Personajes

Abriendo la puerta de Auroras y ocasos

on
December 2, 2016

Acaricié la dicha de escribir versos

en un mundo contaminado de egoísmo

(Contra viento y marea)

Douglas Blanco Aragón

(Chontales, 1948).

 

¿Para qué los poetas escriben poemas? Evidentemente no es para ganar dinero ni vender libros, porque tenemos que reconocer que, por un lado, los poetas son malos mercaderes de sus obras, y por otro, -habrá que reconocerlo con franqueza-, no son los textos poéticos los más vendidos en ninguna librería del mundo, es decir, no suelen ser éstos los que los “consumidores” pagan y llevan. ¿Quién conoce o ha oído mencionar un bestseller de poesía en las últimas décadas? Pregunto, ¿será este un problema nuevo o es de vieja data? Creo que ha ocurrido siempre pero se ha agudizado en el mundo contemporáneo de tecnologías y saturación de información, de proliferación de opciones que te demandan atención –aunque sea fugaz-, en todos los ámbitos. Los poetas, los que se dedican estrictamente a escribir versos, ¡se están muriendo de hambre! Sus libros los compran poco y pocos. ¿Por qué entonces Douglas Blanco Aragón publica bajo el título Auroras y ocasos, su octavo libro de poesía? Primero, hay que reconocer que tiene valor y entereza para hacerlo, es persistente en su trabajo literario, creativo y revelador; en segundo lugar, está atrapado en la vocación de poeta. Es la profunda razón por la que escribe y publica versos, -aunque me pregunto, ¿necesita haber un motivo para hacer lo que hacemos o es necesario simplemente seguir el impulso?- desde los primeros que compartió en La Prensa Literaria hace más de tres décadas, actúa en correspondencia a la convicción poética de la que está hecho, no necesita ningún otro motivo. Reconoce: “Todas las cosas materiales /tienen un significado efímero”. Y también, creo, porque está obligado a marcar el paso en el sendero que recorre, como lo dice en Después del estallido: “Como dejar huellas antes de haber caminado / y secar lágrimas sin haber llorado / y curar cicatrices sin ser herido todavía / y llevar esquife donde no existe náufragos”. Huye de la ausencia y grita en sus versos el eterno misterio de la poesía, su maravillosa inquietud de escribirlos, para cultivar la esperanza, aproximarse a la verdad y ser noble y fresco, como escribió Darío, en la pasajera existencia, y Blanco asume que: “siempre buscamos el norte, /esa estrella que ilumina paraísos: / llama blanca de inusitados suspiros,/…”

La raíz etimológica de la palabra poeta viene del griego: poiétés, “fabricante”, “hacedor”, es: creador y artesano, “cincelador del verso”; las profesiones de herrero, alfarero y artesano, están vinculadas a la esencia del artista y del poeta. Las palabras que se dicen y escriben pueden tener una inexplicable capacidad creadora o destructiva. Son virtudes de origen divino en la naturaleza humano, en la tarea reconfortante de dar forma, decorar y embellecer en la crudeza de las realidades, se construyen las ideas con el fuego que funde palabras y mensajes que van brotando del alma…, “el silencio atrapa todos los ruidos” (Soledad), “sólo queremos apagar los crueles incendios” …queremos dejar al mundo nuevas rutas” (Nuevas rutas). ¿Qué es la poesía sino la síntesis apretada de sentimientos y percepciones en el arte de palabras e imágenes expresando la época y la vida, en un instante que se atrapa? Dios, en la amplitud de creencias de las distorsionadas definiciones humanas, es el Poeta de la existencia, contiene los versos del universo y la conciencia, su Palabra tiene fuerza creadora. Los poetas, coadyuvan, como los artesanos, con la creación, son artífices de palabras sueltas que labran y juntan, pulen y ponen, con las faltas de lo inconcluso: “tropiezo conmigo. Soy pues / un prototipo de aficionado / a escribir versos que cotidianamente: / tropiezo conmigo mismo” … “Cuando termino de escribir /percibo que no escribí lo que debía”. (Tropiezo). Y así sigue su camino el cantor… aunque se desate la tormenta…

Va en el libro la abundante cosecha de 96 poemas cuyos temas sondean desde lo cotidiano e íntimo del autor en su oficio, con sus dudas y certezas, hasta los asuntos sociales de la inseguridad y la pobreza. Asume el poemario el nombre del poema número cuarenta de la colección: Auroras y ocasos. En la última estrofa está por descubrirse la dimensión del libro que es el recorrido de la vida: “Así de impredecibles eran los suspiros cotidianos. / Así de eternas eran las alegrías efímeras. / Así de sonrientes las auroras inmarcesibles. / Así de sonrosados los ocasos naufragantes.”

