ENTRE CENIZAS Y CALLES DE FICCION
“La novela viene siendo un universo y yo allí me siento más a gusto”
Roberto Marcallé
El prolífero escritor de República Dominicana, ahora embajador de su país en Nicaragua, diplomático casual por la común intercepción entre literatura y diplomacia, Roberto Aníbal Marcallé Abreu (Santo Domingo, 1948) revela, en sus últimas novelas, desde la ficción y las múltiples realidades, desde lo imposible y apenas sospechado, desde su vocación lectora de experiencias, circunstancias y libros, tal y como lo imaginó el realismo mágico latinoamericano que inauguró Gabriel García Márquez y los enmarañados misterios urbanos que en Cuba muestra Leonardo Padura (1955), el lúgubre escenario de una convulsionada época que no requiere espacio ni tiempo de referencia para imaginarse y contarse.
Periodista, novelista y cuentista, Premio Nacional de Literatura en 2015, es autor de unos treinta títulos, entre ellos La manipulación de los espejos (2012), Las calles enemigas (2020) y Rastros de cenizas (2021). En estos relatos se atreve, una vez más, a correr el telón del teatro de la vida para incursionar con el lector en los laberintos complejos y sombríos de la ciudad, los que aparecen inexplicables en un callejón sin salida al que nunca debimos entrar o una pesadilla de la que queremos despertar. “En el fondo, las razones que norman nuestros actos con mucha frecuencia están situadas o inmersas en un océano de oscuridad e incomprensión” (Las calles enemigas).
Es un escritor inagotable, desde la columna que publica en diarios dominicanos “En primera persona”, en donde se refiere de forma crítica a los sucesos nacionales relevantes y cotidianos, hasta la profundidad de la creación literaria de largo aliento que convierte a la novela en su universo de ficción en el que proliferan los personajes comunes, las calles, los vecindarios y los círculos descompuestos del poder, los turbulentos rincones de la mente y las explosivas emociones que deambulan en escabrosos rincones del recuerdo y del olvido, debatiéndose entre el efímero presente y el agotado pasado que persiste e inunda de fantasmas y convulsiones. Aún prevalecen las marcas de una historia de ocupaciones multinacionales, de intervención extranjera…
¿Por qué pueden ser enemigas las calles? Quizás la ficción palidezca frente a lo que nos atrevemos a llamar realidad, algo que realmente no existe y que tiene multitud de formas y colores. La noticia despliega la foto que impacta y el titular amarillista pretende ficcionar y provocar para atrapar, desde el instinto y la sensibilidad, la manipulada atención del lector… “Las calles eran como desconcertantes laberintos plagados de angustia”.
En Las calles enemigas, el comerciante Jesús Altagracia, quien había perdido parcialmente la audición, busca angustiado a su rebelde hijo Armando, de diecisiete años. “En los abismos de sus interiores se escenifica una batalla”. Recurre a la policía, va de un lado a otro, parece que las calles y la neblina institucional se lo han tragado… La policía está ocupada en asuntos más importantes, alguno muestra un honesto compromiso de servicio, otros guardan silencio evadiendo su obligación o siendo cómplices e instrumentos del crimen. Tiene la sensación que algo no anda bien, que detrás se oculta “algo tétrico, retorcido” … Otros casos han ocurrido, hay miedo, prefieren callar… Así va contándose la historia, escarbando y deambulando entre las oscuridades que imponen las relaciones de dominación, la riqueza perversa, el engranaje escalofriante e inhumano que todo devora… Unos meses después encontró los restos del hijo, lleno de moretones y con un balazo en el cráneo… Dicen que desapareció en una misteriosa detención que ejecutaron unos uniformados… “Se trata de una espantosa empresa criminal”. El padre Benjamin Abreu comenta: “el delito, el dinero en circulación… cambiaron la faz de la ciudad: de una parte, sobrevino el desarrollo inusitado de construcciones de lujo y negocios bancarios, financieros y de bienes raíces en áreas no tradicionales. De la otra, el progresivo crecimiento de barrios miseria y arrabales habitados por gente que escapaba de los campos seducida por los sueños de una nueva existencia que solo existía en sus torpes esperanzas”. Más adelante afirma: “el país está desmoralizado frente a tantos crímenes” …
El contexto de violencia criminal registrado en República Dominicana entre los años 2005 y 2015, mostró una de las tasas de homicidios más alta de América Latina (25 x 100 mil habitantes; víctimas anuales fueron más de 2,200); fue un fenómeno de carácter endémico, el segundo más alto del Caribe (solo menor que Jamaica), consecuencia de la creciente presencia del crimen organizado, el narcotráfico, el sicariato, las pandillas y la delincuencia común, frente a la frágil descomposición institucional y las profundas desigualdades y exclusiones… En los últimos tres años la tasa de homicidios ha bajado a 9 x 100 mil hab.
