Relatos de una poeta chilena: El bosque de hueñuibales
Managua, 27 de enero de 2020
El aire se confunde, salado de perfume.
Tu canto es golondrina atrapada por las olas.
Lucía Orellana, Enarbolando mares (2007).
Al concluir la lectura de estos veintisiete relatos de la poeta, narradora, bibliotecaria y artesana de manos prodigiosas, Lucía Orellana Cofré, chilena, valdiviana de adopción, -como ella misma dice-, tengo impregnado en mi memoria el aroma familiar y el entorno natural y humano de Panguipulli, -provincia de Valdivia, Región de Los Ríos-, que la prosa de la autora hace fluir en el texto para pintar diversos escenarios lejanos que me resultan ahora próximos.
Siento, al Chile de Lucía, tan cercano a la Nicaragua nuestra, vínculo de afecto, literario e histórico, por la abundancia de poesía y canto que brota de los poros de la gente y mana de los caudales diversos de la geografía, una extendiéndose al extremo suroeste del Continente, en “las vértebras enormes de los Andes”, hasta la Antártida, y la otra cálida, con “la armonía del trópico”, en el centro de América, entre los océanos: Pacífico y Caribe. Ha sido en ambos abundante y florida la literatura.
El Héroe Nacional de Nicaragua y padre del Modernismo hispánico Rubén Darío (1867-1916), guardó siempre gratitud a Chile, lo expresó en reiteradas ocasiones, en el retorno a la patria natal, en El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical (1909). El autor de Oda a Roosevelt (Málaga, 1904): … “Apenas brilla, alzándose, el argentino sol / y la estrella chilena se levanta” …, viajó a Chile en un período de florecimiento cultural por recomendación del escritor salvadoreño Juan J. Cañas: “¡Ve a Chile! Es la gloria… aunque sea a nado”, y estuvo allá desde junio de 1886 hasta febrero de 1889. Con cuentos, poemas y artículos, con Azul… (Valparaíso, 1888), inauguró la nueva corriente literaria. En Canto épico a las glorias de Chile (1887) escribió:
…/…
En la región de las inmensas almas
debe haberse sentido en esas horas
como un ruido de palmas
y un despertar de auroras.
iOh Patria! iOh Chile!
…/…
Al héroe histórico y mitológico chileno toqui mapuche, líder de la resistencia contra los conquistadores españoles (inicio siglo XVI), le rindió homenaje en el poema Caupolicán (1888):
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
…/…
A la muerte de su amigo Pedro Balmaceda, en cuyas tertulias intelectuales destacó, publicó: A. de Gilbert (San Salvador, 1889), dijo fue: “príncipe de ingenio”.
A Augusto C. Sandino (1895-1934), Gabriela Mistral (1889-1957), Premio Nobel de Literatura (1945), lo llamó “General de hombres libres, hombre heroico, héroe legítimo, como tal vez no me toque ver otro”, destacó la noble causa del “pequeño ejército loco de voluntad de sacrificio”. Escribió múltiples artículos (1928 – 1930) en oposición a la invasión norteamericana en Nicaragua. Afirmó que Sandino era “héroe”, contra el calificativo de “bandido” que daba Herbert Hoover, presidente de E.U. Después, Pablo Neruda (1904-1973), el de los inolvidables poemas de amor para todos los tiempos, Premio Nobel de Literatura 1971, lo llamó: “Aquel amigo” en Canción de Gesta (1960), y en la “obra poética monumental”: Canto General (1950), lo incluyó (XXXVII):
Sandino (1926)
Corrieron hacia Nicaragua.
…/…
Sandino se quitó las botas,
se hundió en los trémulos pantanos,
se terció la banda mojada
de la libertad en la selva,
y, tiro a tiro, respondió
a los «civilizadores».
