conciliador por la paz, auxilio de los pobres, emprendedor, consejero, devoto comprometido y promotor de la fe desde la caridad y el ejemplo. Si usted y yo hubiéramos nacido en China casi seguro, seríamos budistas o taoístas, y si hubiéramos sabido de este sacerdote, colocaríamos, como suelen hacer allá, en la repisa de casa, con flores y candelas aromáticas, su foto junto a los venerables o distinguidos modelos a imitar… Pero estamos en occidente, influenciados por esta cultura y citamos a Pablo, el apóstol de los gentiles, en la carta a los Tesalonicenses: “Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”.