Ernesto Cardenal: poeta de lo cósmico y lo terrenal
En espera de la nueva creación
“Santa Teresita de Lisieux
murió con una tentación de ateísmo
venció la tentación diciendo:
aunque no existas yo te amo.”
Ernesto Cardenal Martínez
(Granada, 20.1.1925 – Managua, 1.3.2020)
El sacerdote, religioso trapense y poeta místico, del amor y la revolución, polémico e innovador, coloquial y cotidiano, cósmico y terrenal, Ernesto Cardenal Martínez, falleció en la paz del Señor, a los 95 años y 40 días – como para completar anticipadamente los cuarenta días penitenciales-, el 1ro. de marzo de 2020, primer domingo del tiempo de Cuaresma, según el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, con esperanza en la resurrección, después de una larga e intensa vida religiosa, creativa y de compromiso, un legado imperecedero para Nicaragua y las letras hispanoamericanas, que le hizo merecedor de numerosos reconocimientos internacionales, entre ellos, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2012) y el último nacional, en la que fuera la última “comparecencia pública”, en la privacidad de su casa de habitación en Los Robles, Managua, la Orden Cultural Darío-Cervantes del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica (INCH), en la mañana del miércoles 12 de febrero del corriente año.
La Junta Directiva del INCH, en reunión ordinaria del 15 de enero de 2020, “en consideración de la extraordinaria trayectoria literaria, su contribución a la cultura nacional y a la literatura iberoamericana”, decidió otorgar la máxima distinción de esta institución cultural al autor del Evangelio de Solentiname (1975) y Cántico Cósmico (1989), quien cumpliría 95 años el 20 de enero. La condecoración sería otorgada, una vez aceptada por el padre Cardenal, en correspondencia a su disponibilidad y condición de salud, en la Asamblea General Ordinaria a realizarse el sábado 1 de febrero. Aunque tal acuerdo fue recogido en el acta del INCH, quedó pendiente la entrega al homenajeado según el momento posible, lo que ocurrió once días después, como un inmerecido honor que el consagrado poeta nos concedió.
A la breve, afectuosa y emotiva ceremonia, en la sala de su casa, llena de cuadros primitivistas, fotografías y parte de la obra del poeta-artista: esculturas de cisnes y otras en madera y metal, asistimos, René González Mejía, presidente del INCH, la embajadora de España en Nicaragua, María del Mar Fernández, la agregada cultural de la embajada Aurora Carbonel y el suscrito, secretario del INCH. Acompañó al sacerdote, su perenne acompañante, la poeta Luz Marina Acosta.
El escritor, “de la triste figura”, cargando los años, los laureles y los padecimientos que ellos irremediablemente traen, salió de su cuarto, caminó despacio apoyándose en su asistente, saludó con serenidad, expresó palabras breves y amables, con el ánimo de quien ha logrado paz y simplificado –o eliminado- todas las inútiles preocupaciones que tenemos que ir dejando de lado… Va con su cotidiana cotona blanca, pantalón azulón y boina negra, los rasgos distintivos de su homogénea y simplificada vestimenta. Se sienta en una silla de madera y junco frente a una mesa redonda cubierta por un mantel, en la pared blanca del fondo, una pintura: un cáliz, al lado, la vieja fotografía de una señora, su abuela, ¿o tía abuela? Ahora habla con vos clara, de la manera particular con la que suele pronunciar las palabras y mover las manos, ahora más pausado:
“Recibo complacido este premio, principalmente por los nombres que lleva; Darío, como dijo mi pariente, José Coronel Urtecho, es el compatriota indispensable, a quien tanto quiero, a quien tanto admiro, nuestro poeta universal, nuestro Rubén Darío; y por Cervantes, a quien leí desde pequeño, ella (señala a la señora cuyo retrato cuelga en la pared de atrás), cuando estaba pequeño, en Granada, me leía, leíamos y releíamos juntos pasajes del Quijote, y juntos nos carcajeábamos, y a veces entraba o se asomaba mi hermana menor, y nos veía, y nos quedaba viendo asustada, entonces le contábamos de qué nos reíamos, y ella, cuando leía lo que nos había provocado la risa, decía, eso no me da risa, más bien parece triste. (Y repitió algunos pasajes de la memorable obra cervantina…). Aprendí, con ella, –la señora de la foto-, a descubrir y querer a Cervantes, con tanto humor, tanta creatividad y tanta belleza. Aún ahora, lo sigo leyendo y me sigo riendo cuando lo leo, son lecturas que me relajan, me distraen y me divierten, me hacen volver a mis inicios, a mi niñez, aunque la verdad es que, con Cervantes, y con Darío, he recorrido siempre todo mi camino. Ahora a Don Quijote lo tengo grabado en una Tablet, porque el libro impreso me resulta muy pesado levantarlo, he aprendido a usar la versión digital, esa me resulta fácil de leer y la disfruto sin dificultad, cuando puedo. Por eso, debo darles las gracias a ustedes por este reconocimiento, porque lleva los nombres de estos dos amigos tan fundamentales, tan queridos e inseparables.”
La longevidad –como una bendición de la vida-, acompañó también a José Cuadra Vega, Chepito Cuadra (Granada, 1914 – Managua, 2011), quien llegó a 97, y hasta el final, aunque postrado en una cama, no perdió la lucidez poética del humor para reírse con amor de doña Julia y de él mismo. A Cardenal nunca lo abandonó la mística poética para percibir, desde lo cotidiano, lo trascendente. Mi hijo Juan José (Q.d.e.p.), cuando emprendió, desde un portal electrónico, la promoción de la pintura primitivista, conversó (2011) con el sacerdote. Recuerdo, más o menos, el escueto comentario que me compartió: “él habla con pasión de la pintura primitivista y los pintores; dice que, en cada uno de esos cuadros, de vivos colores, e ingenuas figuras, como que percibe la mano sencilla y creadora de Dios”.
Ernesto Cardenal será recordado como el sacerdote-poeta-artista del amor y la revolución, su obra lírica, mística y libertaria marcó una época, sus homilías y versos animaron e inspiraron a varias generaciones desde fines de la década del cincuenta, cuando se inauguró con la Hora 0 (1957), continuando en los sesenta, con los Salmos (1964) y Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965), entre otros, para cerrar, su huella relevante con Cántico cósmico a fines de la década del ochenta. Con la obra que continuó produciendo en décadas posteriores, mantuvo impecable su presencia en la literatura nacional e internacional, en particular con su incursión en temas metafísicos, existencialistas, sociales, religiosos y políticos, incluidas las memorias y otras reflexiones, reediciones de sus versos y la antología completa.
En la última etapa, resulta particularmente notable el poema Así en la tierra como en el cielo: “Nada existe solo / ser es ser unido / ser es ser con otro / todos conectados con todo / y nada está desconectado…”. La cuidada edición de Anamá Ediciones (Managua, 2018) incluye una sugerente fotografía a colores (Salamanca, España), con ella ilustra la última página, después de la última estrofa (ver inicio de este escrito): es un hermoso pasillo abierto, de paredes blancas, en donde a través de las clásicas columnas y arcos, se filtra intensa la luz de la tarde, camina de espalda un hombre encorvado, de chaqueta negra y pantalón negro, pelo blanco, largo y abundante, su sombra se mezcla con las sombras de las columnas proyectadas en el piso, es la imperdible silueta cansada de Ernesto Cardenal que, en la foto, parece dice “más que mil palabras”, él va de regreso, después del camino andado en el tiempo que le correspondió vivir, con la tarea cumplida…