EL “BIG BANG” DEL AMOR
“Dios es amor: y el que está en el amor está en Dios y Dios en él”.
1 Juan 4:15
“Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón.
Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca”.
Popol Vuh
En el Big Bang que la mente humana concibe y define para tratar de explicar un principio y una continuidad universal, solo hay una certeza que asumo –cada quien asuma la propia-, la fuerza vital creadora y que se expande, es el Amor, cuyo nombre a quien no tiene nombre, conjugado por las distorsiones humana que lo hacen a imagen y semejanza propia, a veces se llama Dios.
El astrofísico inglés Fred Hoyle (1915 – 2001) acuñó con sentido burlesco (1949), por cuanto asumía la idea del estado estacionario del universo, el término Big Bang (Gran Explosión), a lo que se referían como “átomo primigenio” o “huevo cósmico”. La teoría del origen del universo y el paradigma de su continua expansión fue formulada (1927) por el sacerdote, matemático y astrónomo belga Georges Lemaitre (1894 – 1966) tomando en cuenta los descubrimientos del astrónomo norteamericano Edwin Hubble (1889 – 1953) y del físico alemán Albert Einstein (1879 – 1955). El científico británico Stephen Hawking (1942 – 2018) exploró la física del cosmos y trató de demostrar que el origen del universo estuvo marcado por el Big Bang, allí, según sostienen muchos, estuvo el origen de todo, el principio de lo que no sabemos y apenas sospechamos. Hoy la teoría de un universo en expansión surgido a partir de una gran explosión primigenia, es asumida como esencial y es generalmente aceptada. Si allí comenzó todo, ¿qué lo comenzó? O ¿fue quizás solo un nuevo comienzo en un escenario impreciso y cambiante que se renueva o existe simultáneamente? Creo que allí se expande el Amor…
Sabemos tan poco y vivimos, a pesar de la eternidad que nos rodea, apenas un instante para asomarnos a la incomprensión de las posibilidades del origen, las versiones del presente y la multiplicidad del futuro en existencias que quizás son no lineales ni únicas, quizás circulares y en espiral (así lo concebían los Mayas) y multiversa, infinitas e inabarcables para la efímera comprensión nuestra.
Prevalece el debate entre lo razonable y posible, lo demostrable y no demostrado, entre la intuición y la imaginación expandible e inagotable, entre el sentir, dudar y creer. La ciencia palidece y choca con nuevas contradicciones que derrumban los viejos paradigmas y formulan nuevos para volver a ser cuestionados.
Einstein afirmó que, “la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma”. ¿Dónde está el aliento de fuente inagotable que mana, mueve y lo cambia todo, que hace que el todo y cada parte del todo vibre a distintas frecuencias, imperceptible a los sensores terrestres? ¿en todo hay vibración que se transmite, ondas que flotan y vacíos imperceptibles en donde caben universos enteros?
Aquella explosión original que no termina de prolongarse y estirarse, que se acelera en lo impenetrable, tiene una esencia vital que, sin necesidad ni posibilidad de comprobación material y temporal, es posible sentir y saber, por cuanto tiene, esa es mi certeza, un aliento o sustento primero y primordial que es el Amor. El Amor que, más allá del calificativo que las preferencias y condiciones del aprendizaje han determinado, es como el agua fresca y serena de un estanque natural, el sueño apacible de una noche agradable y cálida, el afecto cercano que transmite confianza, el destello luminoso que en silencio todo lo aclara y limpia, es como la palpitación interior y el aire que se respira y fluye al conectarse a la quietud de la naturaleza que nos acoge como parte… El Amor es el camino del corazón, si lo sientes, lo sabrás, así lo concebían los pueblos originarios mesoamericanos.
La frecuencia para conectarse con Dios es el Amor, Dios el Amor, sustantivo y verbo, que es Dios mismo, la conciencia divina o la luz eterna infinita y en expansión imperecedera desde la percepción humana que describe lo incomprensible, a veces distorsionada y contaminada por la negación de sí mismo, por el ánimo destructivo que solo el Amor supera… Nada, como circunstancia y estado actual, es para siempre. Sin embargo, el Todo es el Eterno, en la eternidad del Amor, principio y fin de todas las cosas que terminan y vuelven a comenzar en el ciclo inagotable del Amor que nunca termina, que lleva a que todo cambie en la progresiva expansión positiva que todo lo acoge, todo lo calma, todo lo sana, todo lo crea, … A pesar de las tragedias humanas que todo lo enredan, de las decepciones temporales que pasan, de las incomprensiones y desencuentros sociales, familiares y personales, generacionales y globales, de los errores, las malas intenciones y la contaminación que nos perturba, la condición del Amor, es necesidad de vida y existencia, es obligación el amor, constituye nuestra naturaleza fundamental, estamos condicionados a ello: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Otros han dicho que “la religión del Amor trasciende a todas las otras religiones…, Dios es la única religión y fe”, según el poeta musulmán Rumi (s. XIII), y Bahà u`llah, devoto persa, reconoce que “la religión de Dios es para el amor y la unidad”. Para la cosmovisión maya en el libro sagrado Popol Vuh, reconoce que nuestra maestra es la naturaleza, en ella radica la sabiduría del cosmos que rige el amor, la vida, la belleza, la justicia, la armonía, …
La conexión perfecta con Dios es el Amor, el Amor es vida, alegría, serenidad y paz, es luz vital y energía pura. La oscuridad se desvanece con el Amor que es capaz de preservarse y expandirse por sí mismo. “Siempre se vuelve al primer Amor” que es el Amor Eterno. Quizás no hay principio y tampoco final, solo que todo cambia en la permanencia del Amor. Encuéntralo, déjate encontrar, permite que te sorprenda, déjate llevar y absorber, aún sin comprenderlo, será imposible abarcar lo infinito desde la pequeñez. Allí radica la esencia de nuestra naturaleza y el propósito de la existencia, de la que el escritor y filósofo francés Albert Camus dijo: es una chispa en medio de dos inmensas oscuridades, aunque sería mejor decir, en medio de la luminosidad que nos ciega y en la que nos acoge el Amor.