RECORDANDO EL MEMORABLE ENCUENTRO
“El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó
la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones,
la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia”.
Fratelli tutti
Hace un año, el lunes 12 de octubre de 2020, en estos inciertos tiempos de pandemia que claman fraternidad y solidaridad, cuando usted, unos días antes (3.10.2020) había firmado su tercera encíclica Fratelli tutti, frente a la cripta de san Francisco, en Asís, y nosotros conmemoramos el Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular, -otros lo llaman de la Hispanidad-, tuve la providencial e inmerecida circunstancia, como representante del gobierno y del pueblo de Nicaragua, de tener un primer y prolongado entrañable encuentro privado, con particular humor y afecto, desconociendo a veces la formalidad protocolaria, próximo por el idioma y nuestras diversas coincidencias, con el líder de la Iglesia Católica y Jefe de Estado Vaticano, Su Santidad, el Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio, 1936). Casualmente, también en los primeros días de octubre, pero de 1900, siendo parte de la delegación argentina, que presidía el representante de la arquidiócesis de Buenos Aires, nuestro compatriota indispensable, Rubén Darío, estrechó la mano del poeta y papa blanco León XIII.
Conversamos. He aquí parte de lo expresado, tal y como lo recuerdo para contarlo: …/…
Su Santidad, son enormes y majestuosos estos salones y pasillos, llenos de historia y de belleza artística, me pierdo sorprendido en ellos como en un laberinto…
Mucha historia… Cuando fui electo Papa me llevaron al lugar que ocuparía para vivir hasta el final de mis días. Entré en una inmensa habitación con una cama en el centro, rodeada de varios antiguos sillones. Pregunté para qué eran. Dijeron: “allí se sientan los cardenales para contemplar los últimos momentos de la vida del Pontífice…”. Aquello era tétrico y solitario, no había nadie en los pasillos y ningún alma con quien hablar. Entonces, tomé mi maleta y dije: ¡Me voy a Santa Marta! Y allí estoy. Son modestas habitaciones que ocupan los visitantes al conclave y funcionarios eclesiales que laboran en la ciudad. Comparto las comidas y celebro la misa cada mañana junto a otros religiosos. Al principio, según las rígidas normas, el protocolo y la tradición (aquí abundan) se pretendió restringir el acceso, pero por fortuna, habiendo uso de la autoridad posible que me habían dado –para algo sirve-, insistí en quedarme aquí para compartir mi rutina en una comunidad de manera relajada. Hubo una consideración, en vez de asignarme una habitación, ocupo dos. La otra, contigua, es un estudio, en el que dispongo de un escritorio y libros. en donde a veces atiendo y converso con algún visitante o compañero de casa.
Padre Francisco, las celebraciones religiosas en las grandes catedrales de Roma son solemnes rituales, la complejidad e inmensidad de los espacios, lo lleva a uno a distraerse en los múltiples detalles del decorado, la escultura y el arte, a divagar y remontarse en los imprecisos siglos que antecedieron, a perder el sentido espiritual de las ceremonias. En lo personal prefiero, -disculpe que se lo diga-, la misa de la pequeña capilla que visito en el barrio la Cruz del Paraíso. Es coordinada por un sencillo hombre, devoto y dedicado, ejerce el humilde oficio de jardinero, Osman…
Te doy la razón, a mí me gusta asistir –aunque no siempre puedo hacer lo que quiero- a una pequeña capilla de Roma, en donde laboran unas religiosas con muchas obras de caridad, la superiora, una monjita mayor que yo –aunque eso de la edad no le gusta que lo diga-, tiene un especial carisma espiritual y de servicio… Deberías visitarla.
Santo Padre, como sabe, escribo y disfruto la literatura, usted es latinoamericano, por eso le mencionaré una frase de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, se refiere a Aureliano Buendía, quien, después de tantas batallas y triunfos se retiró al silencio y la soledad de un modesto taller de artesanía para hacer pescaditos, reconoce: “me costó cuarenta y siete años comprender los privilegios de la simplicidad”. La comparto plenamente, valoro la simplicidad de lo cotidiano, quisiera disfrutarla siempre…
¡Qué bonita y muy cierta esa frase! La anotaré. ¡Cómo no haber leído y gozado esa maravillosa novela! Fui un tiempo profesor de filosofía, teología y literatura, hasta mi venida aquí, estuve vinculado con la Universidad Católica Argentina. Añoro la simplicidad, el pequeño rincón que dejé, la alegría sencilla de un cura de pueblo… Me gusta cuando me llaman los que me conocen y no han perdido de vista mi origen, padre Jorge Mario…
Supe que fuiste policía y ahora, circunstancialmente, estas aquí… Cuando era un niño, quería ser carnicero. Mi madre me lo recordaba. Iba con ella a la carnicería de compras. El dependiente partía los trozos y pesaba la carne, llevaba un delantal con varios compartimientos, se veía abultado y los billetes se le salían. Mi padre era contador y pasaba, según percibía, aburrido en un escritorio, en casa había escasez de dinero, en cambio veía que el carnicero que nos despachaba, tenía el delantal lleno por las ventas del día… Mi madre, que era buena cocinera, me recordaba: de niño, querías ser carnicero y te me hiciste sacerdote…
…/…
Su Santidad, ahora, aunque sé que está pendiente con fraternal aprecio de Nicaragua, siempre digna y soberana como conversamos, no leerá estos imprecisos comentarios que recuerdan lo que fue uno de los momentos más valiosos de mi vida y, para usted, uno de los tantos eventos que, -a pesar de su flexible apertura y franca motivación franciscana- le imponen su investidura religiosa y estatus político. Olvidó quizás lo irrelevante de nuestra conversación privada por la abrumadora agenda y las complejas circunstancias con las que le toca lidiar, aunque con agrado, recientemente supe, que tuvo en sus manos, en el breve del tiempo que dispone, entre la multitud de correspondencia y cosas que llegan y van, superando los agudos filtros institucionales que le rodean, el voluminoso libro que le envié como muestra de gratitud y ofrenda el pasado 30 de agosto: El bardo eterno. Rubén Darío, poeta universal de Centroamérica, edición conmemorativa del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica. Pienso, aunque no sé con certeza, es tan solo una deseable suposición, que usted repitió, como lo hizo en nuestro primer encuentro, los primeros versos del célebre poema que los niños y jóvenes argentinos, -usted fue uno de ellos-, aprenden en la escuela: ¡Ya viene el cortejo! / ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines, …
¡Buen camino juntos! Así dijo usted a nosotros caminantes, peregrinos en el mundo, para favorecer el encuentro y el reencuentro, el domingo 10 de octubre de 2021 en la celebración eucarística de la Basílica de San Pedro.
Así sea.
Muchas gracias hermano Francisco…