HOMBRE DE VIDA CENTENARIA
Nunca tuve miedo, ni preocupaciones, como de todo e hice las cosas con ganas
Santos Mercado García
La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla
Gabriel García Márquez
Cuando sabemos que la esperanza de vida en Nicaragua es 75 años, nos sorprende encontrar a alguien que ha pasado la edad de 100 y sigue saludable, lúcido y valiéndose por sí mismo en lo cotidiano. Es el caso de don Santos Mercado García, quien dice que nació en Niquinohomo, – “Valle de los guerreros”, nombrada Villa de la Victoria (1870)- el 1ro. de noviembre, Día de Todos los Santos, -por eso su nombre-, de 1914, en la comunidad de Hoja Chigüe, municipio de Niquinohomo, hijo de Joaquín Mercado, originario de La Concha, y de Cayetana García, del mismo lugar en donde vio la luz, en mayo de 1895, Augusto Calderón Sandino.
Sin embargo, cuando vivió en Masatepe hace tres décadas, al no encontrar el registro de nacimiento en su lugar de origen y suponiendo que el antiguo libro se había quemado o desaparecido por distintos incidentes, uno de sus hijos gestionó la reposición de la partida de nacimiento (1996), lo inscribió como nacido en Masatepe el 2 de noviembre de 1914 y obtuvo cédula en 2017. Según el Registro Civil de las Personas de la Alcaldía Municipal de Niquinohomo (13.8.2020), se encuentra anotado en un viejo libro (Tomo 4, folio 24, partida 89): Santos Camilo De Lis Mercado García, hijo de Joaquín Mercado y Cayetana García, quien nació en Niquinohomo el 18 de julio de 1920 según declaró su padre el 21 del mismo mes y año.
¡O don Santos acaba de cumplir 100 años, o está por cumplir 106! ¡Qué maravilla! ¡Qué bendición! Es uno de los raros casos, un poco común personaje que venció el siglo. ¿A cuántos hemos conocido o de cuántos hemos sabido? Son contados con los dedos de la mano. María Díaz, mi abuela paterna de Chinandega, vivió con el siglo, murió de 103 años (2003), doña Juliana Juárez, de León (Managua, 2020) también llegó a 103. Don Francisco Acevedo Mojica alcanzó 110 años (Diriamba, 2017). En Niquinohomo, según el alcalde Elvis Tapia, vive Donatila Ignacia Martínez Muñoz, aunque no se encuentra el registro, su hija asume que nació en Masaya en mayo de 1912, por lo que cumplió 108 años. En la comarca Miramar, León, el campesino Fabián Leytón Reyes –carecía de documentos- alcanzó 117 años. Máximo Gómez Hernández, de Matagalpa, dicen que nació en 1900, el año pasado cumplió 119, no sé si aún vive. Ruperto Hernández, “El viejo roble”, residente en Ticuantepe, falleció en 2007 a la edad de 120 años, quizás ellos fueron las personas más longevas del mundo.
Cada quien tiene o tuvo una historia que contar, motivos, causas y propósitos para vivir una larga vida, desde la coincidencia de todos en un origen humilde y la sencillez de todos los mencionados antes. En la vejez hay una riqueza personal, familiar y social, son memorias del pasado y fuentes de continuidad y esperanza. Dice el Salmo 91:16: “Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación”.
El amigo, vecino y poeta José Cuadra Vega llegó a 97 (2011), con humor comentaba: “me sobran los años, los regalo, ¿quién quiere?”, cuando padecía alguna dolencia decía: “tengo una enferma-edad, y es incurable”, nació en 1914, el mismo año que dice haber nacido y registra la cédula de Santos Mercado (cuando se firmó del oneroso Tratado Chamorro-Bryan derogado en 1970). El Hermano Cristiano de La Salle, Agustín Díaz, conocido como Hno. Benito (Burgos, mayo 1924), acaba de cumplir en León 96 años con asombrosa lucidez.
¿Cómo lo han logrado? ¿Cómo lo hizo Santos? Le pregunto en voz alta para que me escuche, la sordera es la debilidad físico más visible que le regala la ancianidad; él contesta con brevedad lo que pueden ser las cuatro claves que deberíamos aprender: “Nunca tuve miedo, ni preocupaciones, y como de todo”. Y agrega: “lo que hice, lo hice con ganas”. Así parece trabajó, jugó, parrandeó, amó, peleó y vivió y sigue viviendo…
Dice: “me hace falta Niquinohono, no me hayo aquí, nací en Hoja Chigüe”. A 3 kilómetros al sur del Parque Central, pasando el barrio Margarita Calderón, está la extensa comunidad rural que colinda con Diría, Hoja Chigüe, ahora dividida en dos comarcas, 1 y 2. Seis meses después que en la esquina de la Casa Museo del General Augusto C. Sandino (Patrimonio Cultural de la Nación, 1980), en sesión solemne de la Asamblea Nacional de Nicaragua (21.2.2020) compartimos, la conferencia: “Sandino: ¿quién dicen ustedes que soy?”, vuelvo a las calles del pueblo y me interno ahora por un camino estrecho de pendientes, curvas y cimas, donde la lluvia rejuvenece de verde la abundancia natural.
