RUBÉN DARÍO EMPRENDEDOR. Conferencia y conversatorio.

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August 6, 2018

León, Nicaragua, 18 de enero de 2018

Casa Museo Rigoberto López Pérez.

Francisco Javier Bautista Lara

La temática que abordaremos con brevedad sobre Rubén Darío, pretende ser una vista nueva, basada en referencias conocidas y que, replanteadas, adquieren una connotación útil y contemporánea sobre la vida y obra del más significativo aporte dado a la literatura por un centroamericano, uno de los que ha logrado mayor impacto en el castellano moderno, comparado solo con las contribuciones indiscutibles de los españoles Miguel de Cervantes, máxima figura de la literatura hispana, Lope de Vega, Garcilaso y Luis de Góngora, quienes ubican con esplendor en la cima, en el llamado Siglo de Oro, al idioma, y cuya huella ha sido indeleble a pesar del tiempo. Según Sofonías Salvatierra (1882-1964), intelectual e historiador nicaragüense: “Desde don Alfonso el Sabio hasta el Arcipreste; desde el Arcipreste hasta Cervantes; desde Cervantes hasta Rubén Darío. Cuatro picos levantados por la mano de Dios en el largo camino del tiempo y el penoso evolucionar del hombre…”[1].

Compartiremos lo relevante de nuestra propuesta en dos partes: la primera, Contribuciones a la literatura universal, en la que enunciamos siete aportaciones o méritos por los que destaca Darío, y la segunda: Pedagogía rubendariana, enumera siete métodos principales en el camino recorrido para aprender, emprender y alcanzar el éxito.

Parte 1: Contribuciones a la literatura universalRUBÉN DARÍO EMPRENDEDOR. Conferencia y conversatorio.

Comenzaré con una pregunta: ¿qué hizo para que tengamos que reconocerlo, para que sigamos hablando de él? Algo tuvo que hacer para que más de cien años después de su muerte debamos referirnos a su vida y a su obra. ¿Qué?  Hay siete puntos claves que resumen lo que Rubén Darío logró, son el legado que ha cautivado la atención durante todo el largo período transcurrido, son las razones fundamentales por las que, a pesar de la distancia que separa su generación de la nuestra y la dinámica de cambios que han envuelto a la humanidad en todos los órdenes, estemos obligados a rendirle homenaje. No solo como personaje del pasado, sino por la influencia que en el presente es posible identificar y de la que podemos aprender, por lo que hizo, lo que dejó y cómo logró hacerlo.

Enriqueció el español

Primer punto: introdujo nuevos vocablos y nuevas formas en el idioma que hablamos. Influyó en el español que usamos cotidianamente en Nicaragua, en Argentina, en España y en México, ese español, que cuando estamos conversando, escribiendo o leyendo, lleva incluidas, aunque no nos demos cuenta, palabras y construcciones gramaticales que fueron creadas o insinuadas por Rubén Darío. No importa que nunca hayamos leído a Darío, las creó y allí están, evolucionando y conviviendo con nosotros. Incorporó como correctas conveniencias verbales para expresarse que pudieron parecer incorrectas o desajustadas a la norma tradicional, pero logró imponerlas, fueron asumidas y las usamos.

Hoy con facilidad transformamos los sustantivos en verbos, en adjetivo calificativo, pero esa manera de hacerlo, era en el siglo XIX, quizás una aberración, un error, algo inadmisible por los letrados y cultos, en un entorno donde prevalecía una inmensa mayoría que no sabía leer ni escribir. Por ejemplo, un sustantivo, una palabra popular de ahora, no antes, es “mochila” ¿Quiénes de aquí usa mochila? Casi todos. “Mochila” es sustantivo, y usamos las palabras “mochilero” o “mochilear”. ¿Verdad?, entonces, esos ajustes en el lenguaje son aportes rubendarianos. Darío uso, por ejemplo, la palabra “perla”, y escribió en sus textos “perlear”, ese cambio, en las postrimerías del siglo XIX, pudo ser señalado, por académicos y cánones del castellano culto, como inadecuado.

Fueron innovaciones que introdujo en la lengua para darle diversidad, frescura y flexibilidad; muchos sustantivos pueden transformarse en verbos y en adjetivos calificativos; él es uno de los que contribuyó a introducirlos en sus versos y en su prosa, como normas prácticas, útiles y comunes del idioma, empleados ahora con facilidad. Ustedes pueden imaginarse qué palabras pronunciadas con frecuencia es posible que lleven rasgos rubendarianos, aunque lo ignoremos. Por lo tanto, lo primero que debemos aceptar y reconocer con puntualidad, es que Darío fue capaz de introducir o difundir en el idioma español, nuevas palabras y formas en la construcción gramatical, de éste lenguaje que es el segundo idioma materno más hablado del mundo (después del chino mandarín) y el tercero más usado en la comunicación global (después del inglés), es lengua oficial en veinte países y en otros veintiséis es utilizado por gran parte de su población.

Innovó la poesía

Lo segundo: Darío innovó el verso, elaboró una nueva poesía. Trazó un referente de cómo se escribía la poesía antes y cómo se escribirá después. Marcó una época.

En 1882, en su primer viaje fuera de su país natal, llegó a El Salvador. Allí tuvo la oportunidad de conocer a un joven que sería destacado en la literatura salvadoreña, Francisco Gaviria (1863-1955), apenas tres años mayor, pero que ya hablaba francés. Darío no hablaba francés todavía, aunque había leído textos en la lengua de Víctor Hugo, quizá en la biblioteca de Managua o en León. Seguro escuchó conversaciones o expresiones en francés cuando niño, en la casa de las Cuatro Esquinas (León), donde se reunían intelectuales y políticos, adonde llegaba Máximo Jerez y otros que hablaban francés, lengua considerada distintiva de la gente culta y que muchos liberales, por los ideales de la revolución francesa en boga, pretendían conocer. Así que, Darío habrá escuchado algo de francés, pero Gaviria ya lo hablaba y leía con fluidez. El autor de Azul… recuerda en su Autobiografía: “uno de mis amigos principales era Francisco Gavidia, quien quizás sea de los más sólidos humanistas y seguramente de los primeros poetas con que hoy cuenta la América española. Fue con Gavidia, la primera vez que estuve en aquellas tierra salvadoreña, con quien penetran en iniciación ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde”.[2]

Darío escuchó, percibió con oído musical y sensibilidad creativa, aprendió y superó la idea que el joven maestro salvadoreño le permitió descubrir, comprendió la musicalidad del verso alejandrino francés de la que carecía el español, encontró la oportunidad de refrescar el idioma con la experiencia de otras lenguas como la francesa, como Garcilaso lo hizo, principalmente del italiano durante el Siglo de Oro. El autor de Azul…, interpretando el contexto y la necesidad, aprendió e innovó la poesía española de fines del siglo XIX.

Según el investigador norteamericano Erwin K. Mapes, Darío ha sido “reconocido como el más grande poeta lírico español de su siglo. Muchos críticos serios lo consideran incluso como el poeta lírico más grande que jamás haya escrito en español”.[3] Jorge Eduardo Arellano afirma que fue “quien inició la más alta poesía de nuestra lengua… la concepción del arte y la poesía como superior destino”.[4]

Renovó la prosa

Tercero: Darío rejuveneció la prosa, la manera y el estilo de redactar se modernizó, recobró frescura, fue más agradable y actual. La prosa dejó de ser redundante, solemne, anquilosada y aburrida, pasó a ser nueva y fluida, es la que heredamos y sigue evolucionado, sin duda produjo un cambio fundamental en la literatura española de postrimerías del siglo antepasado. Fue Darío quien contribuyó a ello, un nicaragüense que caminó en estas calles de León fue precursor de esa innovación desde el Modernismo literario que fundó. Se atrevió a escribir distinto, a hacer lo que otros pudieran pensar que era erróneo, según la norma y la costumbre. Desde algunos parámetros académicos de la lengua rompió paradigmas, nadó contra la corriente con la perspectiva de que la prosa puede ser distinta asumiendo una estética nueva. Podemos leer casi cualquiera de sus textos (cuento, novela, crónica o artículo) y darnos cuenta de la belleza y creatividad del estilo, de la profundidad que agrada todos los sentidos, ejercita la imaginación, diversifica la metáfora y la combinación de palabras.