…/…
No puedo obviar que ella es, por convicción, mapuche, compatriota de Caupolicán, y de Balmaceda, Poirier y de la Barra, de Neruda y Mistral, de Allende (Salvador e Isabel), Parra y Jara, además de Edwards, Donoso, Skármeta y Bolaño… Lleva con la palabra las emociones, en el aire que respira e inflama, el mismo material de origen, la sensibilidad por la prosa y el verso, por oficio y necesidad irrenunciable que comparto y en cuyos laberintos –a veces tormentosos, a veces regocijantes- me refugio.
Cuando vuelvo a leer a Lucía, después de nuestro fraternal encuentro poético en México (2009), y del vínculo virtual que las redes por ventura permiten, descubro ahora un nuevo rostro en sus líneas pintorescas y creativas, hay un natural encanto familiar y una prosa íntegra y fresca, es casi un álbum, cuyas imágenes, sin fotos, ha sido cuidadosamente conservado. Según el escritor y poeta argentino Aldo Luis Novelli, es “Lucía contándome su historia”, son “historias de vida, relatos de la memoria de un tiempo anterior, que siempre será parte del presente”, es “como si entraran a un mágico bosque de la cordillera andina”.
No importa cómo fueron las cosas ni cómo las contaron, sino cómo se recuerdan para contarse, lo dijo Gabriel García Márquez, “Vivir para contarla”, “he vivido, he viajado”, dijo Darío en “La vida de Rubén Darío escrita por él mismo”, y también, Neruda: “confieso que he vivido”, esos fueron textos autobiográficos, no carentes de ficción. Ahora, estas breves pinceladas de Lucía, son relatos de ficción, no carentes de rasgos autobiográficos.
Cuenta, en el arte de contar y contar, sobre Cambray, el robusto buey que jalaba la carreta cargada, cuando una cuadrilla de obreros que abría los caminos, lo robó y se lo comieron asado con una copa de vino. Sobre las playas lacustres de Panguipulli, rincón predilecto, en donde “amanece de invierno, inmersa en la tristeza infinita de las nieblas verdosas y sin forma de la primera mañana, que se pegan en los altos, nobles y sombríos, cerros sudando esa indiferencia helada. / Camino lenta por las calles tiritando por el frío, vuelve el dolor claro suave y transparente que se confunde entre los pozones de las tinieblas, mientras una llovizna fría y pegajosa desciende sobre la inmensidad del Lago ondulantes por el viento”.
Cordillera hecha de árboles y musgos. Las tardes en el viejo pueblo. Esas frases, que son versos, que están allí, en la narradora que no deja de ser poeta o filósofa, de la vida y de las letras: “La noche tormentosa que empuja a creer que nada tiene principio y que nada tiene fin”. Un territorio que permanece intacto… “Cuando baje la marea nos dejará ese aroma a llanto transformado en palitos que las olas arrojan sobre la arena Pedrosa y nos revela su sensibilidad en esas crueles heridas que bajan de la montaña”. La cúpula del templo “donde se proyecta la esencia espiritual de la ciudad”. Las historias que asustan, del pueblo, el diablo, el aparecido, el niño encontrado en la montaña que no se enferma y desaparece, el bosque misterioso, la niebla, la flor que se marchita, la inmensa casona, el reloj legendario, el temblor de la tierra, el humor, la pobreza humana y la riqueza natural, lo cotidiano que adquiere connotación memorable…
Es una lectura que te invita a leerse, y cuando se lee, a detenerse y pensar, a imaginar, a recordar, con el recuerdo ajeno, volver el propio. “El ayer forma parte de nosotros y de algún modo siempre nos asalta”. Somos de ayer, y estamos hoy, viviendo. “En la evocación de la felicidad se encuentra la fuerza para enfrentar la incertidumbre del futuro”.
Aquí estamos entonces, allá y aquí, desde antes y ahora, en el camino, caminando, en la vida, viviendo, juntos en el texto, juntos en la historia tejida de encantos y desencantos en un bosque espeso y profundo, de heroísmo, verso y canto, riqueza de esperanza para construir,