Don Santos afirma que trabajó desde niño en la agricultura y aserrando madera, embancando tucas, cortando leña. Era capaz de derribar un árbol enorme y convertirlo en leña a puro machete y hacha, antes no existían las motosierras. En ese tiempo había bastante madera en aquel lugar. No fue a la escuela porque se dedicó a trabajar desde niño, no aprendió a leer ni escribir. En aquel tiempo abundaban en la zona maíz, frijol, yuca, plátano y cafetales. Su padrino fue don Gregorio Sandino López, comerciante y agricultor; en sus primeros años le trabajó limpiando unos cafetales.
Si la evidencia del registro de su nacimiento es cierta en 1920, los recuerdos sobre lo que cuenta son producto de la neblina que los años imponen en donde se confunde lo vivido con lo contado o escuchado, se termina sintiendo como verídico lo que la mente crea de la manera cómo se recuerda. Si lo cierto es que nació en 1914, es factible que el siguiente relato sea verídico:
“Estuve en la lucha con Sandino durante tres años, me fui escondido de mi mamá a la edad de 12 años, al cumplir 15, regresé al pueblo, –¿podría ser de 1926-1928? -. Durante la guerra, crucé entre el balerío y nunca tuve miedo”. Continúa contando, con interrupciones de silencio, quizás rebuscando en los recuerdos o tratando de descifrar, por la sordera, el sentido de la pregunta: “A Sandino lo conocí en Niquinohomo, era un buen hombre, después se hizo guerrillero. Se dedicaba a comprar frijoles. Un día un hombre le vendió unos frijoles que estaban malos y Sandino le fue a reclamar para que le regresara el dinero, el hombre se negó, le dijo que ya había gastado el dinero. Sandino, que era arrecho, se enojó, y un día lo esperó afuera de la iglesia y le pegó tres balazos, lo hirió en la pierna”. Edelberto Torres (Sandino y sus pares, ENN, 1983), refiere “un suceso del destino para torcer los designios humanos” en 1920: Sandino regresó al pueblo con interés de casarse con su prima Mercedes; su amigo de infancia Dagoberto Rivas se dejó llevar por calumnias sobre amoríos de Sandino con su hermana, una joven viuda, por lo que un día, en la iglesia, se confabuló con otros para agredirlo, a lo que Augusto sacó su pistola y lo hirió. Fue un escándalo que lo obligó a huir a Bluefields, Honduras y finalmente a México, hasta regresar para incorporarse en la lucha contra la intervención norteamericana en 1926.
Don Santos afirma: “Yo era conservador desde chiquito, igual que mis padres, y me hice sandinista”. Tuve un pariente cercano, el general Marcos Potosme, (Niquinohomo, 1875 – 1939), vino enfermo de la guerra, al poco tiempo murió por un tumor cerebral. Era un héroe conservador, hombre de machete, bravo, valiente, jugador de gallos, dice Mario Tapia en la revista Gente de gallos. Personaje relevante, aunque poco conocido en la historia del municipio. En sus funerales, en el viejo templo colonial (1663), Parroquia de Santa Ana, se escuchó la voz evangélica y poética del sacerdote y poeta leonés Azarías H. Pallais (1884-1954).
Sonríe y mueve la cabeza al escuchar la popular canción compuesta por Jorge Isaac Carballo para la campaña política (1967) del conservador Fernando Agüero Rocha (1917 – 2011): “Con Fernando ando, con Agüero muero, porque para Agüero, el pueblo es primero…”. Dice que fue agüerista, por eso, unos liberales somocistas lo amenazaron, tuvo que salir de Niquinohomo y se fue a vivir a Masatepe. Después también trabajó un tiempo en agricultura en Granada y acarreaba granos en una carreta en la finca de don Leo Lacayo.