A manera de ejemplo, leeré lo que publicó en una de las siete visitas a Panamá, que, en aquel entonces era un departamento de Colombia. Visitó por tercera vez el Istmo cuando iba a España para participar en la conmemoración del cuarto centenario de la independencia de América, era parte de la delegación oficial de Nicaragua. En esa ocasión escribió un texto en el que expresó lo que veía en la ciudad. Lo dijo de manera franca, percibió el deterioro ante el fracaso de la construcción del canal de Panamá que impulsaban los franceses con la compañía de Ferdinand de Lesseps. Darío describió su observación con honestidad, pero sin el tacto político que en ocasiones le faltó, escribió y publicó el artículo. Así lo señaló en su Autobiografía: “En todo este viaje no recuerdo ningún incidente, sino la visión de la debacle de Panamá: carros cargados de negros africanos que aullaban porque según creo, no se les habían pagado sus emolumentos. Y aquellos hombres desnudos y con los brazos al cielo, pedían justicia”.[5]

Se fue. En España, se enteró que molestó en algunas esferas panameñas. El joven poeta trató de evadir el tránsito por Panamá, pero era muy difícil modificar las rutas. Se vio obligado a regresar. Un amigo, el poeta modernista Darío Herrera, le aconsejó que escribiera sobre otro asunto con cautela, y el joven nicaragüense comprendió, pasó la Navidad y el final del año 1892, escribió “Santa Claus en Panamá”.[6] Comienza así: “Cuando los negros caballos de la noche iban cerca de la mitad del cielo, Santa Claus, el viejo bueno de la gran barba, cruzando en dos zancadas un océano, llegó al Istmo. ¿Venía desde los lugares del polo? ¿Había encontrado al paso a ese otro anciano, su amigo, el Invierno?” Así inauguró en la región al ahora tan comercial y popular personaje, todavía desconocido, que arribó al Istmo con los franceses.

Meses después, en el viaje para recibir las credenciales y el anticipo de los honorarios como cónsul de Colombia en Buenos Aires, publicó en tres partes breves lo que llamó: “Crónicas de Panamá”.[7] Leamos la prosa que refiero, es abril de 1893, cinco años después de Azul…  Escribió, en parte, para terminar de lavarse la cara ante la inconformidad que comenzó a superar con la bella crónica navideña. Escuchemos el párrafo inicial. En el título “Sanguina”, veamos la figura que usa: “sanguina” ¿es relativo a sangre?, es decir al color rojo, va a referirse a lo rojizo, imaginamos, en el encabezado hay creatividad y metáfora, es su manera de contar, con agradable estilo que contagia, dice:

“Esta tarde ha sido toda rosa. El cielo ha puesto en la concha enorme de su gran paleta todos los rosas posibles. Ha sido el rojo el rey sangriento; un rojo estallante y furioso que, desde el foco agonizante del sol, teñía el mar de sangre. Después que se hubo hundido la rueda de fuego púrpura, de fuego condensado y vibrante, de juego único y occidental, calló la fanfarria de los rojos, se alejaron las clarinadas de los candentes y ofensivos amarillos. Los cardenales fueron poco a poco fundiéndose en una suave disolución de carmín, que gradualmente llegaba, en tonos desfallecientes y cromáticos, al grano de granada, al ala de flamenco, al rosa de niña, al anémico y dulce rosa de té. El mar refleja la gloria del poniente. En el horizonte, la única curva que marca el límite, no se veía, inundada en llamas. Una espesa nube oscura se partió en dos rotondas, dos rotondas sustentadas por una arquitectura inaudita y visionaria…”.

Es la muestra de una descripción minuciosa, poética, creativa, obra pictórica, pone las palabras en orden distinto, la prosa fluye y contagia. Termina de afianzar el aprecio que la generación de entonces cultivó sobre Darío. Conquistó el corazón de los panameños con la descripción del atardecer desde la bahía con la multitud de rojos y rosas, reflejados en el mar y en el horizonte; eso impresionó y gustó. Hoy, más de un siglo después los panameños leen, en algunos textos escolares esta prosa de 1893, diez años antes de la independencia del Istmo (1903), país al que llamó después (1913): la Benjamina de Hispanoamérica.[8]

Podemos encontrar prosa abundante, diversa y dispersa, caracterizada por ser informada, amena y vigente. Sus escritos fueron publicados en los principales diarios y revistas de la época, particularmente en La Nación de Buenos Aires que fue, desde 1892 hasta 1916, durante casi veinticinco años, su regular espacio para publicar y la principal fuente de ingreso.

Algunos libros que recogen parte de su prosa, además de los cuentos de Azul… (Valparaíso, 1888), el relato de El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical (Madrid, 1909), la novela El oro de Mallorca (versión completa, Managua, 2014), y otros, libros insuficientemente conocidos y leídos: España contemporánea (1901), Peregrinaciones (1901), La caravana pasa (1902), Tierras solares (1904), Opiniones (1906), Parisiana (1908) y Todo al vuelo (1912).

Impuso una estéticaRUBÉN DARÍO EMPRENDEDOR. Conferencia y conversatorio.

Cuarto: Darío impuso una estética en la lengua española, es decir, indicó una manera de lo que creyó bueno, pertinente y elegante en la literatura, compartió la manera particular de entender el arte literario y la belleza de escribir poemas y textos para provocar todos los sentidos.

Argentina fue su segunda patria, se ha dicho con razón: “no hay Modernismo sin Argentina”, desde allí, donde tuvo una intensa vida cultural y creativa, publicó dos de sus contribuciones mayores a la corriente literaria que inauguró: Prosas profanas y Los raros. Un verso del poeta es: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo” (1901). Supone la continuación y consolidación de la innovación métrica-creativa iniciada con Azul… (Valparaíso, 1888), y de renovación del lenguaje poético desde su visión estética, refinada y exótica.

Los ensayos que juntó en Los raros (Buenos Aires, 1895), identifican y califican a algunos autores de la época, resalta lo que le pareció interesante, los refiere porque cree que están haciendo cosas grandes y distintas, porque escriben literatura diferente, marca parte de su criterio estético.  Indicó pautas que muchos de su generación siguieron, y aún ahora, son referentes.

Dice el profesor, escritor y crítico argentino Enrique Anderson Imbert (1910 – 2000), al referirse a Los raros: “tiene mérito por su prosa artística y lleva implícita de manera indirecta la teoría estética de Darío”. Para el mexicano Jaime Torres Bodet (1967): “Todos los poemas tienen novedad de forma y una vestidura de estilo de refinado gusto; y ambos elementos obedecen al designio de implantar en castellano una nueva sensibilidad estética…”. Sobre el libro antes citado afirma: “tenía el valor y el alcance de una declaración estética de principios… definía sus aficiones, denunciaba sus propósitos, acusaba, directamente, lo que no podía ya soportar en la obra de los demás”.[9]

En Dilucidaciones, ensayo incluido en El canto errante, el poeta nicaragüense reconoció: “Los pensamientos e intenciones de un poeta son su estética, dice un buen escritor. Que me place. Pienso que el don de arte es aquel que de modo superior hace que nos reconozcamos íntima y exteriormente ante la vida.”[10]

Este fue uno de los aportes por los que Rubén Darío se impuso y tiene vigencia. Es evidente lo afirmado, se puede hablar y escribir mucho más al respecto, hay múltiples ensayos, estudios y referencias que argumentan este cuarto punto que presentamos.

Fundó el Modernismo literario

Quinto: inició un movimiento literario en la lengua española que llamamos Modernismo. Carlos García Pravia y Eliseo Pérez Cadalso precisan que fue una subversión artista e intelectual, cosmopolita, de libertad creadora y retorno a la libertad individual, de audaces ideas… Para Juan Ramón Jiménez, “no es una escuela, es una actitud”.

