MULTITUDES: Puerta abierta

A mis hijos

Cuando viajaba y viajo,
saliendo y regresando,
en las mañanas, muy temprano,
con los primeros resplandores,
escurriéndome entre el sereno
que respiro y el picoteo de aves
cambiando de árboles su nido,
surcando libres el campo abierto:
llegaba sigiloso a tu puerta,
rotaba la cerradura y abría,
entraba de prisa acercándome
en la penumbra donde dormías,
al borde del respaldar de tu cama,
ponía mi mano sobre tu frente,
te insinuaba un beso en la mejilla,
pensando bajito tu nombre,
para no interrumpir tu sueño,
mientras soñabas.

Transcurrieron los años en silencio,
sin contarlos,
sin decirlo,
seguí con el cotidiano rito necesario,
identifiqué el orden de tus cosas,
los desvelos, atrasos varios y descuidos,
en las habitaciones compartidas,
después propias, en espacios distintos.

Un día, casi sin percatarme,
un día que se repitió en otro,
primero uno y en su tiempo otro,
fueron cerrándose los cuartos que les acogen,
con las edades las inquietudes cambian,
las puertas impidieron el paso
sin dejarme volver cada mañana:
cuando salía y salgo,
mientras salgo espero
regresar para quedarme.

Me percaté de repente,
cuando la puerta de la última habitación
encontré en un amanecer cerrada,
confirmando con certeza:
mientras mi tiempo anterior
de esta manera
con ustedes se esfuma,
otro nuevo, distinto,
parece venir llegando.

Estas allí todavía, aunque la puerta enllaves,
antes de irte y dejar en su momento
el cuarto deshabitado, disponible,
con cosas guardadas, olvidadas;
habrás partido,
como todos un día parten,
partimos…
inician el recorrido que andamos,
cuando busquen en su cama a un hijo
repitan, no sabiéndolo, el recuerdo
de mis visitas cuando de niños dormían.

Mi puerta permanece abierta
para que entrés sin golpearla,
empujando y girándola como antes,
durante los años aquellos
que no cerrabas la tuya,
como la mía siempre,
como lo hiciste sin darte cuenta conmigo
y lo seguiré haciendo consciente, yo contigo.