La otra novela, , tiene una compleja y particular trama de ficción en varios tiempos que obliga a recordar el levantamiento popular al que el reconocido narrador, historiador y político dominicano (popular expresidente, depuesto por un golpe de estado en 1963), el profesor Juan Bosch (1909-2001) llamó la “Poblada” (1984), suceso ocurrido durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco que dejó “una ciudad en ruinas” y “que arrastró al país que conocíamos hacia una ruptura catastrófica”, fue provocado por el alza de precios de los alimentos, la corrupción política, la devaluación de la moneda y la firma de un acuerdo de ajuste estructural con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que impactaba a los sectores vulnerables. Aquel contexto de represión y “normalización” llevó a crear “nuevos patrones de conducta social”, una época con un nuevo “libreto” para la previsión de la insurgencia, la habilitación de lugares especiales, la presencia de actores extranjeros para el control y el orden… “La violencia y el incremento del poder de gente vinculada al submundo del delito desataban conflictos y baños de sangre frecuentes en regiones y ciudades”.
El relato, al trasladarse al presente, parte del asesinato en su domicilio, junto a sus custodios, de un lúgubre personaje que controlaba con omnipresencia, desde aquellos dramáticos acontecimientos, los hilos crueles del poder y adquirió “capacidad para obtener confesiones e informaciones de naturaleza delicada”, se le atribuían miles de escalofriantes crímenes, era Belarmino Ramírez… El oficial Enrique de la Paz asume, como una terrible pesadilla, la responsabilidad de investigar el impactante asesinato político que tiene rasgos de pasada de cuentas; hay muchos posibles “adversarios prominentes”, en la escena del crimen encontró “solo incógnitas sin respuestas” y abundantes “documentos delicados”.
Hay misterio en lo que se esconde. Fabulosas inversiones que necesitan transformarlo o destruirlo todo para crear un “gran futuro”. La “Autoridad” estaba en todas partes, la “inteligencia civil” controla lo que parece “una conspiración real que crecía y se extendía en las propias entrañas del sistema” … El enigma surrealista prevalece. Nada es certero, la duda lo abarca todo. Se aproximan a una verdad de ficción inesperada que hará explotar de manera inminente todo el mundo conocido… es el “incendio simultáneo del complejo conocido como El Proyecto”, una especie de “golpe mortal” en el que “nada parece lógico”, entonces “la catástrofe se avecina” y llegó “El fin del tiempo de las palabras…”, en donde “el estado de cosas quedará sepultado” …
El autor ha roto con éxito las barreras del texto y ha desplegado, con lúcida imprecisión, la virtud de hacer explotar las imágenes que las palabras son capaces de moldear y que el lector, desde la vista particular que haga, será sorprendido y pasará a ser dueño de crear y recrear.
Hay, en el fluido relato de un fresco estilo, en estas dos últimas obras, escenas tejidas de suspenso trágico que provocan sobresaltos, una pantanosa trama de conspiración, corrupción, poder, exclusión y violencia, de descomposición humana y un confuso mundo que se desmorona y fragmenta en desesperanza, en donde, a pesar de todo, siempre prevalece una luz –a veces tenue-, y de ella, surge el amor, una chispa de solidaridad y generosidad, la necesidad incomprensible e inesperada del amor que a fin de cuentas sana y salva. “Porque hay amor sobre la tierra ¡Un gran amor más grande que la pena!”, dice el músico y escritor boliviano Pedro Shimone (1940).