Reconoció en el Prefacio de Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (Madrid, 1905): “El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América, se propagó hasta España y tanto aquí como allá el triunfo está logrado”.[11] Inició ese movimiento y atrajo a muchos. Alguien puede pensar, entender, inventar o descubrir algo, pero si nadie lo comprende, si a nadie interesa, ni lo siguen, quedará inexistente, hasta que quizás, si tiene valor y suerte, el tiempo logre rescatarlo. ¿De cuánto olvido, invisibilización o ignorancia –a veces necesario-, está hecho el presente? Darío concibió y entendió su idea, y se atrevió a difundirla, creyó en él y lo expresó, a muchos convenció, muchos lo siguieron.

Desarrollar una idea brillante necesita paciencia y esfuerzo, debe enfrentar numerosos obstáculos, comenzando por uno mismo: desánimo, pereza, decepción, duda, temor, desconfianza, vergüenza, enojo, … Sin credenciales académicas como literato, ¿qué dirían los eruditos, catedráticos y académicos de antes y ahora? A pesar del efecto emocional que le causó la crítica o los comentarios negativos de algún experto, consagrado o adverso, ello no fue suficiente para llevarlo a desistir ni desesperar. Enfrentaba un entorno hostil –a pesar de la necesidad de cambio- al que, en medio de sus carencias personales y melancolías frecuentes, enfrentó con entereza.

No hubo escritor de la lengua española de su época que no haya tenido referencias de Rubén Darío, ya sea para expresarse a favor o en contra. No ha habido escritor de la lengua española del siglo XX y lo que va del XXI, que no estuvo obligado a volver a la poesía y la prosa de Rubén Darío para disfrutarlas y/o aprender de ellas, ya sea que le agrade o no.

Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, reconoció la presencia de Darío en su creación literaria, y el escritor chino Mo Yan, Premio Nobel de Literatura 2003, aceptó la influencia del realismo mágico de García Márquez en su producción literaria. Darío está en la obra del laureado escritor colombiano, particularmente en Cien años de soledad (1967) y en El Otoño del patriarca (1975). Es una referencia ineludible. Algo parecido, con sus particularidades, podrán decir, entre otros, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Sergio Ramírez, y otros.

No hay escritor del español, que no tenga que reconocer el impacto o huella de Darío en él. No solo los modernistas del siglo XIX y XX, etapa fenecida, sino todas las generaciones siguientes, incluso los detractores, hasta aquellos que dijeron que había que eliminar al cisne. Todos están obligados a tomarlo como referente, es un mojón que marca el límite del antes y el después, al que no pueden obviar porque está sólidamente anclado y es demasiado visible. Es grande y consistente como para pretender derribarlo. Darío impulsó un movimiento de renovación, es un enunciado universalmente aceptado.

El poeta y diplomático mexicano Enrique González Martínez (1871-1952) escribió un poema que en su primera estrofa dice: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje / que da su nota blanca al azul de la fuente; / él pasea su gracia no más, pero no siente / el alma de las cosas ni la voz del paisaje”. José Coronel Urtecho, uno de los poetas nicaragüenses protagonista del movimiento de Vanguardia publicó Oda a Rubén Darío (1927), revisaba a Rubén y su herencia, en uno de sus versos escribió: “donde yo me paseo con mi novia / i soy irrespetuoso con los cisnes”, aunque cierra: “En fin, Rubén, / paisano inevitable, te saludo / con mi bombín, / que se comieron los ratones en / mil novecientos veinte i cinco. / Amén”.

El académico hondureño Víctor Manuel Ramos afirma que Darío protagonizó “una revolución fecunda, que surgió contra las normas establecidas del arte poético en España y América, como las que en su tiempo protagonizaron Garcilaso y Boscán, en el ritmo; y Góngora en el barroquismo” (2015).

Mencionaré algunos autores y personajes centroamericanos de la época. El hondureño Froylán Turcios, además de ser amigo de Darío, fue, años después, secretario de Augusto Calderón Sandino en la lucha antiimperialista. Los hondureños Rafael Heliodoro Valle, para quien escribió “El talento es joya de Honduras” y Juan Ramón Molina, de quien Asturias dijo: “poeta gemelo de Rubén”; los guatemaltecos Enrique Gómez Carrillo, llamado “El príncipe de los cronistas”, José Chocano, polémico peruano radicado en Guatemala, y Máximo Soto Hall, uno de los intelectuales y políticos que influyó para que el presidente Estrada Cabrera lo acogiera como huésped en 1915; los salvadoreños: Gavidia, quien le dio la pauta innovadora del verso a Darío, y que reconoció aquella información fundamental para despegar su creación modernista, Arturo Ambrogi, el que escribió: “por allí pasó Rubén Darío, imberbe, soñando con la gloria”, Román Mayorga Rivas –periodista nicaragüense, radicado en San Salvador- y Rafaela Contreras, nacida en Costa Rica, su primera esposa,  precursora  modernista en Centroamérica; los costarricenses, el general Ing. Lesmes Jiménez y su esposa María Adela Gargollo, amigos del poeta, el joven Teodoro Picado, quien llegara a ser presidente de la república; los panameños Guillermo Andreve, firmante del acta de independencia en 1903, escritor y político, Darío Herrera, de quien Victoriano King C. dijo: “es el escritor modernista panameño que estuvo más cercano a Rubén Darío”, y el prolífero escritor Ricardo Miró, cuyo nombre lleva el Premio Nacional de Literatura de su país.

Un conjunto de influencias, a partir del origen, fueron configurando el perfil del poeta y escritor, el contenido y forma del autor de Prosas profanas. Podemos afirmar que no hay Modernismo sin los salvadoreños Gavidia y J. J. Cañas, como tampoco lo habría sin León de Nicaragua, Valparaíso, Santiago de Chile, Buenos Aires, París y Madrid.

Todos fueron sorprendidos porque el joven que llegaba de Nicaragua a El Salvador, Chile, Cartagena de Indias, Buenos Aires, sin más recursos que su maleta, unos libros y alguna recomendación, encontró oportunos mecenas providenciales, tuvo fuerza, convicción y entusiasmo, visión clara y firmeza de propósito, capaz de moverlo hasta la altura desde la llanura desde donde venía. Por eso lo siguieron. Emprendió el camino sin detenerse ante los obstáculos e impulsó la renovación literaria que concibió convencido de su tarea. Caminó, la multitud fue tras de él, pudo captar la necesidad de cambio y dar la respuesta oportuna, arrastrando a su generación. Hizo girar a su alrededor, a los escritores e intelectuales de la época, tuvo contacto con los líderes políticos más importantes de Hispanoamérica. ¿Por qué? porque brillaba con luz propia, tenía, a pesar de su timidez, de sus temores y carencias emocionales y económicas, de las dificultades de elocuencia: certeza, energía y persistencia.  Creyó en el rumbo de sus pasos, avanzó y lo siguieron.

Es un Cisne NegroRUBÉN DARÍO EMPRENDEDOR. Conferencia y conversatorio.

Sexto: Rubén Darío lo hizo fuera de todo pronóstico. Si nos remontamos, no a 1916, sino a 1870 o 1880, en esa época podemos sacar dos conclusiones: la primera, que hay necesidad de renovación del español, se muestra como un idioma vinculado a la decadencia política y colonial de España que ha perdido sus colonias, está por perder las últimas: Cuba y Filipinas. El castellano también está en decadencia, es una verdad que deducimos a partir de revisar el contexto de finales del siglo XIX según diversas fuentes. Y segundo, efectivamente hay necesidad de renovación del idioma, ese renovador o movimiento frente a la necesidad objetiva, es de suponer que vendrá y deberá impactar en la lengua, la va a rescatar del pasado, actualizarla en las postrimerías del siguiente siglo, para iniciar el fin del milenio.

