Grandeza de Darío: nobleza y sencillez a pesar de la fama
“Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
de agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.”
Rubén Darío, Yo soy aquel.
“Así como gustaba de comunicarse con los espíritus sencillos, con los campesinos simples,
con los marineros, y con los viejecitos y viejecitas de pocas luces…”
El oro de Mallorca.
Complementan la grandeza de Rubén Darío (18 enero 1867 – 6 febrero 1916), su simplicidad, una sencillez auténtica y profunda, cotidiana e ingenua, pacifista y sensitiva, que a pesar de su vida agitada y errante, de la fama de la que fue consciente, nunca perdió (“Su renombre en naciones extranjeras enorgullecía a la patria”, El oro de Mallorca), contraria a la de otros, por ejemplo, a la arrogancia que irradiaba Gabriele D’Annunzio, quien, mientras el autor de Azul… se comprometía con sinceridad por la paz ante la tragedia de la conflagración bélica europea (1914-15), el erudito poeta italiano, precursor del fascismo, arengaba para la guerra.
Múltiples anécdotas a lo largo de su vida confirman sus cualidades humanas, son virtudes que cultivó junto al esplendor que labró con esfuerzo desde la adversidad. En él prevaleció junto a su actitud noble la generosidad y, como muchos afirman se revelaba así siempre porque: “era ingenuo como un niño y sensible como una mujer” (El Heraldo, C. Rica, mayo 1916), “lleno de una fatal timidez, en una necesidad continua de afectos, de ternura, invariable solitario, eterno huérfano” (El oro de Mallorca), meditabundo y silencioso, con frecuencia retraído.
Referiré lo escrito por el dramaturgo y cineasta argentino Enrique García Velloso (“La sombrilla de madame. Rubén Darío íntimo”, feb. 1916) cuando el poeta en París, después de invitar a cenar a los amigos, fue despojado de todo el dinero por su secretario Montespina y se negó a denunciar al ladrón dando poca importancia a lo perdido. Es conocida su honorable reacción frente a la despectiva frase de Miguel de Unamuno y las sinceras condolencias al creer muerto a Vargas Vila a pesar de las ofensas de las que fue blanco. La gratitud, la generosidad, la solidaridad y la actitud desprendida les acompañaron junto a la compleja personalidad y sus debilidades personales con las que tuvo que lidiar y no le impidieron lograr el propósito literario que trazó temprano: “Como hombre he vivido en lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eternidad” (El canto errante).
Después de permanecer en Nueva York (nov. 1914- abril 1915), del 20 de abril hasta el 18 de noviembre de 1915, radicó en Guatemala como huésped de honor del Presidente: “donde se le recibió con el cariño que se siente por todo centroamericano y con admiración que él merece, deja gratos recuerdos” (Diario de Centro-América, 18.11.15). La mayor parte de esos siete meses, estuvo hospedado en el Hotel Imperial, Gran Hotel, 9ª. calle 7-64 Zona 1. Allí se encontró con su primogénito, Rubén Darío Contreras y, desde junio, hasta su salida en el vapor San Juan, fue acompañado por Rosario Emelina “al cementerio de su tierra natal”, arribó a Corinto el viernes 26 de noviembre de 1915. El periodista y escritor guatemalteco Ricardo Encinas escribió una de las numerosas anécdotas sobre su estancia en el emblemático hotel en el que muestra las simpáticas cualidades humanas del nicaragüense más universal (El Comercio, Managua, 09.09.1932):
Cuando el poeta Darío estuvo en Guatemala.
El hotel Imperial estaba en su apogeo y el señor Sánchez, y don Urbano, su propietario no se daban punto de reposo instruyendo a sus camareros sobre el arte de servir según los platos americanos introducidos por él a Guatemala.
Los platos y fuentes de servicios eran previamente calentados en estufas especiales y los camareros y aun mucha gente culta de aquel entonces se sorprendían ante un servicio común en el exterior.
Después de El Louvre, el Imperial fue en el presente siglo, el hotel que mejor sirvió dando renombre a Guatemala y promoviendo el turismo. Cuando en los Estados Unidos de Norteamérica supieron que en Guatemala ya había un hotel come il faut, comenzaron a venir y alojó en sus cuartos a prominentes personalidades del gran mundo exterior.
