Prólogo Oscar Araiza y la Mamanina
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Prólogo Oscar Araiza y la Mamanina

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August 11, 2022

RELATO DE VIDA PARA LEER Y CONTAR

“El tiempo transcurre sin darnos cuenta y se encarga de arreglar lo que está mal y desarreglar a veces,

lo que nosotros, por necedad, consideramos bien. En un abrir y cerrar de ojos, cambia todo”.

Oscar Araiza.

“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”.

Gabriel García Márquez

 

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Esta narración es el testimonio del recuerdo y el propósito de hacer posible las cosas en cualquier época cuando la voluntad se impone según lo demuestra, en la serena madurez de la vida, su autor Oscar Araiza Castro (Los Monchis, Sinaloa, 1941), quien, superando la profesión y oficio administrativo-contable, nos muestra, desde la amena fluidez del texto, el temple del escritor que vale la pena leer para conocer esta historia de vida, tal y como se recuerda para contarla y no necesariamente como pudo ocurrir, reafirmando que “somos lo que recordamos”.

“Los fuegos artificiales de la Mamanina” es un relato franco, biográfico y autobiográfico, anecdotario y novelado, que, partiendo de las motivaciones de quien ha recuperado el ímpetu de vivir, se remonta, a partir de la enérgica figura de la abuela materna Rosa (1888-1986), a los laberintos del recuerdo y la imaginación para atraparnos en las “historias inverosímiles, legendarias, maravillosas y fantasiosas”, que desde los “magníficos artificios” de la “lúcida memoria” de la matrona de la familia condicionaron desde muy temprano la intensidad de los vínculos de origen que se relacionan, a través de este libro, al realismo mágico de Gabriel García Márquez desde Cien años de soledad (1967).

Encontré a Oscar Araiza de manera providencial a través de un espacio virtual durante los meses más duros de aislamiento y la desinformación en los que las erráticas medidas por la incierta pandemia enclaustraron ciudades y países enteros. En esa ocasión ofrecí, a través de las redes digitales, como una oportunidad para enseñar y compartir, el curso virtual: “Leer y escribir: dos caras de una moneda”. Allí estaba, entre un apasionado grupo de latinoamericanos de diverso origen, edad, sexo y experiencia, este particular hombre, de mirada atenta, curiosidad juvenil y madura disciplina, revestido con el entusiasmo de quien quiere aprender y emprender, estaba abierto a descubrir y descubrirse, escuchando, observando y leyendo, decidido a recorrer su camino acompañado por las pautas metodológicas de aquel programa en aquel acompañamiento. Era un hombre en la proximidad de transitar ocho décadas de existencia que, sin embargo, conservaba o recuperaba la virtud jovial para crear desde la literatura. Abría en él una puerta para aprovechar el caudal que arrastra su intensa experiencia para dejarlo fluir y salir y, en ese acto obligado, ordenar el pasado y darle sentido al tiempo vivido para legar un testimonio de vida capaz de rehacerlo para recomponer el efímero presente. Oscar ha logrado con heroica disciplina y firme intención, lanzarse al agua y producir su primer libro como una herencia familiar y social que trasciende a la brevedad de su existencia y espacio. Su testimonio es una ofrenda o un altar en donde enciende una vela que no apaga la tempestad, es una nueva oportunidad de sobrevivir. En el libro que nos entrega, él mismo se vuelve a dar a luz, vuelve a nacer.

Sus últimos años han transcurrido entre la ciudad cañera de Los Monchis de Sinaloa, al noroeste de México y La Paz, “Puerto de Ilusión”, capital de  Baja California Sur, para liberarse del pánico que nos hace vulnerables en tiempos de pandemia, Oscar, como el personaje de Günter Grass en El tambor de hojalata (1959) que lleva su nombre, adquiere la afición de incursionar en los laberintos de la memoria, uno, al sonar el tambor evoca sus recuerdos y los ajenos, y el otro, desde el álbum fotográfico, en el silencio de la soledad, los hace renacer al escribirlos para liberarlos y liberarse de la locura de su siglo que cruza a este y lo atormenta. Entonces escucha sonar en su mente: “El rumor de la gente a lo lejos te dice, que hay vida a pesar de que tú la quieras evitar”.

La Mamanina, llamada así “por los veinte nietos que dieron sus hijos” contaba sus historias como si fueran los cuentos de las mil y una noche…, nació, de la familia Gil Moirón de origen portugués, en El Triunfo, un abandonado pueblo minero de Baja California Sur, en 1888, el mismo año en que el universal poeta nicaragüense Rubén Darío inauguraba desde Valparaíso, Chile, con la publicación de Azul…, el modernismo literario, una revolución del verso y la prosa que desde América conquistó España.