Podría decirse que el innovador que faltaba (o la innovación necesaria), vendría de Madrid, Buenos Aires o de Santiago de Chile, pero nadie, absolutamente nadie pudo calcular como pronóstico que saldría de León de Nicaragua. Un país de la periferia política, económica y cultural de fines del siglo XIX, no era de los países, capitales, ciudades o provincias más influyentes y relevantes, estaba en la periferia, ¿dónde radicaba el poder político, económico y cultural de fines del siglo? Estaba en Madrid, Buenos Aires, México, quizás un poco Guatemala por la herencia como Capitanía General, pero no en Nicaragua, era imposible pronosticar desde aquí el surgimiento de quien cambiaría las reglas de la poesía y la prosa en la lengua española, ¿quién se atreviera transformar los precedentes considerados sagrados, canonizados por la academia?

Rubén Darío, es un Cisne negro. Los dos libros que publiqué con el título: Último año de Rubén Darío, la Parte I (septiembre 2015; Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica) la portada es color negro y la Parte II (enero 2017; Honduras y Panamá), es blanca. Esas portadas tienen una intención. Darío es un Cisne negro, por eso la portada negra, pero utilizó al cisne blanco como símbolo del Modernismo, por eso la portada blanca. El Modernismo, tuvo su época y feneció, al igual que el cisne blanco que los representaba como tótem, vinieron después otras corrientes, que aunque algunas renegaron de él, tuvieron que leerlo y reconocerlo, la lengua española ha evolucionado, pero el Cisne negro, impacto inesperado y referente, sigue vigente.

“Cisne negro” es una expresión que viene desde Juvenal, el poeta latino tenía un verso en latín que decía: “rara avis in terris, nigroque simillima cygno”, en español más o menos se traduce: “un ave rara en la tierra, y muy parecida a un cisne negro”, lo que presumía es que el cisne negro nunca existió; expresaba por analogía la fragilidad de cualquier sistema de pensamiento. Parece que el verso era una expresión común en la sociedad británica, en Londres del siglo XVII, para indicar la imposibilidad de algo, o su no existencia. En Europa conocían los cisnes blancos, creían que los cisnes negros no existían. Sin embargo, ocurrió un fenómeno histórico, una expedición holandesa (1697) descubrió los cisnes negros en Australia Occidental. Cuando llegaron a Inglaterra y los británicos los vieron, vino la polémica que se convirtió en metáfora ¿no es que no había cisnes negros, que era un imposible?, lo que creían cierto se derrumbó ante la evidencia, entonces se comenzó a hablar que los cisnes negros son la ocurrencia de un fenómeno inesperado e improbable que de repente ocurre y cambia lo que antes se creía, se planteó que una imposibilidad percibida puede siempre ser refutada después. Recientemente el contenido y alcance de esta metáfora fue descrita por el financiero libanés-norteamericano Nassim Nicholas Taleb (Líbano, 1960), en su libro El Cisne Negro (2007), para referir que los grandes sucesos que han cambiado el rumbo de la historia, ocurren de manera imprevista, son estadísticamente imposible de pronosticar y provocan gran impacto.

Traslademos la metáfora a la historia, la política, etc., las personas, los individuos, los países, las circunstancias cambian drásticamente por sucesos, que podemos llamar “cisnes negros”. El descubrimiento de América es un cisne negro, Colón no sabía que venía aquí. Y si ustedes ven el curso de historia, de repente algo ocurrió y cambió todo y, ese imprevisto, imposible de pronosticar, es un cisne negro. Por ejemplo, supongamos que compran un pavo o chompipe para crearlo y comérselo en Navidad, bien, lo compran en febrero y lo van a engordar, especulemos que el animalito lleva control estadística de su alimentación, anota en el calendario; el día uno, que es hoy le dan de comer, entonces el chompipe escribe la primera observación; el día diez le dan de comer, el día veinte, el día cincuenta, y el chompipe va marcando durante todos los días la frecuencia de las comidas, y llega el día cien y le dan de comer, lo mismo el día ciento cincuenta, pero, en el día trescientos, diez meses después ¿Qué espera el chompipe según la observación estadística? espera que le vuelvan a dar comida, pero lo degüellan. Es decir, el registro que de los hechos ocurridos no tuvo ninguna consecuencia en lo que sucedió al final, fue inesperado, estadísticamente imposible de pronosticar: lo degollaron para comérselo en la cena navideña.

No es casual que una estrofa de uno de los poemas de Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas, diga:

…Y un Cisne negro dijo: – “La noche anuncia el día”.

Y un blanco: “La aurora es inmortal, la aurora

es inmortal!” ¡Oh tierras de sol y de armonía,

aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!

¿Conoció Darío los cisnes negros? Creo que se describió e identificó con la metáfora referida, exclamó: “La noche anuncia el día”, es porque la obligada renovación literaria impulsada que ha permitido un amanecer en la lengua española, es como una “caja de Pandora” que sale de las “tierras de sol y armonía” y que guarda la “Esperanza”.

Darío es un Cisne negro, porque es un suceso o personaje improbable, imposible de pronosticar, nadie pudo haber calculado que un muchacho que no se bachilleró, que no cursó la universidad, que no tenía un núcleo familiar estable, sin recursos, que careció de la presencia de su padre y su madre durante la niñez y adolescencia, que a los dieciséis años fue procesado y condenado por vago en un tribunal de León (1883/1884), pudiera llegar tan alto.

Vamos a suponer que aquí viene un muchacho de catorce o quince años, y le preguntan tres cosas: primero: “¿Vivís con tus padres? -No- ¿Tenés madre? – me abandonaron-, “¡lamentable!”, exclamaremos. Dos: “¿Te bachilleraste o estudias secundaria? – no – ¿qué haces? – escribo poesía, deambulo por las calles, toco el acordeón, escribo en mi libreta en las esquinas, converso con mis amigos…”; “tenés recursos económicos”, – no-. En tales circunstancias es fácil formular un pronóstico, ¿cuál será el futuro del muchacho? ¿Tendrá éxito o no? El pronóstico posible es que tiene alta posibilidad de fracaso, pensarán que el muchacho no tiene perspectiva de triunfo personal.  No se bachilleró, apenas llegó a segundo año, no entró a la universidad, que creemos de manera ligera es una condición para el éxito profesional. ¿Pero entonces, qué pasó? Algo distinto hizo. Por fortuna no se sometió a la camisa de fuerza del sistema educativo ni se dejó domesticar, decidió hacer las cosas distintas. Por fortuna fue así.

Hablando de otro genio universal en el campo de la física, Einstein (1879 – 1955), dijo: “La única cosa que se interfiere a mi formación es mi educación”, reconoció que su habilidad para resolver problemas disminuyó mientras aumentaba sus conocimientos y que la innovación fue mayor mientras sus conocimientos fueron menores. Parece contradictorio, pero no, la gente dispuesta a romper paradigmas resuelve problemas imposibles. Newton afirmó: el tiempo era absoluto, Einstein enfrentó a su antecesor y mostró que es relativo. Darío, en su campo y en sus circunstancias, rompió paradigmas y tuvo éxito.

Hay una interesante anécdota que recoge Valentín de Pedro en Vida de Rubén Darío (1960) y que es similar a la que repite el profesor, escritor e investigador nicaragüense, uno de los grandes biógrafos de Darío, Edelberto Torres Espinosa (1898 – 1994): “En casa de la tía Rita se celebraban en ocasiones bailes infantiles… En una fiesta que se celebra en honor de su primo Pedro –el hijo de su tío político-, que es un precoz y extraordinario pianista, es ovacionado por el público que colma la sala y los corredores de la casa. Rubén no ha sido invitado esta vez y como curioso está en una casa próxima, viendo desde la acera lo que pasa”. Alguien le comenta con la intención de provocarlo: “Oye cómo aplauden a Pedro ¿qué te parece?”. El joven Darío le responde: “Lo merece; pero a Pedro lo aplauden aquí, a mí me aplaudirá el mundo”.[12] En esta respuesta hay visión, convicción, confianza en sí mismo y, en ese momento, improbabilidad, según lo que otros pudieran pensar. He aquí el retrato, en toda su perspectiva, del Cisne negro que hemos referido.