Cuando la masacre del 22 de enero de 1967 se quedó en la casa, pero su esposa Evangelina Norori, que también era agüerista, viajó a la manifestación en Managua con uno de sus hijos. Cuando ocurrió la balacera y hubo un montón de muertos, ella pudo regresar al bus y llegó bien al pueblo. Unos días después, la Guardia hizo redada en el pueblo, lo cogió preso y lo trasladaron al Hormiguero, allí estuvo, con varios presos, entre ellos Pedro Joaquín Chamorro. Cuenta su hija Gladys (74) que, en ese tiempo ella trabajaba en el restaurante El Patio, en el mercado Central, cuando de repente se apareció su papá, lo acababan de soltar de la cárcel, llegó en calzoncillo, todo pálido y flaco. Los patrones del negocio, que también eran conservadores, le consiguieron ropa para vestirlo y le ayudaron para trasladarlo a Niquinohomo.
Con Evangelina, -quien falleció hace unos veinte años-, tuvo seis hijos, y antes hubo dos mayores por fuera. Siempre fue aficionado al béisbol, “era pitcher capaz de tirar 14 o 15 inning solo”. Le gustaban los tragos, el guaro lija, -dice que el licor de ahora no sirve-, a veces cuando le pagaban, “se tomaba todo el sueldo en guaro”, se olvidaba de llevar el dinero a casa, “en ese sentido fue desobligado, esa era su debilidad”, recuerda su hija Teresa (77 años), con quien vive ahora. Evangelina hacía cosa de horno, los hijos salían a vender, a veces conseguían pan y lo ofrecían en canasto en la calle, de eso vivían. Los hijos asistieron a la escuela solo durante los primeros años de primaria, no continuaron, todos se dedicaron a trabajar en las labores de la casa y del campo.
Han sido siempre una familia católica y devota de la Santísima Trinidad. Don Santos, cada noche, antes de acostarse, como a las 9, reza por sus hijos, nietos y bisnietos, siete de los ocho hijos están vivos, se encomienda a Dios, y al despertar, como a las 7 de la mañana, es lo primero que hace, dar gracias por el nuevo día. Se sienta en su silla de madera bajo el alejo de la vieja casa de madera en la comarca de los Madrigales Norte (municipio de Nindirí) en donde vive desde hace veinte años. Va solo al excusado, duerme ratitos durante el día, toma agua y come lo que su hija Teresa le pone al lado. Según Gladys y Teresa, come de todo, pero tiene sus antojos. Le gusta el chicharrón, el gallopinto, las tortillas, el queso y la repostería, aunque no tiene dentadura, remoja y mastica los alimentos más duros, disfruta el chancho, toma café con pan, podría pasar todo el día con el pocillo del café negro, disfruta el atolillo caliente que pasan vendiendo cada tarde. “Le gustan los traguitos –aunque no pide porque no le dan-, él no es de uno, pide otro y otro, se pone muy necio. Antes fumaba puro, lo dejó hace treinta años, quizás por olvido, simplemente dejó de fumar”.
Hombre alto, recio y sonriente, sencillo y fuerte, de contextura disminuida por la vejez, de tez y rasgos morenos, con escaso cabello blanco y frente amplia, pómulos resaltados y señas de expresión marcadas por los años, de sandalias, caminar lento y pesado. Nunca se enferma, “es un roble”, dice la hija.
A veces es bromista, dice bromas pesadas y malas palabras, tiene buen humor, se ríe a carcajadas y saluda cuando lo visitan, en los últimos años olvida cosas y confunde algunos nombres, quizás no quiere contar, es retentado y prefiere guardar silencio, pero, cuando tiene ganas, cuenta cosas sin parar, a su manera, agudiza la vista para atender lo que el oído se niega a escuchar, habla con voz ronca y clara, su mirada viaja al pasado y parece se detiene, va más allá de lo evidente, más lejos de lo que está enfrente, de lo que no sabemos y quizás también él ignora.
Solo queda agradecer por haberlo encontrado. Dar gracias por la vida que ha vivido y por las vidas que deja…
Elioconda Cardoza
Una conmovedora historia de una persona favorecida por la longevidad. Al igual que nuestros patriarcas de la Torah que vivieron cerca o los 120 años. Gracias por compartirla al estimado escritor Francisco Javier Bautista Lara. Està magistralmente escrita. Què lamentable la muerte de su hijo hace algunos años. Màs de uno hemos tenido esas lamentables pèrdidas que con el tiempo se aceptan y uno piensa que se reunirà con ellos. La fè nos valga. aprovecho para contar que en mi familia las mujeres han vivido màs allà de los noventa años. Mi madre Adela Cardoza Garcìa viviò hasta los 98 años en perfecta lucidez mental y bastante sana. Se enfermò de catarro una semana antes de morir. Saludos amigo escritor.
Francisco Javier Bautista Lara
gracias, una larga vida de la que hay que aprender y agradecer.