Administraban el hotel los señores Camilo Bianchi y Carlos Gesseaner. Llegaban también frecuentemente, porque era su casa Carlos Hermosilla y todos ellos servían a la vez de intérprete de idiomas ante la clientela extranjera.
Difícilmente olvidaremos aquellos días tan ingratamente vividos. Arsenio Ralón era ya un violinista y la gente dejaba de comer por oírlo y aplaudirlo. Manuel Diéguez Vásquez era el barman y había que verlo atendiendo exóticos pedidos de la entonces exigente clientela extranjera que pagaba con largueza el buen servicio.
De repente cundió la noticia: se alojaba en el hotel Rubén Darío, el gran panida.
Nosotros vimos a don Máximo Soto Hall, a Andrés Largaespada y a otro señor cuyo nombre no recordamos que a las cinco de la tarde más o menos, ayudaban a bajar del carruaje a un señor gordo, como de un metro 60 centímetros que entró en el hotel con presteza y no fue sino hasta las ocho de la noche que conocimos a la antorcha americana que daba luz al mundo.
Darío bajó a comer a los salones y todas las mesas están ya pedidas por el público que deseaba admirarlo. A los 3 días pidió se le sirviera en su cuarto y así se hizo presentándole el menú. Cuando lo hubo leído dijo: “¿pero creen ustedes que yo vengo buscando una prolongación de Europa y que voy a admitir esa comida francesa? A mí me sirven al estilo chapín, de ser posible ahora mismo”.
Y como eran las 7 de la noche y urgía servirle y no había más que charmano de unos chorizos, un poco de guacamol con chile verde, un pedazo de carne asada y tortillas.
Pidió frijoles negros y ¡ni frijoles había en el hotel!
El menú que él había leído decía: sopa crema parmentier, pescado a la maisere d`hotel, ragout de boeuf, lengua en salsa Perigord, vol-auvent de Sesos, palomitas al fine champgne, lomito con champignons, coliflor en salsa holandesa, etc. Y hasta postre de preferencia era crema Chantilly…
La administración del hotel buscó cocinera aparte y entonces Darío se regaló con la cocina chapina, no faltaba el revolcado, las finas hilachas, chilaquillas, pepián, morongas con salsa de miltomate y chile sietecaldos, chojín, plátanos en gloria, tortillas, etc.
A los pocos días ordenaba:
“Francisco (a su criado) dele toda esa comida al policía que dormita allá abajo en la esquina del hotel”.
Y diariamente descendía un cartucho atado a una cuerda para el policía que estuviera de turno cuidando a Darío.
Una mañana llamó a la administración para solicitar que le fuera enviada una persona que supiera escribir; él ya estaba enfermo y no podía hacerlo.
Fuimos honrados con tal designación y al vernos a la orilla de su cama con los útiles de escribir preguntó: ¿sabe usted escribir, joven?
– Señor…
– A ver, escriba: señora doña… y por allí se escribió una carta telegrama como de 200 palabras. Leyó y firmó.
Fuimos prestamente al telégrafo y costó convencer al receptor para que admitiera el mensaje porque no entendía la firma. La R semejaba una especie de oreja humana dibujada en tal talante con la mano izquierda y por el estilo eran las demás letras.
Durante los primeros días ocupaba 3 habitaciones y una le servía exclusivamente para sus libros que esparcidos por el piso entre revistas y periódicos le absorbían el mayor tiempo, sentado él en medio, en una silla giratoria los hojeaba todos.
Evitaba el ser visto y sin embargo siempre estaban a su lado numerosas personas: poetas, escritores y periodistas.
El hotel se animaba, el nombre del divino inmortal llenaba el ambiente. Presumimos que alrededor de la personalidad de Rubén no se agotará nunca el tema, y la presente nota no es más que breve recuerdo de lo que vimos, como el señor Sánchez, don Urbano, sabe. A él le cupo la suerte de atender en sus últimos días al máximo poeta como difícilmente den otro las naciones americanas, y a Guatemala la de prestarle en vida el último albergue.
Estaban también alojados dos hermosas cubanas, Dina y René y nos parece que fueron los últimos versos que escribió Darío titulados: A una cubana, que fueron publicados en el Diario de Centroamérica y desde entonces Darío se escondía más porque las cubanas querían verlo ¿nef so míster Sánchez?