Es un clásico

El séptimo y último punto, por el cual considero que honramos a Darío, es que se ha instituido como autor clásico, un clásico porque venció el siglo. Díganme ustedes a quien recordaremos diez años después, ¿cuantas personas y escritores se recuerdan y leen diez años después de su muerte? ¿A cuántos treinta años después? ¿A cuántos cincuenta años después? ¿Y a cuantos cien años después? muy pocos van quedando. A Darío se le recuerda, lee y estudia, a pesar de los cien años transcurridos, venció el tiempo que suele ser implacable y lleva al olvido.

Otro aspecto que caracteriza a un clásico es el ámbito territorial. A muchos los conmemoran en los límites de su pueblo o de sus fronteras nacionales. Darío se recuerda, y se seguirá recordando en Chile, Argentina, España, Colombia, Ecuador, México, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala,… hay escuelas, plazas, parques, calles con su nombre, y seguro desde alguna universidad o colegio, un académico o maestro, algún estudiante o lector, desde una biblioteca de algún país del mundo debe estar hablando, leyendo o averiguando sobre la vida y obra de Rubén Darío, es decir se le recuerda más allá que las fronteras del país natal, es certero afirmar que venció los límites que imponen las fronteras y las nacionalidades.

El último argumento es que, nosotros lo leemos en español, pero hay muchos que lo leen en francés, inglés, italiano o alemán, es decir parte de la obra de Darío ha sido traducida (o interpretada) al menos a dieciocho idiomas, de tal forma que lo conocen en otras culturas, es indudable: venció las barreras del idioma.

Es un clásico por que venció el siglo, traspasó las fronteras y superó las barreras del idioma. ¿Cuántos en la literatura de Nicaragua, Centroamérica, o Hispanoamérica lo han logrado? Muy pocos. Entre ellos ocupa un lugar privilegiado e indiscutible Rubén Darío.

Esta es la síntesis de los siete puntos que consideramos son las razones por las cuales lo recordamos y le rendimos homenaje. Es lo que logró hacer, es lo que obliga que lo tengamos que recordar, volver a estudiar y actualizar. Si no hubiera sido así, tengan la plena seguridad que hoy, nadie, o quizás muy pocos en León o Nicaragua, hablarían de Rubén Darío.

Parte 2: Pedagogía rubendarianaRUBÉN DARÍO EMPRENDEDOR. Conferencia y conversatorio.

La segunda parte que abordaremos será a partir de otra pregunta: ¿cuál fue el camino que recorrió para alcanzar la cima? ¿Cómo llegó a ser el cisne negro que hemos identificado? ¿Cómo lo hizo realmente? Comienzo con una frase conocida del guionista, animador y empresario norteamericano Walt Disney (1901 – 1966): “Si lo sueñas, es posible”.

Darío era un soñador, pero un soñador que veía lejos, pero también fue un emprendedor que identificó una visión, asumió su misión y fue consciente de su propósito. ¿Saben qué es ser emprendedor? Muy simple: hacer posible tus sueños. ¿Quién que es, no tiene o no ha tenido, en algún momento de su vida, sueños? ¿Saben cuál es la diferencia entre ser soñador y emprendedor? El soñador divaga, no concretiza, no se pone en marcha para realizarlo,  olvida lo soñado con facilidad frente a la adversidad o el cansancio, los descuida en la comodidad, los va postergando, termina quedándose en su zona de confort, inmovilizado por la carencia o quejándose de las oportunidades que no llegan, trasladando las culpas personales a otros; o inmovilizado por la abundancia, deja pasar las bonanzas del entorno, no las busca o no las toma, las evade, le falta ojo para identificarles, empuje y decisión para tomarlas, no es persistente, lo vencen los miedos, y no es que el emprendedor no los tenga, pero los subordina al propósito. Para nadie es desconocido que Darío estaba lleno de miedos y a veces agobiado por la melancolía, pero todos podemos afirmar que convivió con ellos y no se detuvo. El soñador común deja que los sueños se esfumen, son volátiles, eleva la imaginación alejándose de la realidad, sin poner los pies sobre la tierra ni lograr materializarlos.

Llevar lo soñado a la práctica requiere pagar costos, asumir sacrificios y renuncias. Darío pagó caro hacer realidad sus sueños. Desde Buenos Aires escribió a su hermana de madre Lola Soriano: “Aquí estoy, triste y muy solo, pues los triunfos sociales y artísticos no me compensan lo de dentro”.[13]

Para emprender se requiere trabajo constante y dedicación, enfocarse, asumir una voluntad firme y actitud positiva. Algunas veces los sueños se desvanecen con los años, porque el entorno te convence que no podrás, que tu pretensión es imposible, van quedando olvidados en el lejano y oscuro rincón del pasado. El emprendedor pone la mirada lejos y avanza en esa dirección, no se queda viendo, aprende de sus errores y de los otros, permanece atento a captar lo que contribuya a avanzar, y a dejar de lado lo que lo impida, no escatima esfuerzos para ese fin, se pone en marcha sin desistir. El soñador vive de los sueños. El emprendedor los hace posible.

¿Saben una cosa? mientras hay sueños, hay vida, habrá ganas y motivos para vivir. Cuando los sueños se apagan, la vida se apaga, cuando la búsqueda cesa, concluye la existencia. Darío era un soñador emprendedor. Dicen que murió joven, tenía cuarenta y nueve años (18 de enero 1867 – 6 de febrero 1916), eso sería cierto si lo vemos a la luz de la esperanza de vida actual que es de 75 o 76 años, pero a principio del siglo XX la esperanza de vida no llegaba a 40. Él logró prolongar su vida por encima de la esperanza de vida de la época, hasta que realmente la misión que concibió estuvo cumplida y sintió, pienso el vacío, de los costos pagados y las cargas llevadas desde temprano. Sacrificó la estabilidad familiar, la prosperidad económica y la salud, acumuló las carencias de afecto desde su origen, pero no se detuvo, tampoco fue impedido por los distractores propios y sociales que lo acosaron y en los que cayó por fragilidad.

¿Cómo hizo Darío? He asumido el nombre que comparto. Darío elaboró, consciente o inconscientemente, desde su práctica y experiencia personal, lo que defino como: Pedagogía rubendariana, es decir la ruta y el método de aprendizaje del genio, trazó y construyó su camino de aprendizaje para emprender y hacer posible su sueño. Desde temprano fue elaborando sus elevadas pretensiones. No fue en el aula de clases, aunque aprovechó ese espacio mientras lo consideró útil, en ocasiones fue asistente irregular.

Alguien puede pensar que todos sus logros fueron gracias a su memoria privilegiada y su cociente de inteligencia alta, pero insisto que esas son herencia genética, no virtudes por mérito propio ni consecuencia de ningún esfuerzo personal. Son como el color de los ojos y la piel, los rasgos físicos de la cara o la estatura. ¿Cuántas memorias e inteligencias asombrosas se pierden en el aula de clase o en la calle porque quien las posee no aprovecha de manera constructiva esos talentos? René Descartes dijo: “Poseer una mente vigorosa no es suficiente; el primer requisito es aplicarla debidamente”. El mérito de Darío comienza con la capacidad que tuvo para explotar con creces, en función del propósito concebido, las capacidades humanas e intelectuales de las que estaba dotado.

Esa Pedagogía rubendariana debemos conocerla, aprenderla e imitarla en lo posible, según nuestras aspiraciones, ocupaciones, oficios y profesiones. ¿Cuáles son sus componentes? Refiero siete que identifico claves:

Escuchar

¿Cuál fue su primer aprendizaje? Han dicho con frecuencia que fue leer. Pero no. Cuando revisamos su Autobiografía o La vida de Rubén Darío escrita por el mismo, en el segundo capítulo dice: “Por las noches había tertulia… Llegaban hombres de política y se hablaba de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y la noche cerraban mis párpados”.[14] En estas líneas escritas por el poeta encontramos una luz para el argumento. El niño estaba en los brazos de la tía abuela de crianza, la mamá Bernarda. Llegaban hombres de la ciudad, relacionados a la política de Nicaragua y León –escenario político, universitario, cultural, colonial y clerical-, seguro hablaban de la unión centroamericana, de las ideas liberales, de revoluciones, literatura, libros, poesía, historia y de cualquier otro asunto que en la flexibilidad de la noche llamaba el interés de los asistentes al evento cotidiano que Darío nombró “la tertulia habitual”.  Y él, siendo aún muy niño, desde antes que aprendiera a leer, estaba en ese círculo privilegiado.