Abriendo la puerta de Auroras y ocasosEscucho decir y compruebo, según mi camino de escritor y lector, de usuario obligado de las redes sociales: que la gente quiere brevedad, parece que es lo breve y simple la moderna condición ineludible para la sobrevivencia. Los periódicos impresos y electrónicos, los blogs y las webs, los visuales y auditivos, difunden noticias breves, artículos de opinión cortos, imágenes y sonidos que pasan con velocidad ante la vista de la audiencia, así deben ser, dicen los que saben, los mensajes de las redes sociales, para que los destinatarios los abran y lean deben gozar del privilegio de la estricta simplificación, decir en pocas palabras (y símbolos),  lo suficiente, acompañando el texto preferiblemente con imágenes y frases provocadoras, coloridas y superficiales, que “no digan nada” o “digan más que mil palabras”, es la tendencia irreversible, que tampoco es reciente, pero que se ha agudizado en las últimas décadas. Desde inicio del siglo XX se hablaba con preocupación de ello, cuando los periódicos y revistas impresas comenzaron a incluir fotografías y a recortar la extensión de los textos, a resaltar titulares llamativos, de ello se quejó alguna vez Rubén Darío, en aquel entonces los modernistas y los que les sucedieron en la literatura y los periodistas, se preguntaron: ¿hacia dónde vamos? Bueno, íbamos a donde estamos, y ¿hacia dónde iremos? ¡Quién sabe! Más brevedad para leer menos, menos contenido, menos profundidad, para tener tiempo de percibir (no es necesario comprender), la aglomeración de tips de distinta naturaleza: mundiales y locales, personales, familiares y sociales, ingenuos, tontos o importantes, informativos, científicos, culturales, religiosos, comerciales y económicos, que fluyen y se modifican en los indiscriminados caminos en los que sus contenidos corren a velocidad inusitada e imposible de procesar por la mente y las emociones humanas. ¡Todo cambia tan rápido! Nos enteramos de cualquier suceso en el mismo instante que ocurre, nos transformamos en “espectadores del dolor ajeno”, dijo Susan Sontag, somos testigos cómodos del espectáculo trágico, del éxito o del fracaso “nos divertimos”, de la más tonta y personal circunstancia de la farándula, del arte, del deporte, de la política y de las figuras públicas, que modelan en los  escenarios virtuales y en las tarimas del teatro de la vida, y se esfuman… “Atrapemos entonces todos los crepúsculos” (Andamio).

Sin embargo, y aquí viene la contradicción. A pesar que parece que la gente ahora lee menos, asunto que no es tan cierto, porque el nivel de alfabetización es mayor que antes, así que la gente realmente lee más, aunque compra menos libros, porque ahora, el video y las versiones electrónicas de los textos abundan, se han multiplicado exponencialmente las opciones de lectura y aprendizaje, y también están los numerosos medios que ilustran diversos temas, que recrean y confunden, con sus verdades, falacias y mentiras, como siempre ha sido. No todo libro es bueno, ni todo mensaje es constructivo. Siempre se requiere el criterio del lector, que sea capaz de discriminar lo útil entre el montón de basura, de sacar provecho, incluso a lo que parece inútil. Eso es producto de la madurez personal, que construye la lectura constante, la observación persistente, el aprendizaje de la propia experiencia, es signo de madurez, no necesariamente de los años acumulados, aunque con frecuencia, las prolíferas canas del cabello (aunque algunos las oculten y se las pinten), no son gratuitas.  Es cuando: “En el fragor inerme / de los vacíos estandartes / la rama de olivo se oscurece” (Trayecto). A pesar que las condiciones contemporáneas, en el ajustado tiempo de nuestra existencia, en la agitada agenda, la gente compra, en el ámbito literario, las novelas y los cuentos, las historias de ficción, los relatos que combinan lo real y lo falso –que tanto fascina al lector-, la historia pasada y presente adornada con imaginación, tienen el privilegio de ser demandados con mayor interés por lectores de todas las latitudes.

La novela, por naturaleza, es un texto de ficción en prosa, extenso; el cuento, es un relato en prosa, breve. Pero, todos sabemos que los poemas son más breves; en la brevedad del verso articulan la palabra y la idea, una idea abstracta y concreta, que construye imágenes, que a través de ellas lleva al concepto artístico, pero que dicho concepto, no deja de ser particular para cada lector, y obliga a expandir un verso en la extensión que cada quien pueda y quiera. Un verso puede tener más interpretaciones que la página de una novela o cuento. Este último, aunque abunde en imaginación y detalles, precisamente por eso, da más digerido el contenido al lector, en cambio el verso, lo obliga a masticarlo, rumiarlo y tragarlo, para digerirlo. ¡He allí el asunto! En el mundo actual, aunque se pide brevedad, el imaginario popular y la contaminación publicitaria exigen que las cosas se den casi digeridas, porque interpretar desde la brevedad condensada de la poesía, a partir de la abstracción literaria del verso, obliga a una cualidad o un recurso, que parece estar en crisis por ser cada vez más escaso. ¡No hay tiempo! –dicen algunos, por decir algo-; ¡No entiendo! -exclaman otros, por evadir la cuestión y refugiarse en el mínimo esfuerzo. Hay libros para cada lector, hay lectores para cada libro. Ambos se buscan, puede ser que a veces se encuentren.