Prólogo Oscar Araiza y la MamaninaLa enfermedad limita y apaga las luces, sacude la inesperada viudez después de cuarenta años, la descendencia un día parte dejando “el síndrome del nido vacío”, el entorno familiar y social es cambiante y la esperanza recurrente aguarda paciente entre la alegría, el dolor y el duelo…, son parte de los retazos de una historia que muestra erguido al hombre desnudo frente a sí mismo, superando la impotencia para revelarse como un lúcido propagador de ideas y experiencias. Araiza Castro, quien fue maestro universitario en la segunda parte de su desempeño profesional, reconoce: “me tocó el cambio generacional que trajo la modernidad”.

He allí la nostalgia de los tiempos idos en lugares inexistentes, la maquinaria abandonada y oxidada, las casas derrumbadas, las calles cambiadas, los rostros ausentes y envejecidos, la ciudad adsorbida por la expansión urbana, las costumbres y la música que evocan el pasado… La huella indeleble del Macondo mexicano o Comala, el pueblo de la novela Pedro Paramo (1955) del inmortal Juan Rulfo.

Delfino Gil, padre de Rosa, desde niño se fue con su tío sacerdote y, a su muerte, hizo votos de pobreza y “dio la espalda a los bienes legados por el padre López”, dedicándose a la carpintería por ser el oficio de Jesús y José. La descendencia de Delfino estuvo marcada por aquel acto de fe, así que la familia, como “un mal presagio”, como si fuera un Karma, nunca supo de riquezas a pesar que, según dicen, los abuelos de la abuela tuvieron abundancia de dinero, tierras y ganado.

Abel, el hermano de Rosa, medio retraído, “tuvo habilidades sobrenaturales; pues predecía lo que iba a suceder”, por lo que “algunas gentes lo miraran con recelo” y otros lo “visitaban como si fuera un santo”, fue quizás una aproximación de Bruno, el misterioso personaje de quien “no se habla”, de la película musical Encanto (Walt Disney Pictures y Walt Disney Animation Studios, 2021), que recrea el realismo mágico de García Márquez.

La abuela contaba que su hija mayor, Rosa María, llamada “Locha”, era ejemplo de atributos físicos e intelectuales, se casó en “una boda exprés” y murió de tristeza y melancolía, sin que nadie supiera con certeza, después que, estando de compras en el centro del pueblo, “se le había acercado una mujer joven, de aspecto indígena y que le había jalado el brazo bruscamente y de forma retadora le preguntó: Oye ¿tú eres la mujer de Octavio Díaz? Y ella le contesto: No soy su mujer, soy su esposa, y la mujer le dijo: Pues yo, Juana, te lo voy a quitar”.  Años después, encontraron, en una caja de cartón, el hallazgo de “un amarre”, Locha y su esposo estaban en una fotografía, ella tenía un alfiler clavado en el corazón y unos muñequitos que parecían de paja, atados con listones rojos con crucecitas y otros alebrijes en miniatura”.

Cuenta la inexplicable muerte de don Delfino Gil y de otro, que sucedió en una tertulia al ingerir de una botella que le sirvieron, vidrio molido.  El bisabuelo don Delfino era un visionario, les hablaba del complejo y apocalíptico mundo que les tocaría ver.

Una noche llegó el primer automóvil al pueblo, bajando una pendiente, la gente veía dos luces como fuego descender en la oscuridad, y cuando por fin llegó, “todos estaban hincados, llorando y rezando pues creían que era el fin del mundo” …

Mamanina “deja una historia contada” dice Oscar, -el narrador-, escuchadas “de viva voz”, “fueron enseñanzas como fuegos artificiales”, y agrega: “para ver la vida como ella la vivió, siempre optimista, todo le maravillaba y lo transmitía a los demás”. Coincidiendo con José Saramago: “Se dice que el paisaje es un estado del alma, que el paisaje de fuera lo vemos con los ojos de dentro” y con García Márquez que afirma que: “Los recuerdos verdaderos parecían fantasmas, mientras los falsos eran tan convincentes que sustituían a la realidad”.

El libro transcurre en aquel escenario histórico, político y social cambiante, desde el lejano origen de inmigrantes que llegaron al norte de Sinaloa a mediados del siglo XIX para instalarse entre una población en la que predominaban los grupos originarios, pasando por la dictadura, por la Revolución de 1910, el poder en manos de los generales, por lo que llama “la modernidad” después de la Segunda Guerra Mundial, viviendo las pandémicas circunstancias  del acelerado siglo XXI, frente a los retos de la historia contemporánea ante los conflictos, la desigualdad, la pobreza y un nuevo orden mundial. El autor concluye con un llamado a la solidaridad entre los pueblos para el bienestar común que parece una utopía… Porque, como escribe Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merecemos existir”.

Gracias Oscar. Quedo a la espera del próximo.

 

Francisco Javier Bautista Lara

Managua, Nicaragua,1 de junio de 2022

 (Prólogo para el libro publicado en Sinaloa, México, julio 2022)

 

 

 

 

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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