La tertulia, desde aquel foro familiar y vecinal, hasta los siguientes, con amigos e intelectuales, según su afinidad, despertó y cultivó la curiosidad del niño, del adolescente, del hombre, del poeta y narrador curioso e innovador, en los distintos escenarios en los que estuvo. Fue esa su tribuna principal, fue allí el aula fundamental a la que sumó su inagotable lectura y observación constante, para obtener, a pesar de carecer de títulos académicos, el mérito de ser precursor indiscutible del Modernismo Literario. Desde niño, en León, recuerda: “Yo escuchaba atento las lindas fábulas”.[15]

¿Qué aprendió en la tertulia leonesa? Además de conocer personas y circunstancias, de escuchar ideas y percibir debates del pensamiento de la época, pregunto: ¿qué podía hacer un niño en medio de un círculo de adultos, intelectuales y políticos, talvez algunos maestros y estudiantes universitarios? Entre ellos estuvo, “el famoso caudillo general Máximo Jerez”, su padrino. ¿Qué consideración hubo con aquel asiduo asistente llevado por la madre de crianza y motivado por la curiosidad insaciable que lo empujó después a buscar después los libros, visitar países, conocer a personas, descubrir…? ¿Pudo preguntar, opinar o cuestionar los criterios de los presentes? ¿Participó en el debate y asumió posiciones en el círculo integrado mayoritariamente de hombres, y alguna que otra mujer, como doña Bernarda, que era lectora activa y no ajena a la vida sociocultural y política de su tiempo?

Francisco Ortega Arancibia confirma, en Cuarenta años (1838-1878) de Historia de Nicaragua, que, en la casa de las cuatro esquinas, durante el sitio de León por el general Malespín (1844-1845), se reunían líderes de la resistencia: “esta tertulia no solo servía de recreo, sino también de centro político. La dueña era señora de talento y estaba en contacto con el pueblo y con las personas del mundo político”, era, desde mediados del siglo XIX la tertulia de doña Bernarda, madre de crianza de Darío, allí, la guitarra acompañaba los cantos y había discusiones políticas y culturales.

Siguieron siendo sus escenarios de aprendizaje las tertulias de Managua, San Salvador, Guatemala, Valparaíso, Santiago de Chile, Buenos Aires, Madrid, París y Barcelona, un escenario para aprender y compartir lo aprendido.

Años después, el diplomático, poeta, periodista y crítico dominicano Osvaldo Bazil (1884 – 1946), afirmó en 1910: “La presencia del hombre superior se manifestaba en él, no por lo que decía, sino por cómo lo hacía o por lo que callaba o por cómo escuchaba a los demás. Nunca he visto a un hombre que, como Rubén, sin pronunciar una palabra, tomara parte activa en una conversación hasta el punto de dirigirla y hacerla interesante”. No fue la oratoria su virtud, no fue de prolongados discursos, su mérito estaba en la palabra escrita, y esa capacidad comenzó con un aprendizaje fundamental: aprendió a escuchar. Está allí la base que sustentó su desarrollo, escuchó por curiosidad, escuchó con atención, absorbiendo, con “memoria esponja, memoria mágica, de sabiduría mitológica y de sabiduría poética” dijo Carlos Martínez Rivas.

La habilidad de los genios es tener acceso a escuchar a muchos, buscar a los mejores, escuchar a las personas brillantes, aprovechar sus ideas, captarlas, procesarlas y juntarlas a las propias, reelaborarlas y compartirlas. Hubo, detrás de Darío, una multitud de personas a quienes supo escuchar, y otra multitud de oportunos mecenas y generosos afectos que le tendieron la mano. Y él, atento a las oportunidades que le facilitaran cumplir su propósito, no desperdició los comentarios ni el apoyo recibido. Fue siempre generoso y agradecido.

Para hablar un niño debe escuchar, si no escucha no hablará o lo hará con dificultad. Desde los primeros años, y a medida que avanza la edad, vamos perdiendo la habilidad de escuchar y limitamos la capacidad de aprender, por los prejuicios, conocimientos, actitudes que acumulamos. Un genio comienza escuchando, desarrolla la actitud de escuchar y tratará de escuchar toda su vida, como hizo Darío ¿Aprendemos a escuchar en familia, en la escuela, entre amigos y colegas, en la sociedad? Un individuo y una sociedad que escucha, siempre será mejor.

¿Qué hacía el niño en ese círculo de viejos? ¿Ustedes creen que preguntaba? el niño simplemente escuchaba, fue un aprendizaje que lo acompañó en su vida. Esa capacidad de escuchar que fue bien aprendida de niño. ¿Cuántos de nosotros sabemos escuchar? el camino del genio empieza por escuchar, en el aula, en la calle, en la sociedad, en la familia, donde estemos, en este auditorio, pregunto: ¿Quiénes están escuchando?  No lo sé, “caras vemos, corazones no sabemos”. Los que escuchan, seguro estarán aprendiendo algo, y los que no, divagan, permanecen en su casa pensando en el novio, el marido, el hijo, la comida o alguna de las distracciones actuales que abundan.

Aprender a escuchar es fundamental para el aprendizaje. Darío adquirió esa capacidad, es la primicia de la Pedagogía rubendariana, allí empieza la ruta para aprender y emprender: escuchando.

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Segundo: Darío aprendió a leer temprano para nunca dejar de hacerlo. Cuenta: “Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según me ha contado”; también recuerda: “En un viaje encontré los primeros libros que leyera. Era un Quijote; las obras de Moratín; Las mil y una noches; La Biblia; los Oficios, de Cicerón, la Corina, de madame Staël; un tomo de comedias clásicas españolas y una novela terrorífica, de la que ya no me acuerdo qué autor, La caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño”. Más adelante, siendo adolescente: “mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente de intelecto, de saber y experiencia y por ellos conseguí que se me diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses leyendo todo lo posible…”.[16] Todos sabemos lo que se ha dicho: fue  lector precoz, pero lo importante, lo que hace la diferencia, es que no dejó de hacerlo nunca, fue hábito, actitud, disfrute y método, parte inseparable de su estilo de vida, fue lector acucioso y diverso en cuanto al tipo, origen y autor de los textos que consumía con avidez, insaciable leedor que no desperdició la memoria privilegiada, devorador de bibliotecas.

Viajaba con libros en sus travesías en tren y en barco. El mundo y la historia los recorrió a través de los libros. Vivió entre los libros, las tertulias y los viajes, entre la poesía, las crónicas y la bohemia.

Deberíamos decir: ¡seamos lectores como Rubén Darío! Además de la sana distracción de la lectura, que despierta la imaginación y mantiene activa la mente, no hay posibilidad de éxito real y sostenible, en ninguna profesión u oficio, sin lectura constante, no importa qué temática leas, lo importante es leer textos útiles y constructivos para el propósito en los que enfocas tu aprendizaje y emprendimiento.

Observar

Tercero: Darío era un observador capaz de percibir y atender los detalles, describir con acuciosa diversidad, según lo demuestra la multitud de crónicas escritas. Solo la agudeza de observador informado con sensibilidad poética e imaginación, pudo desarrollar esa calidad de textos. Logró una minuciosidad sorprendente.

El pedagogo y político cubano Medardo Vitier (1886 – 1960) escribió, al referirse a Tierras solares: “es un libro de viajes, ameno registro de lo que vio por climas diversos un observador”. La Prensa de San Salvador, en artículo publicado en ocasión de su muerte en febrero de 1916, publicó: “El oído atento, como el caracol de mar, intima el devoto rumor de una inquietud infinita”.[17] La Estrella de Panamá publicó (1916): “Agraciado con su numen excepcional de analítico observador profundo de detalles nimios al parecer y feraz como pocos en la gestación de ideas singulares, precisas y vividas. Admíranse en Rubén Darío la fuerza descriptiva de sus figuras y la maravillosa placidez, precisión y dulzura de sus conceptos”.[18]

Como observador persistente no perdió la capacidad de sorprenderse ni descubrir en lo cotidiano lo extraordinario y saberlo expresar con calidad artística, desde el campo que dominó con propiedad: la literatura.