Por eso se venden más las novelas y los cuentos que los libros de poesía. Porque a pesar de su extensión, han masticado más las ideas y presentan, como una película cuya cinta corre con palabras escritas, una trama, en la que, además, el lector entra a identificarse con algún personaje como parte consciente o inconsciente del engranaje del texto, relaciona las circunstancias que observa con las propias, se traslada a la mente del otro, similar o distinto, a vivir en los acontecimientos y a ser  parte de lo que cuentan, aunque sean distantes a su propia experiencia, aunque lo repudie o admire, le da la oportunidad de vivir y sentir, desde la creativa curiosidad personal, lo que en su realidad es imposible.  La novela y el cuento, abren una puerta por donde entra, con el menor esfuerzo y mayor incentivo, el lector, como quien cruza a otra dimensión, desde la ficción. En cambio, la poesía, se queda con la virtud de la brevedad, pero el lector común y mayoritario del tiempo presente, no siempre logra entrar por la puerta del poema para expandir cada partícula en la extensión de su universo. Ello requiere esfuerzo mental y emocional que parece que la mayoría de los lectores no están dispuestos a hacer. Así se fortalecen las preferencias. Así se impone el hábito. El autor de Auroras y ocasos escribe en Amagos: “La poesía es eternamente misteriosa. / Cada vez que se escribe nuevos versos / pareciera incursionar en inéditos misterios”. Lo mismo pasa, cada vez que se lee.

Hay versos inmortales. Hay poetas inolvidables. Hay poemas imperecederos. De toda la producción poética, es poco lo que puede sobrevivir una década y menos un siglo. En estos años, del centenario de la muerte del “compatriota indispensable” Rubén Darío (2016), y de los ciento cincuenta años de su nacimiento (2017), él y su obra dispersa, es uno de los inmortales, inolvidables e imperecedero. Venció el siglo, traspasó las fronteras, superó las barreras del idioma. Y sigue allí, dando de qué hablar. Eso no es fácil. Es titánico. Es heroico.

De un poco de la madera de Darío, están hechos los poetas. Douglas Blanco es uno del gremio: “Lo bello puede, quizá, ser quimera: pero también puede ser eterno. /La poesía es la más bella / expresión humana: casi divina.”. En Inquietud: “La perfección solo existe / en el concepto. Repito: / el que no yerra no existe”. El equivocarse es poético, el rectificar, es poesía. Los poetas por lo general, escriben poemas, sin pensar en la inmortalidad. Rubén Darío supo de su trascendencia desde niño, puso la vista en la distancia infinita, y pegó un salto enorme, no es lo común, buscó y alcanzó la perfección literaria y la belleza del arte, aunque sacrificó las otras caras de su vida. Con frecuencia escribimos como necesidad urgente de la existencia, para desahogar las circunstancias que nos envuelven, para sacar lo que nos congestiona, son los lentes con los que se ve e interpreta el mundo que nos rodea y el interior infinito en el que apenas entramos. Douglas se sumerge en él: “Nada más cruel, / que la soledad colgada del silencio” (Distancia). Casi nunca se piensa en lo que dirán otros, ni si van a comprar o leer el libro que recoja nuestros versos. Exclama: “¡Atrapa el canto que se fuga!” (Vigores). Con un lector que lea, y una opinión que no sea indiferente, que supere el silencio, en donde nos demos cuenta que al menos uno nos entiende y se conecta en nuestra sintonía, que al menos en alguien hemos influimos, es suficiente. Estimado Douglas, he tenido la dicha de ser uno de los primeros lectores de este armonioso conjunto en donde confirmas tu virtuosa y persistente vocación. Después, el mercado que condiciona la dinámica humana, la tecnología que encadena los estilos actuales, la brevedad que todo lo compacta y traga, y la historia, la implacable condición del tiempo que todo lo transforma, arrasa y olvida, dirán lo que corresponda. Blanco escribe en Luz: “No es fatiga de armas espejos rotos / ¡No hay luz que no proyecte sombra!”. No es problema del escritor ni del poeta, es un asunto ajeno, una variable exógena, decimos los economistas, hábiles en pronosticar lo que ignoramos.

¿Son tristes los poetas? ¿Por qué el autor dedica su libro A los poetas tristes? ¿Es acaso la pesadumbre de la vida consciente que Darío refirió con breve maestría en Lo fatal? La tristeza de no ser leído, la tristeza de no publicar, la peor de todas, inevitable, la de no escribir. No es triste crear, es triste el silencio, no hacerlo, cuando la palabra exige salir, “como un juego de armonías verbales” (Eclosión), Douglas Blanco, filósofo de la poesía, conserva la gracia de escribir con “inolvidable alegría” para atrapar los sueños y entregarlos en esta obra de principio y fin, de despertar y sueño, de mañana y noche, del ciclo que comienza y finaliza, y en medio del cual, está el sendero por donde quedan marcados los pasos que cuentan los meses, los años y las décadas, en los poemas escritos, y en los que ahora quedan reunidos en Auroras y ocasos. Está pues la puerta abierta para entrar.

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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