Autodidacta

Cuarto: sin haber obtenido títulos académicos formales, logró un conocimiento vasto y dominio de la lengua española a través de escuchar, leer y observar. Ello lo confirma como un ejemplar autodidacta que organizó su propio aprendizaje según sus intereses y aficiones, asumió lo que interesaba para su propósito, no lo que obligaba y mostraban los programas escolares, ni lo que definía los cánones académicos.

Afortunadamente Darío se sacudió el sistema educativo, y, aunque podría no ser una buena  recomendación o quizás interpretado como mal ejemplo para los niños y jóvenes, hay que reconocer que, si Darío hubiera asistido con regularidad a las aulas como alumno disciplinado y dedicado, si continuara y concluyera los estudios, hubiéramos quizás –si no terminara frustrado frente a la imposición que lo sometía y ahogaba-, ganado a un académico o a un profesional destacado, conocido en León o Nicaragua, pero perdido al genio de la literatura,  quizás su capacidad de innovación se hubiera apagado al someterse al esquema vigente, cortadas las alas, terminaría escribiendo o reproduciendo como la mayoría de los que le precedieron en su época.

Asumió el riesgo de romper las reglas y lo logró. Enfrentó la complejidad de hacer las cosas diferentes. Cuando nacemos tenemos la facultad de romper las reglas, pero el sistema se encarga de hacérnosla conocer e imponérnosla, las creemos y asumimos. Esa capacidad se atrofia a través de la educación, la socialización y la normalización, interactúan para obligarnos a permanecer dentro de lo habitual y aceptado por la sociedad, la cultura y la ciencia.  Se nos instruye para aprender y acatar reglas, para creer algo y para comportarnos de una manera específica, común y aceptada. De alguna manera Darío se percató y decidió organizar, en una incomprensible mezcla consciente e inconsciente, de sentido común y necesidad personal, su propio aprendizaje.

Aunque desarrolló una inagotable capacidad de asimilar información, aprender y adquirir conocimientos con tenacidad y diversidad, el aprendizaje práctico de la vida fue incipiente, no superó la ingenuidad.

Curiosidad

Quinto: me pregunto, ¿por qué Darío escuchaba? ¿Por qué leía?  ¿Por qué observaba? porque era curioso, por eso le gustaba hablar y principalmente escuchar a la gente, reunirse y compartir con los amigos y conocidos, con los que compartía y podrían enseñarle algo, viajar a los más de veinte países que visitó, fue por curiosidad.

Dicen que la curiosidad es inversamente proporcional a la edad, es posible sin embargo que, a pesar de la edad algunos sigamos siendo curiosos. Talvez porque la curiosidad requiere de la ingenuidad, sencillez y sensibilidad propia de los niños. Si aquí hubiera un niño de dos años, seguro estuviera dando vueltas y traveseando –si lo dejaran-, tocando el equipo de sonido, no estaría quieto sino tratando de descubrir lo que le parezca nuevo y raro. Pero nosotros, como ya pasamos hace mucho los dos años, tenemos pena de hacerlo, aunque nos llame la atención y queramos, porque el sistema social nos domó; a veces hasta nos da pena preguntar, nos preocupa lo que otros dirán; al no preguntar, solemos limitar la capacidad de aprender y pensar, nos quedamos callados, y vamos guardando las cosas, las inquietudes se opacan, la curiosidad se apaga, terminamos acomodados en donde estamos, en lo que somos, en lo que conocemos. Pero, a un niño, no le importa, mientras no le extingamos sus inquietudes y se vuelva igual a todos según el parámetro establecido. Apagar o limitar la curiosidad por los prejuicios y miedos, por los paradigmas impuestos, anula la capacidad de innovar y descubrir.

Según escribió en sus Memorias el hondureño Froylán Turcios: “tiene, en verdad, mucho de niño y de mujer este inmenso artista, este hombre grande, refinado y elegante…”. El crítico y editor norteamericano Robert J. Shores (1881 – 1932), quien lo representó con gran afecto en Nueva York, expresó: “en muchos aspectos era como un niño, cuando estaba contento con cualquier cosa, mostraba su placer sencillamente”. Soto Hall, comentó: “…en su sonrisa infantil, acariciadora, inocente, trasunto claro de su alma, donde la hiel no tuvo cabida nunca, y la ingenuidad del niño vivió albergada siempre”. Nilo Fabra, escritor y político español, remarcó que “Rubén fue un niño casi toda la vida” y que, “La vida cosmopolita, agitada, turbulenta, de continua peregrinación, no sirvió para crearle una experiencia práctica”, refiriéndose quizás a la falta de malicia, a la ingenuidad en asuntos económicos, políticos y personales que le llevaron a errores o fracasos en esos ámbitos de la vida.  Felipe Sassone, poeta y narrador peruano de origen italiano, escribió en ocasión de su muerte: “¡Pobre Rubén! Era ingenuo como un niño y sensible como una mujer…” .[19]

La curiosidad de Rubén se puede comprobar en la diversidad de tópicos que abordó en sus versos y en la prosa, en la riqueza que recogió en las crónicas, en sus visitas y encuentros con múltiples personalidades, famosos y anónimos, en las cosas que observaba, leía o escuchaba, que eran procesadas en su mente creativa y enriquecidas con ilustrada imaginación. ¿De qué temas no escribió, aunque sea refiriéndolos puntualmente? Sus escritos podrían clasificarse en temas literarios, culturales, mitológicos, políticos, sociales, científicos, filosóficos, religiosos e históricos; relativos al ámbito nicaragüense, centroamericano, hispanoamericano y universal, desde su lengua patria, como se refería al español, o relativo a otros idiomas y culturas, asuntos próximos y lejanos en el tiempo y en el espacio de su existencia.

Einstein dijo: “No tengo un don especial, solo soy apasionadamente curioso”, Darío era así. No fue un personaje indiferente ni ajeno al momento histórico, se refirió a casi todos los asuntos de los que tuvo noticia; se informó e interesó por su insaciable curiosidad de conocer, ilustrarse y descubrir. Frente a la multitud y dispersión de su legado escrito, la clasificación y publicación de su obra completa –algunos afirman es imposible-, sigue siendo una tarea necesaria y pendiente.

Visión

Sexto: Darío tuvo una visión. Identificó un propósito claro. Todos tenemos un propósito, aunque no lo identifiquemos ni asumamos por conformismo, miedo, pena o ignorancia. Él supo cuál era el suyo, pero, además, identificando la visión, fue un emprendedor, es decir inició el camino hacia esa visión, alguien puede soñar, pero se queda sentado. Un refrán chino dice: “un largo camino comienza con un paso breve”.  Lo particular, lo que hace la diferencia en un genio es que tiene la habilidad de insistir – es obsesivo-, en su propia visión del asunto –está convencido-, hasta que llega a ser realidad. ¿Y si nunca logra hacerlo realidad? Todo quedará en un sueño, o será un loco.

Alguien puede soñar, pero se inmoviliza, pero Darío soñó para lograr una meta y cumplir su sueño, hizo lo que parecía imposible. No se agotó ante la adversidad, no se cansó, no desistió, no retrocedió frente a la adversidad, a pesar de sus tristezas. Este muchacho, cuando viajó, cuando hizo lo que iba hacer, no se detuvo por la carencia económica, él se puso en marcha, y confió que en el camino iría resolviendo las necesidades. Cuando fue a El Salvador no llevaba nada, cuando fue a Chile cargó solo con su maleta, una carta de recomendación y la confianza que todo saldría bien, así fue siempre. Con su modesto equipaje, su ropa y sus libros, sin títulos académicos ni cuenta de ahorro ni activos, sin nada.

Pedro de Valentín comenta que “Él se sabía nacido para una misión, cuyo convencimiento no podría llevar a los demás como no fuera por la excelencia de su obra”.[20] En su primera visita a El Salvador, al presidente Rafael Zaldívar, cuando le preguntó qué era lo que deseaba, él joven le respondió: “Quiero tener una buena posición social”.

Un refrán hindú reza: “Si sabes adónde vas, ningún camino es desconocido”, y el mismo refrán, interpretado de manera distinta afirma: “Si no sabes adónde vas, cualquier camino es bueno”. Darío supo adónde iba, puso la mirada en el propósito y asumió en cada momento, los caminos, las decisiones, los sacrificios y costos que le llevaron a él.

En el apoteósico retorno a Nicaragua, después de casi quince años de ausencia (1907), en el discurso en León expresó: “Yo vine en un momento en que era precisa mi intervención en el porvenir del pensamiento español en América. Yo soy un instrumento del Supremo Destino, y bien pudo nacer en Madrid, corte de los Alfonso, en Buenos Aires, tierra de Mitre, en Bogotá o Caracas, el que nació en la humilde Metapa nicaragüense”.[21]

En su Autobiografía cuenta: “Yo soñaba con París desde niño, a punto que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejara morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la ciudad del arte, de la belleza y de la gloria; y, sobre todo, era la capital del amor, el reino del ensueño”. Viajar a Europa era, según le dijo al expresidente Rafael Núñez de Colombia, “su sueño deseado”, y que también “tenía ansias de conocer Buenos Aires”.[22]

Sofonías Salvatierra, a la muerte del poeta escribió: “…Porque lo grande de este hombre prodigioso no está en su rara inspiración de poeta, no en su numen siempre abierto a las músicas celestes, a los mensajes de Dios: el prodigio de este hombre extraordinario está en aquello que le hizo decirse él mismo instrumento del Supremo Destino…”.[23]

Persistente

Darío es visionario y emprendedor y persistente, es el Darío que desconocemos, el que desafortunadamente hemos obviado a pesar de la extraordinaria utilidad que como referente tiene para las generaciones presentes y futuras. Pienso que el Darío que deberíamos enseñar en las escuelas y universidades, que deberían divulgar los eslóganes oficiales y educativos, tiene estos rasgos en cuanto a su vida, la manera en cómo hizo las cosas y cómo logró su propósito. Porque ese Darío tiene mucho que enseñar, más allá, de que nos guste o no la poesía y la prosa, que nos interese la literatura, que no sea el ámbito de nuestras aspiraciones profesionales ni se encuentre entre las distracciones para recrear nuestro tiempo libre.

He encontrado a jóvenes y adultos que me han dicho que no les agrada la poesía, que no la entienden ni le encuentran utilidad, piensan que no les sirve para lo que hacen o harán (lo mismo podría decir del álgebra un médico, un abogado o un artista). Perfecto, les digo, no lean sus poemas ni la prosa literaria; algunos comentan que la poesía es aburrida y la perciben como una pérdida de tiempo. Reconozcamos que las preferencias, sensibilidades e inclinaciones humanas son complejas, diversas y heterogéneas, a veces incomprensibles por unos y otros, no por eso son inadecuadas. Es posible que alguien encuentre que los libros que le interesan son de ingeniería, derecho penal, medicina, cocina, religión, ciencia ficción, negocio, administración o desarrollo personal, o cualquier otro asunto, perfecto, lean eso, pero lean y lean, escuchen y observen, sean curiosos y persistentes.

Este Darío, que emprendió el camino referido en su Pedagogía rubendariana, recorrió la ruta a través de la cual logró éxito, llegó a la meta, asumiendo sus renuncias y errores, es imitable y aprendible por todos y todas, sean de cualquier nacionalidad, idioma, profesión, oficio, ocupación o afición: médicos, abogados, ingenieros, sacerdotes, pastores, farmacéuticos, periodistas, científicos, empresarios, comerciantes, deportistas,… lo que sean, si lo que hacen pretenden lograrlo con éxito, háganlo con entusiasmo, deberían tomar en cuenta el camino emprendido con persistencia por Rubén Darío, nuestro compatriota, el más universal de los nicaragüenses, quien tuvo la capacidad, remontándose desde la adversidad, de dar el aporte más importante, amplio y perdurable en una rama del conocimiento humano universal: la literatura española, el idioma que nos comunica a más de quinientos cincuenta millones de personas.

Muchas gracias.

Principales fuentes bibliográficas

  • Bautista Lara, Francisco Javier. (2017). Último año de Rubén Darío. I Parte. Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua. (Tercera edición). Editorial La Salle Siglo XXI, Managua, Nicaragua.
  • Bautista Lara, Francisco Javier. (2017). Último año de Rubén Darío. II Parte. Honduras y Panamá. (Primera edición). Editorial La Salle Siglo XXI, Managua, Nicaragua.
  • Darío, Rubén. (2003). Autobiografía. Distribuidora Cultural, (12va. Reimpresión), Managua, Nicaragua.
  • Darío, Rubén. (2005). Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Madrid 1905. Centro Nicaragüense de Escritores. Edición facsimilar.
  • De Valentín, Pedro (2013). Vida de Rubén Darío. Editorial Amerrisque. (1ra. edición), Managua, Nicaragua.
  • Taled, Nassim. (2010). El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable. Editorial Paidós. (Primera edición), México.
  • Torres Bodet, Jaime (2015). Rubén Darío: abismo y cima. Edición Flavio Rivera-Montealegre, Miami, Florida.
  • Torres Espinosa, Edelberto. (2010). La dramática vida de Rubén Darío. (Octava edición: definitiva, corregida y ampliada). Editorial Amerrisque, Managua, Nicaragua.

[1] Último año de Rubén Darío, I parte, p. 248.

[2] Darío, Rubén, (2003), Autobiografía; Ediciones Distribuidora Cultural, Managua, Nicaragua, capítulo XVIII, p. 27.

[3] Último año de Rubén Darío, II parte, p. 60.

[4] Último año de Rubén Darío, I parte, p. 34.

[5] Autobiografía, ídem, p. 23.

[6] Publicado en El Cronista, Panamá, el 27 de diciembre de 1892. Tomado del libro: Último año de Rubén Darío. II Parte: Honduras y Panamá (2017, Bautista), pp. 224-227.

[7] Publicadas en El Cronista, Panamá: I Sanguina, II La marea y III A una bogotana “pasillo en prosa” (18 de abril de 1893). Tomado del libro “Último año de Rubén Darío. II Parte: Honduras y Panamá” (2017, Bautista), pp. 243-244.

[8] La República de Panamá, publicado en Mundial Magazine, París, número 23, mayo de 1913. Tomado del libro: “Último año de Rubén Darío. II Parte: Honduras y Panamá” (2017, Bautista), p. 333.

[9] Torres Bodet, Jaime. (2015). Rubén Darío: abismo y cima. Homenaje a Rubén Darío en el primer centenario de su muerte 1916 -2016; pp. 186, 376.

[10] Darío, Rubén; El canto errante; Impresiones y Troqueles, S.A., Managua, Nicaragua, 2007. p. 8.

[11] Darío, Rubén (1905), Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Edición facsimilar, Ediciones del Centro Nicaragüense de Escritores, PAVSA, 2005, Managua, Nicaragua; p. 3.

[12] Torres Espinosa, Edelberto. (2010). La dramática vida de Rubén Darío. Octava edición. Editorial Amerrisque, Managua, Nicaragua; p. 38,

[13] Valentín, de Pedro, Vida de Rubén Darío, p. 141.

[14]Autobiografía, ídem, p. 3.

[15] Autobiografía, ídem. p. 11.

[16] Autobiografía, ídem. pp. 3, 4, 12.

[17] Último año de Rubén Darío, I parte, pp. 236, 349

[18] Último año de Rubén Darío, II parte, p. 292.

[19] Último año de Rubén Darío, I parte, pp. 70, 125, 168, 647.

[20] Pedro, de Valentín, Vida de Rubén Darío, p. 26.

[21] Último año de Rubén Darío, I parte, p. 489.

[22] Autobiografía, pp. 40, 44.

[23] Último año de Rubén Darío, I parte, p. 248.

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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